Una joven sin dinero buscaba su currículum en la basura y un millonario se burló de ella. Antes de meternos en la historia, cuéntanos desde dónde nos ves. Disfrútala. La mañana olía a urgencia, a café frío y a sueños en riesgo. Paola Méndez corría como si el suelo le estuviera cobrando renta. El portafolio se le golpeaba contra la cadera.
Los cordones del zapato se le habían desatado hacia tres calles y el sudor le escurría por la nuca. Aunque apenas eran las 9 de la mañana. “Si llego tarde a esta entrevista, juro que vendo mi alma o mi riñón”, murmuró mientras trataba de leer el mapa desde el celular agrietado. Se detuvo frente a un edificio imponente, todo de cristal, con letras plateadas en la entrada.
Grupo Duarte, estudio creativo. Lo había buscado durante semanas. En su carpeta llevaba un currículum armado con esfuerzo, tinta de la económica y una pisca de esperanza. Respiró hondo, trató de acomodarse el cabello y entonces ocurrió. Una ráfaga de aire fuerte le arrancó el currículum de las manos.
voló en espiral como una hoja de otoño nerviosa, rebotó contra una jardinera, rozó la cabeza de un hombre que tomaba café y fue a dar justo al fondo de un bote de basura metálico. No, no, no. Corrió, se inclinó sobre el bote, metió medio brazo, luego el otro. El papel estaba atrapado entre un vaso de café con crema y una servilleta que parecía haber vivido tiempos difíciles.
Luchaba con los dedos temblorosos cuando escuchó una voz detrás. ¿Estás rescatando algo importante o estás buscando desayuno? Paola se giró con media cara manchada de algo que ojalá fuera chocolate. Frente a ella, un hombre alto, extremadamente guapo con el cabello castaño, la miraba con una ceja alzada y una taza de café en la mano.
Llevaba un maletín discreto y unos zapatos que probablemente costaban más que su renta. “Mi currículum cayó. Es una larga historia”, dijo ella, levantándose con el documento arrugado en la mano. “Y pegajosa, al parecer”, añadió él señalando el papel con restos de crema. “Perfecto, ¿dónde venden dignidad nueva?” “Porque creo que la mía se quedó en el fondo del bote.” Él sonrió divertido.
“No todos los días alguien se lanza al combate contra un vaso de café en plena acera. Ya es algo memorable. Paola suspiró sin energía para fingir que no estaba al borde del colapso. Gracias por el comentario motivacional, pero voy tarde a una entrevista que probablemente no conseguiré con un currículum que parece haber sobrevivido una guerra. Entonces deberías correr.
A veces los currículums no importan tanto como las historias. Ella lo miró un segundo más. Él no parecía burlón, sino curioso, como si ella fuera el tráiler de una película que no esperaba ver. Sin contestar, Paola salió corriendo rumbo a la entrada con el corazón en la garganta y los zapatos desamarrados.
Subió por el elevador de cristal con las piernas temblando. En el piso 11, una recepcionista impecable la recibió con una sonrisa apenas perceptible. Nombre Paola Méndez. Tengo entrevista a las 9 con recursos humanos. La recepcionista revisó su pantalla. Espere aquí. El director estará con usted en breve. El director.
Así es. El director general de área creativa pidió verla directamente. Paola parpadeó. Eso es bueno. O ya me van a decir que no califiqué desde la entrada. La mujer no respondió, solo le indicó una elegante banca de madera clara. Paola se sentó tratando de no manchar nada con sus mangas sucias. Observó las paredes minimalistas, los cuadros abstractos, los empleados que caminaban como si flotaran.
Entonces la puerta se abrió. Él, el del café, camisa blanca, maletín en mano y una sonrisa perfectamente controlada. Señorita M. Cierto. Paola se puso de pie como si la hubieran electrocutado. Usted es Maximiliano Duarte, director general y testigo ocular de una valiente lucha contra la basura.
Paola sintió que el estómago se le caía hasta los tobillos. Voy a fingir que esto no está pasando. Voy a cerrar los ojos y voy a desaparecer. O podemos entrar y fingir que todo empezó aquí dentro. Ella asintió en automático, sin dejar de preguntarse cuántas vidas anteriores debía pagar para tener tan mala suerte en esta.
Entraron a una sala de juntas de paredes de vidrio. En el centro, una mesa larga con sillas modernas. Max se sentó y señaló el asiento frente a él. “Traes tu currículum o aún está secándose?” Sobrevivió, dijo Paola extendiéndolo con ambas manos. Ahora más arrugado que nunca. Max lo tomó sin dejar de observarla. Leyó en silencio por un momento.
Paola aprovechó para limpiar con disimulo una mancha en su mejilla. Licenciada en diseño visual, cursos en línea, proyectos personales. ¿Por qué quieres trabajar aquí? Respuesta honesta o respuesta bonita. Siempre prefiero la primera. Paola se enderezó.
Porque soy buena, aunque nadie lo sepa, porque vengo de un lugar donde tener internet ya es lujo. Y porque quiero demostrar que el talento no depende de la ropa que usas ni del lugar donde estudiaste. Max sonreía, tampoco mostraba burla, solo atención. Interesante. ¿Y qué haces cuando te dicen que no eres suficiente? Insisto, a veces lloro un poco, pero insisto, un segundo de silencio.
Luego Max soltó una pequeña risa. Bienvenida al mundo real. Ya estoy ahí desde hace rato. Tengo curiosidad, ¿qué diseño te define? Una bicicleta vieja pintada a mano con las ruedas chuecas, pero que aún avanza y suena bonito. Eso es raro, pero me gusta. Max se levantó dejando el currículum sobre la mesa. Te ofrezco una semana de prueba.
Nada garantizado. Si demuestras lo que dices, hablaremos de quedarte. Paola lo miró incrédula. ¿Habla en serio? Parezco alguien que hace bromas con ofertas laborales. Ella dudó. No parece alguien que desayuna contratos y se afeita con creatividad. Max alzó una ceja. Eso también es raro, pero te dejo sorprenderme. Salieron de la sala. La recepcionista la miró de reojo.
Paola se acomodó el cabello e intentó sonreír. Al bajar por el elevador, soltó una carcajada ahogada. Se miró en el reflejo del acero y susurró, primer día, bote de basura, director guapo y semana de prueba. Si sobrevivo, me tatúo el currículum en la espalda. El lunes siguiente, Paola llegó 20 minutos antes de la hora.
No por puntualidad, sino porque el insomnio la había expulsado de la cama desde las 5. Se había peinado como pudo, con una trenza mal hecha que intentaba ser elegante. Llevaba una blusa blanca prestada, un pantalón que le quedaba apenas justo y sus únicos zapatos que no hacían ruido al caminar.
En la recepción, la misma mujer del viernes la recibió con más cortesía que simpatía. Te asignaron al piso siete, equipo de diseño. Te esperan. Gracias, dijo Paola con una sonrisa más grande de lo que su seguridad permitía. El piso siete era distinto, más informal, con luces cálidas, pizarras llenas de garabatos y postets de colores pegados hasta en las lámparas.
Un ventilador giraba con pereza en una esquina. Dos chicos discutían sobre tipografías como si eligieran el nombre de un hijo. Una mujer de gafas redondas, blusa con dibujos de planetas y voz rápida se acercó. Tú eres Paola. Sí, soy nueva o algo así. Soy Tania, diseñadora seior. Te voy a dar el tour de bienvenida.
No tenemos café decente, pero hay un microondas que sobrevive milagrosamente desde 2011. Caminaron por el espacio mientras Tania le explicaba quién era quién. Había un diseñador que escuchaba música clásica para hacer logotipos, una chica que hablaba sola al corregir textos y un becario que siempre llevaba el mismo suéter. El ambiente era caótico pero cálido.
“Tu escritorio es este”, dijo Tania señalando un espacio junto a la ventana con una computadora apagada y una planta artificial. Me encanta”, dijo Paola sinceramente emocionada. “No te encariñes. Si sobrevives la semana, ya veremos.” Paola rió, pero por dentro sintió el nudo en el estómago. Sabía que estaba a prueba y que eso significaba cualquier error podía dejarla fuera.
Horas después estaba concentrada editando un cartel publicitario. Cuando escuchó pasos decididos. Entró Silvana Leiva, alta, impecable, con un vestido negro sin una sola arruga y tacones que sonaban como sentencia. Miró a Paola de arriba a abajo sin saludarla. Reunión de campaña. Sala dos. Todos. Tania rodó los ojos mientras se levantaba.
La reina del hielo ha hablado. En la sala de juntas había una pantalla encendida, una pizarra y varias sillas. Silvana dirigía la reunión con voz afilada. El cliente quiere renovar su imagen. Algo fresco, emocional, pero con impacto visual. Paola anotaba sin levantar la cabeza. Silvana siguió hablando mientras todos lanzaban ideas. Algunas eran buenas, otras recicladas.
Paola dudaba. Decir o no decir, “¿Puedo proponer algo?”, preguntó tímida. Silvana giró la cabeza. Habla. Y si usamos una serie de imágenes como si fueran cartas escritas a uno mismo con frases simples como, “Recuerda que puedes empezar de nuevo” o “Oy también cuenta como progreso.” El diseño puede simular papel desgastado con trazos a mano. “Un silencio breve”.
Tania asintió sonriendo. “Es buena”, murmuró. “Gracias”, dijo Paola. Silvana no dijo nada, solo continuó como si no lo hubiera oído. 10 minutos después, cuando todos estaban distraídos, Silvana escribió en la pizarra. Nueva propuesta. Campaña basada en mensajes personales estilo carta con diseño a mano y estética emocional.
Paola se quedó helada. Era su idea. Solo con otra voz. quiso decir algo, pero el miedo la paralizó. No era empleada fija, apenas llevaba un día. ¿Y si decía algo y quedaba como una problemática? ¿Y si pensaban qué estaba inventando? Al salir de la sala, Tania la alcanzó en el pasillo.
Esa era tu idea, ¿verdad? Sí, lo imaginé. Mira, no te desanimes. Aquí a veces hay tiburones. Solo no les des la sangre que buscan. No sabía que tenía que venir con red de protección. No es justo, pero es real. Tú haz tu trabajo. La gente que vale la pena se da cuenta. Paola volvió a su escritorio con el estómago apretado. Silvana caminó por el pasillo como si nada.
Maximiliano no había estado en la reunión, tal vez nunca se enteraría. Durante la tarde, Paola trabajó en silencio, más enfocada que nunca. Rediseñó una propuesta visual con nuevos colores, buscó referencias, armó una presentación de prueba. Tania se asomó más tarde y le dejó una barra de granola. Para la guerra, le dijo con una sonrisa.
Cuando ya estaba por apagar la computadora, Maximiliano apareció sin aviso, sin anunciarse. Se acercó a su escritorio y señaló la pantalla. Eso es parte de lo que viste hoy. Paola asintió con el corazón acelerado. Es una interpretación libre. ¿Quién propuso lo de las cartas? Ella dudó, respiró y dijo, “Yo Maximiliano la miró por un segundo, luego asintió. Lo imaginé.
Tiene tu estilo. Sutil, pero directo. No dijo nada más. Caminó hacia su oficina. Paola se quedó en silencio. No había regaños ni reclamos, pero había algo mejor. Alguien se había dado cuenta. El miércoles a media mañana, mientras Paola intentaba entender un manual de estilo que parecía escrito en otro idioma, recibió un mensaje en su computadora. Cena con socios.
Asistencia obligatoria para equipo de diseño. 2030. Restaurante El jardín de cristal. Presentación formal. Código de vestimenta sobrio. Ella parpadeó. Nunca había asistido a una cena de ese tipo, menos aún con empresarios. Buscó el nombre del restaurante en su celular. Lo primero que encontró fue una foto de un plato que parecía arte abstracto comestible.
Lo segundo, los precios. Sobrio. ¿Qué se supone? ¿Qué significa eso? Pantalón de mezcilla planchado o vestido con mangas. consultó con Tania en voz baja. ¿Sabes cuál es el código real para la cena de esta noche? Depende de quién lo haya enviado. Silvana, entonces probablemente significa ponte incómoda y duda de tu existencia.
Pero tranquila, nadie recuerda la ropa si sonríes lo suficiente. Paola llegó a su departamento esa tarde con tiempo justo. Rebuscó entre su closet. Lo más sobrio que encontró fue un vestido negro hasta la rodilla que usaba solo en entrevistas. No era elegante, pero tampoco llamativo. Se peinó lo mejor que pudo, se puso sus zapatos más discretos y menos dañados y tomó el metro rumbo al lugar.
El restaurante estaba oculto entre árboles con faroles colgantes y cristales gigantes en las paredes. Cuando entró, el aroma a pan horneado la abrazó de inmediato junto con la mirada desaprobadora de Silvana, que ya estaba sentada con dos hombres trajeados. Paola se acercó con paso inseguro. Buenas noches. Silvana le respondió con un gesto vago. Pensé que no vendrías. Me preocupaba que no comprendieras lo que significa sobrio.
Paola sonrió fingiendo no sentir el golpe. Lo interpreté como que no brille más que el mantel. Uno de los hombres rió suavemente. Silvana fingió no notarlo. La cena avanzó con conversación elegante, cifras, tendencias, nombres de diseñadores famosos. Paola comía en silencio tratando de entender el idioma oculto en cada frase.
Fue cuando uno de los socios, un hombre calvo de gafas pequeñas, la miró con interés. “¿Y tú, joven, ¿cómo llegaste aquí en metro?”, respondió sin pensarlo. Los demás callaron. Algunos sonrieron incómodos. “Me refería a la agencia”, aclaró él. Paola bajó un poco el tono, pero no el espíritu. Fue un accidente. Literalmente me caí en un bote de basura y el director me dio una semana de prueba.
Silencio. Y aquí estamos, añadió Maximiliano, que acababa de llegar. Llevaba una camisa gris oscuro y el cabello algo despeinado, como si acabara de salir de una tormenta elegante. “¿Tarde, señor Duarte?”, preguntó Silvana. “Oportunamente tarde”, dijo él mientras tomaba asiento justo al lado de Paola.
Ella intentó no parecer sorprendida, pero su corazón dio un salto. Durante el resto de la cena, él intervino cuando el ambiente se ponía demasiado frío y varias veces desvió la conversación hacia ella como si le pasara la pelota en un partido verbal. Al final, cuando todos se levantaban, Silvana comentó con voz neutra, “La próxima vez procura confirmar con tiempo.
La asistencia no es solo física, también estética. Paola no respondió, solo asintió con una sonrisa cerrada, pero por dentro tragó el veneno con un sorbo de agua. Al salir del restaurante, Maximiliano caminó junto a ella. Era tarde, la calle estaba silenciosa. ¿Vas en transporte? Sí, pero ya es tarde, así que tomaré un taxi desde la avenida. Te acompaño, dijo él.
No hace falta. Lo sé, pero quiero hacerlo. Caminaron sin hablar por unos metros. Paola miraba los adoquines, los faroles, cualquier cosa menos su acompañante. Hasta que él rompió el silencio. Estuviste bien esta noche. Solo no vomité. Ya lo considero un logro. La autenticidad es un lujo que pocos se permiten. Tú lo hiciste y eso es bueno. Para mí lo es.
Ella se detuvo frente a la parada del taxi. ¿Por qué me das tanta atención? Apenas soy un asistente a prueba. ¿Porque me recuerdas algo que olvidé hace tiempo? ¿Y qué es eso? ¿Que la creatividad no nace en el mármol? A veces sale de una mochila arrugada y un cuaderno sucio. El taxi se detuvo. Paola abrió la puerta. Antes de subir lo miró.
Gracias por no decir nada cuando Silvana me dio esa indirecta. A veces prefiero que me ignoren antes que me defiendan. Lo sé, pero si llega el momento, defenderé lo que vale la pena. Ella entró al auto. Él cerró la puerta suavemente. Mientras el taxi avanzaba, Paola suspiró.
No por romanticismo, sino porque por primera vez sentía que alguien veía más allá de la superficie. Y eso para ella valía más que cualquier vestido sobrio. ¿Qué opinas del trato que recibió Paola durante la cena? ¿Crees que fue injusto? Déjanos tu comentario y cuéntanos cómo habrías reaccionado tú en su lugar. No olvides darle me gusta al video y suscribirte al canal. Continuemos.
El jueves amaneció gris. No por el clima, sino por un mensaje que Paola encontró en su celular apenas despertó. Tu mamá se desmayó en el trabajo. Ya está en urgencias, pero estable. Ven cuanto antes. Lo envió una vecina del edificio. Paola se vistió con lo primero que encontró. Pantalón de mezquilla, sudadera y el cabello recogido a la carrera.
corrió al hospital público más cercano. En la sala de espera, una doctora le explicó que su madre se había desmayado por fatiga extrema, deshidratación y presión baja. Nada grave, pero una señal de advertencia. ¿Ha comido bien? Preguntó la doctora. Hace lo que puede, respondió Paola con un nudo en la garganta.
La encontró en una camilla pálida pero sonriente. Te dije que no era nada. murmuró su madre. Solo necesitaba una siesta dramática para llamar la atención. Paola sonrió forzada, se sentó junto a ella y le tomó la mano. La odiaba por minimizarlo, pero también la entendía. Así se vivía trabajando hasta caer. Estuvo con ella hasta que le dieron el alta. Unas horas después.
La llevó a casa, le preparó sopa de sobre y le dejó una botella de suero junto a la cama. Descansa, mañana no vas a ningún lado, pero la renta. No te preocupes por eso ahora. Solo duerme. Salió con el corazón hecho trisas. El reloj marcaba las tres. Estaba atrasada en sus tareas y lo sabía. Dudó si presentarse, pero algo dentro de ella le gritaba que no podía fallar.
Ahora volvió a la agencia con la ropa arrugada, ojeras marcadas y la mente como una licuadora sin tapa. En el ascensor se miró en el reflejo de acero y murmuró: “Modo zombie activado.” Entró al piso siete. Tania levantó la mirada desde su computadora. Todo bien. Mi mamá se desmayó. Ya está mejor, pero no dormí nada. ¿Y vienes a trabajar? No me puedo dar el lujo de quedarme en casa. Tania le acercó una taza con café instantáneo.
Eres valiente o muy terca. Ambas. Paola encendió la computadora, abrió los archivos y comenzó a revisar la campaña que le habían encargado revisar, una propuesta de ilustraciones para un cliente de cosméticos. Todo le parecía frío, repetido, sin alma.
agarró una hoja, un lápiz y empezó a bosquejar rostros reales con ojeras, lunares, sonrisas asimétricas, mujeres que parecían vivas, no perfectas. Estaba tan concentrada que no notó cuando alguien se acercó. La voz llegó desde su espalda. Eso es parte del proyecto. Se giró. Maximiliano estaba ahí sin saco, con las mangas arremangadas, el cabello desordenado. No oficialmente, solo algo que se me ocurrió.
Él observó el dibujo. Es distinto, honesto. Intenté ver belleza donde normalmente la esconden. Maximiliano guardó silencio. Luego la miró con atención. ¿Estás bien? Paola dudó. podía decir que sí, sonreír, hacer lo que siempre hacía, pero ese día no tenía fuerzas para fingir. Mi mamá se desmayó por trabajar demasiado y comer mal.
Yo la dejé sola para venir acá porque me siento en deuda con todo el mundo, pero sobre todo conmigo, porque si esto no funciona, no tengo otro plan. Maximiliano asintió. No como quien da la razón, sino como quien comprende. Voy a hacer algo. No te asustes. Se alejó unos pasos y regresó con una bolsa de papel. Comida de verdad, con proteínas, verduras y hasta postre.
Te la traje porque me dijiste que desayunabas café con galletas rotas. Ya no me pareció gracioso. Paola tomó la bolsa sin decir palabra. la abrió. Era arroz con verduras, pollo a la plancha y una rebanada de pastel de zanahoria. Esto es de la cafetería. No, lo preparé yo. Cocinas, lo justo para sobrevivir sin morir de hambre y para alimentar a gente que se olvida de comer.
Paola se sentó en silencio. Comió con lentitud, como si cada bocado la devolviera a la realidad. Gracias”, susurró al final. “No solo por la comida. Paola, tú no estás aquí por caridad. Estás aquí porque haces cosas que nadie más se atreve a hacer, como dibujar mujeres reales en una industria llena de máscaras.” Ella lo miró.
Hubo un segundo de tensión suave, no romántica, humana, de esas que se dan cuando alguien por fin ve más allá del disfraz. Esa noche, cuando llegó a casa, su madre dormía tranquila. Paola le dejó un vaso de agua al lado y se encerró en su cuarto. Abrió la libreta y escribió, “Hoy no me caí en la basura. Hoy me sostuve en medio de ella.
” No es lo mismo. Luego se quedó dormida con la ropa puesta, el lápiz en la mano y la bolsa de papel aún abierta a su lado. El lunes siguiente al mediodía, Paola recibió una notificación en su correo institucional evento de presentación interna, miércoles 18. 00 Centro Cultural Prisma. Participación activa Péndez.
Tema: Campaña emocional de rediseño frunció el seño. Era una broma. Ella presentar en un evento de ese nivel fue directo a buscar a Tania. Esto es real. Sí, lo aprobaron hoy. La junta directiva quiere que tú expliques el concepto porque partió de tu propuesta original y eso no le corresponde a Silvana.
Tania bajó la voz. Silvana pidió encabezar la presentación, pero Maximiliano intervino. Dijo que el mérito debía venir desde la idea. Paola sintió una mezcla de vértigo y orgullo. El vértigo ganó. Voy a desmayarme en el escenario o a olvidar mi nombre o ambas. No vas a hacer nada de eso. Solo vas a ser tú. Eso es suficiente.
Esa noche Paola ensayó frente al espejo de su cuarto, escribió frases cortas, preparó un discurso modesto, repasó las láminas de su presentación digital, lo repasó todo como si su vida dependiera de eso. Pero el miércoles, horas antes del evento, ocurrió lo inesperado. Mientras revisaba su archivo en la computadora del piso 7, notó que algo estaba mal.
El documento de la presentación estaba vacío, no dañado, no perdido, vacío en blanco. ¿Qué? Susurró mirando alrededor. Revisó la carpeta, la papelera, la nube. Nada, todo había sido borrado. Se quedó paralizada. Tania se acercó por detrás. ¿Pasa algo? Mi archivo desapareció. ¿Cómo que desapareció? No hay rastro.
Como si lo hubieran borrado a propósito. Tania se quedó en silencio. Luego miró en dirección a la oficina de Silvana. No quiero acusar a nadie, pero recuerda quién te vio trabajando en esa computadora ayer y quién no soporta verte ahí. Paola tragó saliva. No tengo copia, solo algunas hojas impresas en mi mochila. Entonces vas a improvisar.
¿Estás loca? No, tú puedes hacerlo. La idea es tuya. Nadie la entiende mejor que tú. Horas más tarde, ya en el Centro Cultural Prisma, Paola estaba sentada en la fila lateral temblando. Vestía un pantalón negro y una blusa verde oliva. No parecía una expositora, parecía una espectadora asustada. Maximiliano se acercó.
Llevaba una chaqueta base y el cabello ligeramente húmedo, como si la prisa lo hubiera alcanzado también. Lista. Me borraron el archivo. No tengo nada. ¿Y qué tienes? Un par de hojas arrugadas y un ataque de pánico silencioso. Maximiliano la miró con calma. No olvides esto. Tú haces que las ideas brillen. No las diapositivas.
Ella respiró hondo, muy hondo. Si me desmayo, quiero que digas que fue parte del concepto. Diré que fue una metáfora sobre la fragilidad humana. Subió al escenario cuando la presentadora la llamó por su nombre. Con ustedes, Paola Méndez, autora del concepto visual cartas a uno mismo. El auditorio no estaba lleno, pero sí lo suficiente como para sentir que el aire pesaba.
Luces suaves, miradas atentas. Silvana en una esquina con expresión ilegible. Paola se paró frente al público con las hojas en la mano. No traigo pantalla, no traigo proyecciones, solo traigo palabras y una historia. Hizo una pausa, respiró. Cuando pensé en esta campaña, imaginé a alguien leyendo una carta que nunca recibió.
una carta escrita por uno mismo en un mal día o en un buen día. Una carta que diga, “Te veo y estás haciendo lo mejor que puedes”, mostró una hoja con una de las frases. No quería una campaña bonita, quería una campaña que abrazara. Silencio. Algunos asentimientos. Una mujer en la segunda fila sonrió. Usamos ilustraciones sencillas. Rostro sin retoques, cicatrices, ojeras, lunares, porque eso también es belleza. Sostuvo otra hoja.
Y si esta campaña toca a una sola persona, entonces ya valió la pena. Terminó, bajó la mirada, escuchó unos aplausos, luego más. No eran ensordecedores, pero sí sinceros. Volvió a su asiento. No miró a Silvana, no miró a nadie, solo cerró los ojos un segundo. Cuando acabó el evento, Maximiliano la interceptó antes de que saliera. ¿Estás bien? No me desmayé.
Eso ya es milagro. Y lograste que un juez de diseño visual se riera. Eso sí es histórico. Se rió. Sí. Justo cuando dijiste una carta que diga, “Te veo.” Yo no lo oí. Solo oía a mis latidos. Maximiliano sonrió. Fue honesto. Fue poderoso. Fue tú. Ella suspiró. Quiero dormir una semana. Te ganaste dos días libres. En serio. Sí.
Pero no lo digas en voz alta. Todos querrán campañas emocionales. Caminaron juntos hacia la salida. Al cruzar la puerta, Paola sintió que algo había cambiado. No en el mundo, en ella. Y por primera vez pensó, “Quizás si pertenezco aquí.” El viernes por la tarde, mientras revisaba correos en su escritorio, Paola anotó un mensaje marcado como urgente.
El remitente era de una agencia de diseño llamada Visual Norte. No la conocía bien, pero recordaba haber enviado su currículum hacía meses. Lo abrió con curiosidad, leyó despacio y al final lo leyó otra vez. Queremos ofrecerte el cargo de diseñadora visual junior. Sueldo inicial, el doble de tu remuneración actual. Horario flexible.
Ambiente creativo. Tu presentación nos impresionó. Paola se quedó en silencio. El corazón le latía con fuerza, pero no de emoción. De duda. Guardó el mensaje y no dijo nada. Pero durante el resto del día, cada vez que abría una ventana en la computadora, pensaba, “¿Y si me voy?” Caminó con Tania hasta el metro al salir del trabajo.
¿Y tú te quedarías en un lugar donde te valoran, aunque te paguen poco? Tania frunció el seño. ¿Te hicieron una oferta? Sí, mejor paga, pero no sé si mejor todo lo demás. ¿Y qué dice tu instinto? Que me iría por miedo, no por deseo. Entonces ya sabes la respuesta. Esa noche Paola visitó a su madre. Llevó arroz, pan y una cobija nueva. ¿Cómo vas? Mejor, pero aburrida.
Ya extraño pelearme con la señora de las tortillas. Cenaron en silencio. Luego Paola se sentó en el sillón y soltó. Me ofrecieron otro trabajo. Pagan el doble. ¿Y por qué no lo has aceptado? Porque no sé si es lo que quiero. Su madre la miró con calma. Si te vas por necesidad, está bien. Pero si te quedas por convicción, también. Solo no lo hagas por miedo.
Y si me equivoco, eso es parte del proceso. A veces uno se queda en el lugar correcto, aunque duela, otras se va en el momento justo, aunque asuste. Paola no respondió, solo abrazó a su madre. Esa noche no durmió, dio vueltas en la cama. Pensó en los días buenos, en los días difíciles, en Silvana, en Tania, en los bocetos, en el currículum manchado, en la comida dentro de una bolsa de papel, en Maximiliano diciendo fue tú.
A las 6 en punto encendió su computadora y respondió al correo. Gracias por la oferta, la valoro mucho, pero hoy elijo quedarme donde mis ideas no solo se escuchan, también se entienden. Envió el mensaje, cerró los ojos y por primera vez en semanas durmió sin sobresaltos. El lunes llegó con calma. En la oficina todo parecía igual, pero ella no.
Había algo distinto en su forma de caminar, en su manera de saludar, como si de pronto hubiera dejado de pedir permiso para existir. A media mañana fue llamada a una junta con el equipo completo. Maximiliano presidía la mesa. Silvana estaba presente con expresión fría. La campaña presentada la semana pasada fue aprobada por el Consejo Directivo, anunció Maximiliano, y será aplicada como imagen principal en la nueva línea de productos. Aplausos.
Paola se quedó quieta apenas sonriendo. “Queremos agradecer a todos por su trabajo”, añadió él, pero en especial a quien ideó y defendió el concepto desde el principio. Paola Méndez. Esta vez los aplausos fueron más sonoros. Tania la aplaudió con fuerza. Incluso algunos compañeros que apenas la conocían sonrieron. Silvana no se movió.
Paola sintió como se le llenaban los ojos, pero no lloró, solo asintió. Al final de la reunión, mientras recogía sus cosas, Maximiliano se le acercó. ¿Podemos hablar un momento? Fueron hasta la terraza del piso 11. Nadie más estaba ahí. Solo ellos y el murmullo lejano del tráfico. “Me enteré de que recibiste una oferta”, dijo el sin rodeos. Paola lo miró sorprendida.
“¿Cómo lo supiste? Vivimos en un mundo pequeño. Además, tienes una expresión extraña desde el viernes.” La rechacé. ¿Por qué? Porque aquí me siento construyendo algo, no solo trabajando. Maximiliano asintió. Luego hizo una pausa. Si algún día sientes que eso cambia, dímelo tú primero. Lo haré.
Hubo un silencio largo de esos que no incomodan, pero tampoco invitan a hablar. Paola, hay algo que quiero decirte, pero no aquí. No ahora. Ella lo miró. ¿Y cuándo? Cuando tú también quieras escucharlo. Paola asintió. Luego, sin pensarlo, dijo, “Gracias por haberme dejado entrar, incluso cubierta de basura.” Él sonrió con esa sonrisa que no usaba con nadie más.
Lo mejor siempre llega así, sorpresivo, sucio y lleno de sentido. Se quedaron ahí un rato más, sin decir nada, viendo la ciudad desde arriba, donde todo parecía más pequeño, menos lo que realmente importaba. ¿Tú qué habrías hecho en el lugar de Paola? ¿Aceptarías un nuevo trabajo aunque eso implique renunciar a lo que has construido? Cuéntanos en los comentarios.
Deja tu me gusta si estás disfrutando la historia y asegúrate de suscribirte para no perderte lo que viene. Las semanas siguientes pasaron como una ráfaga de ideas, entregas y llamadas urgentes. Paola ya no era la chica en prueba, ahora era coordinadora de contenido visual. tenía un escritorio fijo, un gafete con su nombre impreso en dorado y una pequeña planta que sobrevivía de milagro junto a su monitor.
Silvana ya no aparecía con la misma frecuencia. Había sido trasladada a otro equipo después de una revisión interna. Nadie dio explicaciones. Solo se supo que una evaluación del consejo reveló incongruencias en la asignación de créditos. Tania le guiñó un ojo a Paola cuando la noticia llegó.
A veces el equilibrio tarda, pero llega, le dijo. Paola no celebró, solo respiró. Su trabajo ahora implicaba coordinar entregas con otros departamentos, hablar con clientes, supervisar piezas y mantener el tono humano que ella misma había impulsado. Cada día traía un reto nuevo y, sin embargo, sentía algo extraño, como si estuviera justo donde debía estar.
Excepto por una cosa. Desde aquella conversación en la terraza, Maximiliano y ella habían mantenido una distancia cuidadosa. Él seguía saludándola con esa sonrisa a medio camino. Seguía haciendo comentarios inteligentes durante las juntas, pero no volvieron a hablar a solas y eso para Paola dolía más de lo que imaginaba.
Tania lo notó enseguida. Todo bien con el jefe? Todo normal. Exacto. Ese es el problema. No entiendo a qué te refieres. Cuando algo que era especial se vuelve simplemente correcto, se siente como si hubieras perdido algo. Paola bajó la mirada. No respondió. Tenía razón. Fue entonces cuando llegó el anuncio.
La agencia había sido invitada a participar en un congreso nacional de creatividad. Solo tres integrantes del equipo asistirían como ponentes, uno de ellos Paola. La acompañarían dos coordinadores y, por supuesto, Maximiliano. El viaje sería de tr días en otro estado. Paola aceptó sin saber si eso la emocionaba o la angustiaba. El primer día del evento pasó rápido. Exposiciones, conferencias, talleres.
Paola presentó una ponencia breve sobre diseño emocional y fue muy bien recibida. Varios asistentes se acercaron a felicitarla. Uno incluso le pidió una copia de su presentación. Maximiliano, sentado en la primera fila, no dijo mucho, solo le dio una palmadita en el hombro cuando bajó del escenario. Bien hecho! Murmuró.
Esa noche el equipo cenó en el restaurante del hotel. comieron, brindaron con jugo de frutas, hablaron de todo menos de trabajo. Pero Paola sentía que Maximiliano la evitaba, que cuando sus miradas se cruzaban, él desviaba la vista, que cuando ella hablaba, él se reía, pero no la escuchaba de verdad.
Más tarde, ya en su habitación, Paola se sentó en la cama, aún con la ropa puesta, miró el techo, el silencio, y sintió que no podía seguir así. Caminó hasta la terraza del hotel, donde imaginó que él estaría y ahí estaba, solo con una taza de té en la mano, mirando la ciudad desde las alturas. ¿Interrumpo?, preguntó ella. No, nunca tú. Ella se acercó, pero no se sentó.
Se quedó de pie con las manos en los bolsillos. Necesito decirte algo. Te escucho. Esto se está volviendo una niebla. Tú y yo todo. Y no quiero que termine siendo algo que no entendimos. Maximiliano bajó la taza. Yo tampoco. Desde la terraza aquella no hablamos más. No, de verdad. Y yo me hago la fuerte, pero me pesa porque no sé si tú sentiste lo mismo que yo. Y si no lo sentiste, prefiero saberlo.
Él la miró con una seriedad que la desarmó. Paola, claro que lo sentí. Silencio. Entonces, ¿por qué te alejaste? Porque no sabía cómo acercarme sin poner en riesgo lo que construiste. No quería que nadie dijera que creciste por mi culpa. No quería ser una sombra sobre tu nombre. No eres una sombra, dijo ella.
Fuiste una puerta, pero yo la crucé sola. Maximiliano dejó la taza en la varanda. Tienes razón. Y quizá también fue miedo. ¿Miedo de qué? De que esto deje de ser profesional y se vuelva real. Porque si se vuelve real no hay marcha atrás. Paola bajó la cabeza. Luego lo miró. Ya es real. Para mí lo fue desde el bote de basura. Ambos rieron suavemente, pero sin alivio.
Era una risa cargada de historia. ¿Y ahora qué? Preguntó él. No lo sé, pero no quiero que esto se quede en silencio. Ni yo. Entonces, por fin él dio un paso hacia ella. ¿Puedo? Sí. susurró y la besó sin ruido, sin prisa, como si el mundo se hubiera detenido un instante para que ellos pudieran empezar de nuevo. La mañana siguiente al beso, Paola despertó en su habitación con la mente dando vueltas y el corazón latiendo como tambor. No por confusión, esta vez no había dudas, había paz.
A las 11, el equipo regresó a la ciudad. En la oficina la rutina seguía como si nada hubiera pasado, pero para Paola todo había cambiado. Maximiliano fue discreto, saludó como siempre, dio las indicaciones habituales, mantuvo su tono habitual, pero cuando pasó junto a su escritorio le dejó una nota. Hablemos esta noche. Restaurante Vivaldi, mesa junto a la ventana.
A las 8 M. Paola sonrió al leerlo. No escribió nada de respuesta, pero a las 8 estaba ahí, vestida con un vestido azul claro, discreto, pero luminoso y con el cabello suelto. Él ya la esperaba. La recibió con una sonrisa sin palabras. Pidieron sopa, pan, una botella de agua mineral. ¿Esto es una cita? preguntó Paola jugando con la cuchara.
Si tú quieres que lo sea, entonces sí es una cita. Comieron tranquilos, sin presión, sin reglas, como si se conocieran desde siempre, pero solo ahora se dieran permiso para decirlo en voz alta. ¿Y en la agencia?, preguntó ella. Vamos a ser prudentes, pero no vamos a escondernos. Y si hablan, que hablen. Tú llegaste por tu talento. Nadie puede discutirlo.
No quiero perder todo lo que logré. No lo vas a perder, pero tampoco te voy a perder a ti por miedo a que hablen. Ella bajó la mirada, se sintió vista, cuidada y libre. Al día siguiente, Tania la interceptó en el pasillo. Te besó. Paola se sonrojó. ¿Quién te dijo? Tengo olfato para estas cosas. Y Maximiliano hoy vino silvando.
Ese hombre no silva nunca. Sí, me besó. Y ahora, ahora vamos despacio, pero con dirección. Tania levantó el pulgar. Así se hace. Los días se convirtieron en semanas. La agencia funcionaba igual, pero todos sabían. No por escándalo, sino por detalles. Como él le sostenía la mirada en las reuniones, como ella sonreía cuando él entraba a la sala, como se quedaban trabajando juntos hasta tarde sin decir una palabra fuera de lugar.
Paola no buscaba exhibirse, solo quería que lo que sentía no tuviera que esconderse. Un viernes, Maximiliano la llamó a su oficina. Al entrar, él le extendió una carpeta con una propuesta formal. un nuevo cargo, más responsabilidades, más salario y un proyecto especial para liderar una línea editorial completa de contenido social. ¿Estás segura?, preguntó él. Sí, estoy lista.
Firmó con pulso firme. Salió de la oficina sin hacer ruido, pero cuando llegó a su escritorio, Tania ya lo sabía. ¿Te ascendieron? Sí. ¿Y eso qué significa? Paola sonrió. que ahora tengo que demostrar el doble, pero que por primera vez siento que puedo. Pasaron algunos meses. La campaña fue un éxito.
Paola viajó a otras ciudades, formó su propio equipo y su nombre empezó a circular en el medio. Ya no como la chica que cayó en un bote de basura, sino como una de las mentes más frescas y auténticas del diseño emocional. Una tarde, Maximiliano se acercó con un pequeño paquete envuelto en papel reciclado para ti. Ella lo abrió. Era un llavero con forma de sobre.
En una cara grabado decía, “Recuerda que puedes empezar de nuevo.” Es la primera frase que escribiste en aquella presentación, le dijo. Lo sé. Y sigue siendo verdad. Se abrazaron sin decir más. Esa noche, al llegar a casa, Paola miró su reflejo en el espejo. El mismo que una vez usó como consuelo, el mismo en el que no se reconocía.
Pero ahora sí, ahora veía a alguien que había luchado, que había llorado, que se había tropezado y que había llegado. Tomó el llavero entre los dedos y susurró, y todo empezó en un bote de basura. ¿Qué te pareció esta historia? Déjanos tu opinión en los comentarios, cuéntanos qué parte fue tu favorita y califica esta historia del cer.
No olvides darle me gusta al video, suscribirte al canal y activar la campanita para que no te pierdas nuestras próximas historias. Y si te quedaste con ganas de más, aquí en pantalla puedes hacer clic para ver otra historia emocionante que te va a encantar. Nos vemos en el próximo [Música] [Música]