Ella escapaba de su pasado y el millonario paralizado hizo algo que sorprendió a todos. Antes de comenzar, cuéntanos desde qué país estás viendo este video. Disfruta la historia. La noche caía sobre la ciudad y las luces de las casas encendían poco a poco las calles tranquilas de una zona residencial en Monterrey.
En medio de ese silencio vivía Emiliano Duarte, un hombre de 35 años que pasaba la mayor parte del día en la sala de su amplia casa. observando la calle a través de una enorme ventana. A simple vista, cualquiera pensaría que tenía una vida perfecta, pero la realidad era otra. 10 años atrás había sufrido un accidente que lo dejó paralizado de la cintura hacia abajo.
Desde entonces, su vida se detuvo igual que sus ganas de volver a vivir como antes. Emiliano se movía por la casa en su silla de ruedas con movimientos lentos y cansados. Había días en los que evitaba incluso encender la luz. Otros días simplemente dejaba pasar las horas mientras escuchaba el eco de su respiración en la casa vacía. Su matrimonio se había destruido poco después del accidente y sus amistades desaparecieron una por una.
El mismo había empujado a todos lejos, convencido de que nadie debía cargar con su miseria. Esa noche, mientras observaba las ventanas del edificio viejo que estaba justo enfrente, notó un movimiento en la entrada. Una figura delgada subía las escaleras con una bolsa de supermercado tan ligera que parecía vacía. Emiliano no sabía quién era la mujer, pero la había visto desde su ventana un par de veces.
Era joven, vestía ropa sencilla y siempre llevaba una expresión cansada, como si la vida la hubiera alcanzado antes de tiempo. No sabía su historia, pero reconocía la mirada de alguien que había aprendido a resistir. Alicia Beltrán empujó la puerta de su pequeño departamento y entró dejando caer la bolsa sobre la mesa.
Había pasado todo el día trabajando en dos empleos distintos, tratando de juntar lo suficiente para pagar la renta y comer algo decente. Llevaba semanas viviendo en ese edificio porque era el único lugar que aceptaba renta en efectivo sin pedir referencias. Después de escapar de una relación abusiva con un hombre adinerado que la controlaba en todo, Alicia había aprendido a sobrevivir con lo mínimo.
Mientras prendía la pequeña estufa para calentarse una sopa instantánea, escuchó un golpe fuerte que venía de la calle. Se asomó por la ventana. Algo en la casa de enfrente había llamado su atención. vio una sombra moverse y luego silencio. A veces había escuchado rumores sobre la persona que vivía allí, pero nunca prestó demasiada atención. Sabía que cualquiera podía tener una historia dolorosa detrás de una fachada elegante.
La noche siguiente, el viento soplaba con fuerza cuando Alicia regresaba del trabajo. Caminaba con prisa, abrazándose los brazos para protegerse del frío. Al pasar frente a la casa grande, escuchó un leve sonido metálico. Miró hacia la puerta lateral y vio que estaba entreabierta. dudó unos segundos, pero luego tocó suavemente. “Hola”, preguntó con cautela.
No obtuvo respuesta. Empujó la puerta apenas lo suficiente para asomarse. La iluminación tenue dejaba ver un pasillo largo y silencioso. Iba a retirarse cuando escuchó una voz apagada. “¿Hay alguien ahí?” Alicia dio un paso hacia adentro. solo estaba pasando. La puerta estaba abierta, respondió con voz baja. Emiliano apareció al final del pasillo, empujando su silla de ruedas con dificultad.
La miró sorprendido. No estaba acostumbrado a recibir visitas inesperadas. Se atoró la puerta, dijo con incomodidad. Estaba tratando de cerrarla. Alicia notó que él respiraba agitado, como si hubiera intentado hacerlo solo sin éxito. Se acercó un poco más. Puedo ayudarle si quiere. Emiliano dudó, pero finalmente asintió.
Ella sostuvo la puerta con firmeza hasta que logró empujarla con la silla. Cuando quedó asegurada, Alicia dio un paso atrás. Listo. Gracias, dijo Emiliano evitando mirarla por mucho tiempo. Ella sonrió ligeramente, aunque su expresión seguía mostrando cansancio. No se preocupe. Buenas noches.
Alicia salió sin esperar nada más, pero ese pequeño gesto dejó a Emiliano pensando durante horas. No recordaba la última vez que alguien le había ofrecido ayuda sin insinuaciones, sin lástima, sin mirarlo como un estorbo. A la mañana siguiente, mientras Alicia bajaba las escaleras del edificio rumbo a su trabajo, escuchó la voz del casero discutiendo con una vecina. Si no pagan la renta a tiempo, me lo saco.
No voy a estar manteniendo gente que no trabaja. Alicia siguió caminando sin intervenir. No era la primera vez que escuchaba ese tipo de comentarios. La gente asumía demasiado rápido que todos tenían las mismas oportunidades. A ella le había tomado meses poder salir de la casa del hombre que la controlaba.
A veces, incluso ahora, despertaba temblando pensando que volvería a encontrarla, pero respiraba hondo y seguía adelante. Esa tarde, cuando regresó al edificio, vio otra vez las luces encendidas de la casa de enfrente. Una sensación extraña la hizo detenerse. No sabía por qué, pero se acercó y tocó la puerta principal solo para agradecerlo de la noche anterior.
Emiliano tardó unos segundos en abrir, pero cuando lo hizo, la expresión confundida en su rostro hizo que Alicia casi se arrepintiera. Solo quería dar las gracias por lo de ayer, dijo ella. Si vuelve a atorarse la puerta o algo así, puedo ayudarle. Emiliano bajó la mirada un segundo, como si no recordara que se sentía recibir un gesto así. Aprecio que lo diga, respondió.
No estoy acostumbrado. Alicia se sonrojó ligeramente, pero mantuvo la calma. No se preocupe. Que tenga buena noche. Cuando ella se marchó, Emiliano se quedó en silencio. Algo en esa mujer le resultaba familiar, no porque la conociera, sino porque podía ver en sus ojos un dolor parecido al suyo. Una soledad que se disimulaba con rutinas y silencios.
No sabía quién era ni por qué le causaba esa impresión, pero algo en él despertaba cada vez que la veía. Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, Emiliano no se sintió completamente solo. Los días siguientes transcurrieron con una rutina silenciosa entre la casa grande y el edificio viejo.
Emiliano observaba la calle como cada tarde y Alicia cruzaba siempre la banqueta con el mismo paso, cansado pero firme. No hablaban, no se buscaban. Pero había algo en el ambiente, un reconocimiento tácito de que ambos estaban sobreviviendo a algo que no sabían cómo poner en palabras. Una tarde nublada, Alicia regresaba del trabajo con una bolsa pequeña.
Había logrado comprar un poco de pan y algo de fruta. Sabía que no le duraría mucho, pero al menos tendría algo para cenar. Al pasar frente a la casa de Emiliano, vio que la puerta lateral estaba abierta otra vez. dudó, pero se acercó. “Otra vez la puerta”, dijo asomándose con cuidado. Desde adentro se escuchó un ruido metálico y luego la voz de él.
“Sí, perdón, creo que la bisagra ya no sirve.” Alicia entró apenas un paso. “Déjeme verla”, murmuró. Se acercó a la puerta, la examinó y movió suavemente la bisagra. Emiliano la observaba sin decir nada. sorprendido por lo natural que le resultaba verla en su casa, aunque fuera solo en el umbral. “No está rota”, comentó Alicia. “Solo está floja. Tiene un desarmador.

” Emiliano parpadeó como si la palabra lo hubiera tomado desprevenido. “Creo que sí.” En un cajón del estudio. Ella caminó hacia donde él señalaba y encontró la herramienta sin problema. Al regresar, se agachó frente a la puerta y empezó a ajustar los tornillos con movimientos firmes. Emiliano la miró fijamente, sin poder evitar notar la forma en que su coleta caía hacia un lado o como su suéter base estaba un poco desgastado en las mangas. Había algo en ella que transmitía fragilidad y fortaleza al mismo tiempo.
“Listo”, dijo ella poniéndose de pie. “Gracias otra vez”, respondió él. Alicia se sacudió las manos. No tiene por qué agradecer. Solo pasé y vi la puerta abierta. Aún así, Emiliano hizo una pausa buscando palabras que hacía mucho no intentaba usar. Es extraño, pero me hace sentir acompañado. No sé cómo explicarlo.
Alicia se sorprendió por la honestidad de su voz. Había conocido hombres que gritaban, que manipulaban, que humillaban. Emiliano hablaba distinto, sin pretender nada. “Creo que todos necesitamos compañía, aunque no lo admitamos”, respondió ella. Hubo un silencio breve, pero cómodo. Alicia dio un paso hacia atrás. “Bueno, debo irme. ¡Qué descans! Emiliano asintió y la observó alejarse.
Cuando la puerta se cerró, soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Hacía años que no hablaba con alguien de esa manera. Hacía años que no sentía esa calma. Esa misma noche, mientras tomaba su medicina, dejó caer accidentalmente una caja al suelo. Se inclinó para intentar recogerla, pero la caja quedó fuera de su alcance.
murmuró una grosería y golpeó el piso con frustración. Era uno de esos momentos en los que el mundo le recordaba lo que había perdido. Alicia, que pasaba por la banqueta rumbo a una tienda, escuchó el golpe y sin pensarlo tocó la puerta. ¿Está bien? Preguntó desde afuera. Emiliano dudó, pero respondió. Se me cayó algo. No puedo alcanzarlo. Alicia abrió lentamente.
Él estaba en la sala respirando con dificultad, claramente avergonzado de mostrarse vulnerable. Ella se acercó y recogió la caja sin hacer preguntas ni comentarios. Esa simple acción significó más para Emiliano que cualquier palabra de consuelo. ¿Necesita algo más?, preguntó ella. Él tragó saliva solo. Gracias.
Ella sonrió apenas. De verdad, no pasa nada. Alicia iba a salir cuando Emiliano habló de nuevo. ¿Puedo preguntarle algo? Sí, claro. ¿Vive sola? Alicia tardó unos segundos en responder. Sí, vivo sola. Él percibió algo en su voz. una sombra, un temor, algo que no alcanzó a comprender. Decidió no insistir.
Si algún día necesita algo, puede tocar aquí, dijo Emiliano, sorprendiéndose a sí mismo. Alicia lo miró fijamente, como si no esperara escuchar esas palabras de nadie, mucho menos de un desconocido. “Gracias”, susurró. Lo tendré en cuenta. Esa noche, cuando Alicia llegó a su departamento, se permitió por primera vez en mucho tiempo recargarse contra la puerta y suspirar.
Estaba agotada, pero la imagen de Emiliano intentando recoger la caja no se le iba de la mente. No era lástima, era empatía. Ella sabía lo que era sentirse atrapada. Tal vez no físicamente como él, pero sí emocionalmente durante años. Mientras tanto, en la casa grande, Emiliano apagó la luz y miró hacia la ventana donde se veía el edificio viejo.
Una sensación tibia recorría su pecho. No sabía cómo llamarlo, pero hacía tanto que no sentía nada parecido que le asustaba y le agradaba al mismo tiempo. Al día siguiente, el Kim estaba nublado. Alicia caminaba hacia el trabajo cuando escuchó un auto detenerse a su lado. Volteó y vio a una mujer rubia.
vestida con ropa elegante y lentes oscuros. La mujer la miró con desdén. “¿Tú eres la que vive enfrente?”, preguntó. Alicia sintió un escalofrío. Había conocido ese tono antes. Ese tipo de voz que te evalúa, te clasifica, te descarta antes de que abras la boca. “Sí”, respondió con cautela. La mujer bajó los lentes y mostró una sonrisa tensa.
Solo quería decirte que ese lugar no es para gente como tú. Ten cuidado con lo que haces. Sin esperar respuesta, aceleró dejando a Alicia parada en la banqueta con el corazón agitado. No sabía quién era esa mujer, pero algo en su actitud le resultó demasiado familiar y eso la inquietó durante todo el día.
Esa noche, cuando Emiliano abrió la puerta para sacar la basura, encontró a Alicia caminando hacia su edificio con un paso más corto, como si cargara algo pesado encima. La llamó Alicia. Ella se detuvo, pero no volteó de inmediato. Cuando lo hizo, trató de sonreír. Hola, ¿estás bien? Ella dudó antes de responder. Sí, solo fue un día largo.
Emiliano la observó unos segundos, no creyó su respuesta, pero tampoco quiso forzarla. Sabía lo que era guardar dolor en silencio. Si necesitas entrar un momento, si quieres sentarte o descansar, puedes hacerlo”, ofreció él. Alicia parpadeó sorprendida. Nadie le hacía ese tipo de invitaciones desde hacía mucho tiempo.
Miró su mano temblar apenas y se dio cuenta de que por primera vez en semanas alguien le estaba ofreciendo un lugar seguro sin pedir nada a cambio. “Está bien, solo por un momento”, murmuró. Entró a la casa despacio, sin saber que ese simple paso cambiaría el rumbo de la vida de los dos. Alicia entró a la casa con pasos lentos, como si temiera que el piso fuera a romperse debajo de ella.
Emiliano la guió hacia la sala, empujando su silla con calma. El silencio entre ellos no era incómodo, pero sí estaba cargado de algo nuevo. Una sensación que ninguno de los dos entendía del todo. Alicia se sentó en el sillón tomando aire hondo para relajarse. Emiliano notó que sus manos temblaban ligeramente.
Si quieres agua, café, puedo pedirle a alguien que venga mañana a surtir la despensa, comentó él tratando de sonar natural. Alicia negó con la cabeza. No, gracias. Solo necesitaba un momento para respirar. Emiliano no entendió más de lo que ella decía. Él también había tenido días en los que apenas podía con su propia mente. ¿Te pasó algo hoy?, preguntó con cautela. Alicia apretó los labios antes de responder. Una mujer se acercó en su auto.
Me habló de una manera desagradable, como si yo fuera una intrusa. Emiliano frunció el ceño. Podía imaginar perfectamente quién había sido. Rubia, ropa elegante. Alicia asintió. Sí. Emiliano cerró los ojos por un instante. Era mi exesposa, Mariela. Alicia sintió un ligero nudo en el estómago. No sabía que estaba casado. No lo estoy respondió él. Hace tiempo que terminó.
Y no en buenos términos. Hubo un silencio mientras Alicia procesaba la información. No sé por qué me habló así, dijo ella. Porque es clasista, admitió Emiliano sin rodeos. Siempre lo fue. Y ahora que ya no está conmigo, se siente dueña de opinar, sobre todo. Alicia bajó la mirada. Me imaginé que algo así debía ser.
Emiliano se acercó un poco más con la silla sin invadirla, pero dejando claro que estaba ahí para escuchar. Perdón por lo que te dijo murmuró él. No tenía derecho. Alicia tomó aire con dificultad. No es la primera vez que alguien me habla así. Solo no esperaba que volviera a pasar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.
Había aprendido a contenerse. Yo antes vivía con alguien que me trataba como si no valiera nada, confesó Alicia casi en un susurro. Me decía que sin él no era nadie, que no podía sola. que no importaba lo que pensara, me controlaba todo, todo. Emiliano la escuchó en silencio. Cada palabra que salía de ella era un golpe en el pecho.
Un día ya no pude más, continuó ella. Me fui con lo que tenía. Desde entonces trato de no llamar la atención, pero hoy esa mujer me habló igual que él. Emiliano apretó las manos sobre los brazos de la silla. Sentía rabia, no hacia Alicia, sino hacia cualquiera que la hubiera hecho sentir menos. Aquí nadie te va a tratar así, dijo con firmeza. No pienso permitirlo.
Ella levantó la vista sorprendida por la determinación en sus ojos. Gracias, dijo suavemente. No quería contarlo, pero necesitaba decirlo en voz alta. Emiliano asintió. Cuando quieras hablar puedes venir. Si no quieres hablar también puedes venir. Esta casa ha estado vacía demasiado tiempo. Alicia sonrió por primera vez ese día.
Una sonrisa pequeña, tímida, pero real. Lo aprecio de verdad, dijo ella. Después de unos minutos decidió irse. Emiliano la acompañó hasta la puerta. Si mañana necesitas algo, dijo él, no dudes en tocar. Gracias, Emiliano. Buenas noches. Cuando se marchó, Emiliano se quedó varios minutos mirando la puerta cerrada.
Nunca imaginó que una desconocida pudiera causar tanto movimiento dentro de él tan rápido, pero lo sentía. Algo empezaba a cambiar. Al día siguiente, la rutina de siempre se vio interrumpida por un evento inesperado. Emiliano estaba en la sala tratando de alcanzar un libro en una repisa baja cuando escuchó que alguien tocaba la puerta. Se acercó despacio y abrió.
Era Rebeca, la empleada doméstica que había trabajado años en la casa. Había estado ausente unos días por asuntos familiares, pero su presencia llenó la entrada con un aire rígido e incómodo. “Señor Emiliano”, dijo ella con tono seco. “Vine a retomar mis labores.” “Está bien”, respondió él moviendo la silla hacia atrás. Rebeca entró y dejó su bolso sobre la mesa.
Sus ojos recorrieron la sala con una expresión crítica, como si esperara encontrar algo fuera de lugar. La casa está algo desordenada”, dijo ella. “Supongo que no ha tenido ayuda.” Emiliano evitó discutir. No tenía ánimo. Mientras Rebeca limpiaba, vio por la ventana el edificio viejo. Frunció el ceño.
“He escuchado cosas de ese edificio”, comentó. No es un lugar apropiado para este vecindario. Emiliano no respondió, pero la observó con atención. Rebeca continuó. Dicen que vive gente complicada ahí, gente que trae problemas. No es bueno que usted se involucre con ese tipo de personas.
Emiliano sintió un vacío helado en el estómago. No sabía por qué, pero sintió la necesidad de defenderla. Son personas como cualquier otra, respondió con voz tensa. Rebeca lo miró sorprendida. No sabía que conociera a alguien de ahí”, dijo tratando de sonar casual. Él no respondió. “Solo tenga cuidado, señor”, agregó ella. No todo el mundo merece confianza.
Esas últimas palabras lo siguieron todo el día porque lo último que quería era que Rebeca o cualquier otra persona empezara a inventar cosas sobre Alicia. Ya entrada la tarde, Alicia bajó a tirar la basura. Cuando regresó, vio que la puerta de la casa de Emiliano estaba entreabierta. Tocó suavemente. Emiliano. Él apareció enseguida. Hola.
Estaba por salir un momento al patio. Dijo. Solo quería saber si estaba bien, comentó ella. Estoy bien, respondió él, pero su voz no sonaba del todo convincente. Alicia lo notó. ¿Pasó algo? Emiliano dudó un instante, pero decidió confiar. Rebeca volvió. Voy. Alicia no sabía quién era. Ah, ella no suele ser la persona más amable, explicó él.
Alicia lo miró con suavidad. Si alguien te hace sentir mal, puedes decírmelo. Dijo ella, así como yo te lo dije ayer. Emiliano sonrió apenas. Te lo agradezco. Hubo un momento de silencio que ninguno quiso romper y luego, sin que lo planearan, Alicia entró de nuevo a la casa.
No porque necesitara algo, sino porque estar allí se sentía seguro. Hablaron un rato de cosas simples, del clima, de trabajos, de recuerdos sueltos que no dolían tanto. Y en algún punto, mientras ambos conversaban, ocurrió algo inesperado. Fue un instante pequeño, pero profundo. Las miradas se encontraron y ninguno apartó la vista.
Alicia sintió un calor recorrerle el pecho. Emiliano sintió que el mundo se detenía por un momento. No dijeron nada, pero ambos lo supieron. Algo entre ellos estaba empezando a nacer. Alicia se levantó primero. Debo irme, murmuró. Está bien, respondió él. Nos vemos mañana. Sí, mañana. Cuando ella salió, Emiliano se quedó viendo la puerta.
una vez más, esta vez con una mezcla de miedo, esperanza y un sentimiento que había creído muerto desde hacía años. Y mientras subía las escaleras de su edificio, Alicia sonreía sin poder evitarlo. Algo en su vida estaba cambiando y no sabía si debía temerle o abrazarlo. Hagamos un juego para quienes leen los comentarios. Escribe la palabra queso en la sección de comentarios.
Solo los que llegaron hasta aquí lo entenderán. Y recuerda, en la descripción te dejo algunos productos ideales para mejorar tu descanso y bienestar. Continuemos con la historia. A la mañana siguiente, Alicia despertó más temprano de lo normal. No sabía por qué, pero sentía un ligero cosquilleo en el estómago.
Se preparó rápido y bajó las escaleras del edificio con un café barato en la mano. Al salir, vio la casa de Emiliano al otro lado de la calle. Solo pensar en lo que había pasado la noche anterior le provocó una mezcla de nervios y calidez. No tenía intención de tocar la puerta tan temprano, así que simplemente siguió su camino hacia el trabajo. Pero la idea de él siguió rondando su mente durante horas.
Mientras tanto, en la casa, Emiliano intentaba concentrarse en un libro, pero cada página le parecía igual. se inclinó hacia adelante en la silla pensando en la mirada que Alicia le había dado la noche anterior. No estaba seguro de lo que estaba sintiendo, pero una parte de él tenía permitir que algo así creciera. Otra parte lo deseaba.
Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó a Rebeca hasta que ella habló. Señor Emiliano, traje lo que me pidió”, dijo ella dejando una bolsa con productos de limpieza sobre la mesa. Él apenas asintió. “Gracias.” Rebeca lo observó unos segundos. “¿Se siente bien?” “Lo veo distraído.” “Estoy bien”, respondió él, aunque sabía que no era cierto. Ella frunció el ceño. “Si necesita hablar de algo, sabe que puede confiar en mí.” Llevo muchos años en esta casa.
Emiliano sintió un nudo en el pecho. Rebeca había estado ahí desde que él era joven, pero también sabía que su forma de pensar era rígida y cargada de prejuicios. No podía decirle nada sobre Alicia. No quería que ella se convirtiera en un tema de conversación. “Solo estoy cansado”, murmuró. A pesar de su respuesta breve, Rebeca siguió hablando.
Espero que no esté dejando que gente desconocida se acerque demasiado. La mayoría solo busca sacar provecho. Usted debe tener cuidado. Emiliano levantó la vista molesto. Rebeca, por favor, no hable así. Ella guardó silencio por un momento, pero su expresión lo decía todo.
No confiaba en nadie que no estuviera a su nivel y mucho menos en personas que vivían en un edificio deteriorado. Emiliano supo de inmediato que si Rebeca llegaba a sospechar algo sobre Alicia, no tardaría en juzgarla. A media tarde, Alicia regresó a su edificio para descansar un poco antes de su turno nocturno en un restaurante cercano. Al llegar, vio a un hombre bajando de un auto de lujo frente al edificio.
Al principio no lo reconoció, pero cuando él volteó sintió que el aire se le escapaba del pecho. Era él, el hombre del que había escapado, su expareja. Alicia bajó la mirada de inmediato, intentando escabullirse hacia la entrada, pero él la reconoció en un segundo. Alicia dijo con voz grave. Ella se detuvo paralizada por el miedo.
No esperaba verte aquí, continuó él acercándose. Alicia dio un paso atrás instintivamente. No deberías estar aquí, respondió ella con voz temblorosa. Solo vine a buscar algo que dejaste, mintió él con una sonrisa tensa. Además, ¿qué haces viviendo en este lugar? Pensé que eras más lista que esto. Alicia apretó los puños. No tengo nada que hablar contigo. El hombre se acercó otro paso.
Alicia contuvo la respiración. Su corazón golpeaba tan fuerte que sentía que cualquiera podría escucharlo. No te pongas difícil, susurró él. Tú y yo tenemos asuntos pendientes. Alicia retrocedió una vez más. No, ya no. El hombre la miró con frialdad. Por un segundo, Alicia volvió a sentir esa sensación de estar atrapada como cuando vivía con él.
Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz resonó desde la banqueta. Todo bien. Alicia volteó. Emiliano estaba en su silla deteniéndose frente a ellos. Se notaba que había salido de su casa con prisa. El hombre lo observó de arriba a abajo con una mueca de burla. ¿Quién eres tú? Emiliano mantuvo la mirada firme.
Alguien que quiere saber si ella está bien. Alicia respiró un poco más tranquila al verlo. Estoy bien, respondió ella sin apartar la vista del hombre. Solo iba a entrar. El hombre la miró con desprecio y luego observó a Emiliano un segundo más antes de retroceder. Como quieras, Alicia, pero tarde o temprano vamos a hablar. subió a su auto y se fue sin decir más. Alicia se quedó quieta temblando.
Emiliano la observó con preocupación. Él es, preguntó él sin necesidad de terminar la frase. Alicia cerró los ojos por unos momentos tratando de recuperar la respiración. Sí, es él. ¿Quieres pasar?, ofreció Emiliano. Alicia asintió en silencio. Entraron a la casa sin decir palabra. Una vez dentro, ella se dejó caer en el sillón, cubriéndose el rostro con las manos. “Lo siento”, dijo Emiliano.
“No quise meterme, pero te vi nerviosa.” “No, gracias”, murmuró Alicia. “Me asusté. Pensé que no volvería a verlo.” Emiliano se acercó un poco más. No tienes por qué tenerle miedo. Alicia soltó una risa amarga. No lo conoces. Él siempre consigue lo que quiere. No soporta que alguien se le escape. Emiliano sintió un impulso extraño. Ganas de protegerla.
Ganas de no dejarla sola nunca más. No está sola, Alicia. No, esta vez. Ella levantó la vista y lo observó sorprendida por la seguridad en su voz. Emiliano, no quiero causarte problemas. No es un problema ayudarte, respondió él. Addemás, tú también has estado aquí para mí.
Alicia tragó saliva, sintiendo como las palabras le llegaban directo al corazón. Se acercó un poco más, sin saber exactamente por qué. Gracias, de verdad. Hubo un silencio largo, intenso. Alicia podía escuchar el ttac del reloj en la pared y el sonido de su propia respiración acelerada. Emiliano la miraba con una mezcla de preocupación y cariño.
No sabía cómo había llegado ese sentimiento tan rápido, pero no quería alejarlo. Alicia bajó la mirada. No quiero que él piense que estoy sola”, dijo en voz baja. Eso solo lo animaría a seguir buscándome. Emiliano dio un pequeño paso con la silla. Entonces, no lo estés. Alicia levantó la mirada sorprendida. ¿Qué? ¿Qué quieres decir? Él dudó apenas un segundo. Quédate aquí esta noche solo para que descanses.
Para que estés segura. Alicia sintió un calor recorrerle el pecho. No era miedo, era alivio. ¿Y algo más? ¿Seguro? Preguntó ella. ¿Seguro? Respondió él con voz tranquila. Alicia respiró hondo. Asintió. Está bien, gracias. Emiliano sonrió suavemente. No tienes que agradecer.
Por primera vez en mucho tiempo, Alicia sintió que había encontrado un lugar donde podía bajar la guardia. Y mientras él la observaba desde su silla, supo que algo profundo estaba empezando a unirse entre los dos. La noche apenas comenzaba y un nuevo capítulo en sus vidas también. Alicia se quedó sentada en la sala respirando con más calma. Emiliano se movió hacia la cocina para calentar un poco de té.
No quería dejarla sola ni un instante, pero tampoco quería abrumarla. Desde la silla tomó dos tazas y llenó ambas con agua caliente. Sus manos temblaron un poco, pero logró sostenerlas. Espero que te guste el té, dijo mientras regresaba. Alicia tomó la taza con cuidado. Gracias, respondió con un hilo de voz.
Se quedaron un momento en silencio, ambos bebiendo poco a poco mientras la tensión se disipaba. Afuera la calle estaba tranquila, como si nada hubiera pasado. Pero para Alicia, la presencia de su expareja había removido algo que ella creía enterrado. “No pensé que lo volvería a ver”, dijo finalmente. “Pensé que ya estaba lejos.
Tal vez solo pasó por aquí”, respondió Emiliano, aunque él mismo sabía que eso era poco probable. Alicia negó lentamente. “No, él no pasa por lugares como este sin una razón. Si vino es porque estaba buscándome.” Emiliano apretó los labios. No quería imaginar lo que ese hombre le había hecho antes.
Había visto miedo en los ojos de Alicia, pero también había visto fuerza. una fuerza que ahora parecía mezclarse con vulnerabilidad. “No voy a dejar que te lastime”, dijo él de manera firme. Alicia suspiró. No quiero meterte en eso. Él es complicado. Yo también, respondió Emiliano con una leve sonrisa. Ella soltó una pequeña risa, un sonido que él no había escuchado antes.
Era suave, cálido, y por un segundo ambos olvidaron todo lo que pasaba afuera. Después de un rato, Alicia dejó la taza sobre la mesa. ¿Dónde podría dormir? Preguntó con un poco de pena. No quiero incomodarte. ¿Puedes usar la habitación de huéspedes? Respondió Emiliano. Está limpia. Nunca la uso. Alicia asintió.
Lo siguió por un pasillo iluminado con una luz tenue. Emiliano abrió la puerta y ella se quedó quieta unos segundos. La habitación era sencilla, pero acogedora, mucho más de lo que estaba acostumbrada. Gracias de verdad, repitió ella. Descansa respondió él. Si necesitas algo, estaré en la sala. Alicia entró.
cerró la puerta y apoyó la espalda en ella. Se dejó caer en la cama exhalando despacio. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba en un lugar donde no tenía miedo de quedarse dormida. En la sala, Emiliano se quedó mirando la puerta. Sus pensamientos estaban revueltos. Una parte de él quería protegerla, otra parte quería entender lo que estaba sintiendo y otra simplemente disfrutaba de saber que ella estaba allí bajo el mismo techo.
Pasó un rato antes de que él mismo se quedara dormido en el sillón. A la mañana siguiente, Alicia despertó sobresaltada por un ruido suave. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Cuando abrió la puerta, vio a Emiliano en la sala acomodándose en la silla. “Buen día, dijo él. ¿Dormiste ahí?”, preguntó ella.
“Sí, no quería ocupar más espacios”, respondió él con naturalidad. Alicia suspiró. “Debiste haber dormido en tu habitación. Yo podía tomar el sillón.” “No, la interrumpió. Estás aquí porque necesitas descansar. y quiero que descanses. Alicia sintió un calor recorrerle el pecho. Había pasado años escuchando gritos, órdenes, insultos y ahora tenía enfrente a un hombre que la trataba con cuidado, con respeto, sin pedir nada a cambio.
Gracias, Emiliano. En serio, gracias. Él asintió. ¿Quieres desayunar algo? Alicia dudó. No quiero que gastes de más. No estoy gastando nada”, dijo él. “Solo estoy usando lo que ya tengo.” Alicia sonrió tímidamente. “Bueno, si insistes.” Ambos se fueron a la cocina. Emiliano se movió despacio buscando pan y fruta.
Alicia lo observó en silencio. Había momentos en los que él parecía tan fuerte, pero otros en los que su fragilidad era evidente. No sabía cómo había pasado, pero en muy poco tiempo se había encariñado con él. Mientras desayunaban, Alicia rompió el silencio. Me da miedo que él vuelva. Emiliano dejó la taza en la mesa. Si vuelve, yo estaré aquí.
Y esta vez no está sola. Alicia lo miró directamente a los ojos. No sabía por qué, pero creyó cada palabra. Empezó a sentirse más tranquila. Más tarde, ella se preparó para ir al trabajo. Emiliano la acompañó hasta la puerta. “Volveré después de mi turno”, dijo Alicia. “Aquí estaré.” Al salir a la banqueta, Alicia volteó a ver la casa.
Algo dentro de ella se había quedado ahí, como si ya no perteneciera del todo a su pequeño departamento del edificio viejo. Emiliano la observó alejarse hasta que la perdió de vista, pero su tranquilidad duró poco. Minutos después, Rebeca entró a la sala sin avisar. Vi a esa muchacha saliendo de aquí. Soltó sin rodeos.
¿Puedo preguntar qué estaba haciendo en su casa? Emiliano sintió una punzada de molestia. No es asunto tuyo, Rebeca. Lo es y pone en riesgo la seguridad de esta casa, insistió ella. No sabemos nada de esa mujer. ¿De dónde viene? ¿Qué quiere? Emiliano la miró con dureza. No vuelvas a hablar de ella así. Rebeca apretó los labios claramente ofendida. Solo lo digo por su bien, señor.
La gente de su situación siempre trae problemas. Emiliano cerró los ojos un segundo para contenerse. Rebeca, por favor, bájale al tono. Ella negó con la cabeza. Solo espero que no se arrepienta. La gente así se acerca por algo. Siempre. Ya basta, respondió él. No voy a hablar de esto contigo.
Rebeca se marchó molesta a la cocina, murmurando cosas que él no quiso escuchar. Emiliano suspiró. No quería conflictos, pero tampoco iba a permitir que ella se metiera en la vida de Alicia. El día avanzó y cayó la tarde. El sol se ocultaba cuando Alicia regresó. Traía una expresión cansada, pero al ver a Emiliano en la puerta, su rostro se iluminó un poco. Hola, saludó.
Hola, respondió él. ¿Cómo te fue? Fue pesado, pero bien. Alicia entró a la sala mientras Emiliano la observaba. Ella dejó su bolso en la mesa y respiró hondo. Estuve pensando, dijo Alicia. Tal vez debería buscar otro lugar para vivir. Si él vuelve, no quiero que me encuentre ahí. No quiero que te meta en problemas. Emiliano se acercó con la silla.
Alicia, no tienes que irte. Podemos ver qué hacer. Puedes quedarte aquí si lo necesitas. Alicia lo miró sorprendida. No puedo abusar de tu hospitalidad. No estás abusando de nada, interrumpió él con voz suave. A veces las personas que están rotas necesitan estar cerca para poder sanar. Ella sintió un nudo en la garganta.
No sabía cómo responderle, pero se acercó un poco más. Emiliano, gracias. Entre ambos se formó un silencio intenso distinto a todos los anteriores. Un silencio lleno de algo que ninguno se atrevía a nombrar todavía. Alicia se sentó a su lado. ¿Puedo quedarme un rato? Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
Ella sonrió y por primera vez Emiliano sintió que su casa ya no estaba vacía. Lo que ninguno de los dos sabía era que ese lazo que estaban formando pronto sería puesto a prueba de la peor manera. Los días siguientes se volvieron una rutina extraña pero cálida. Alicia pasaba más tiempo en la casa de Emiliano y poco a poco ambos comenzaron a compartir espacios que antes les parecían imposibles.
A veces conversaban durante horas, otras simplemente se quedaban en silencio mientras la tarde caía. Y aunque ninguno lo decía en voz alta, ambos sentían que algo fuerte se estaba formando entre ellos. Pero mientras eso sucedía, alguien más observaba. alguien que no estaba dispuesto a permitir que esa cercanía se hiciera más profunda. Una mañana, Rebeca llegó más temprano de lo habitual.
Entró sin hacer ruido, como solía hacerlo, pero su mirada se desviaba constantemente hacia la ventana buscando algo. Cuando vio a Alicia cruzar la calle rumbo a la casa, su expresión cambió. Alicia entró con una sonrisa tímida. Buenos días, saludó. Buenos días”, respondió Emiliano desde la mesa del comedor. Rebeca detuvo su limpieza y cruzó los brazos.
“¿Otra vez aquí?”, preguntó con un tono cortante. Alicia se tensó, pero mantuvo la calma. “Solo vine a dejar unas cosas”, dijo. Pero Rebeca no dejó pasar la oportunidad. “¿Y piensa venir todos los días?” Este no es un albergue, soltó con frialdad. Emiliano giró su silla hacia ella. Rebeca, suficiente. Ella lo miró con una mezcla de decepción y molestia. Solo estoy diciendo lo que alguien tiene que decir.
No es apropiado. No tienes derecho a hablarle así, dijo Emiliano con dureza. Rebeca quedó en silencio unos segundos, pero la mirada que le lanzó a Alicia fue suficiente para dejar claro que aquello no había terminado. Alicia intentó no demostrarlo, pero la incomodidad era evidente. Emiliano lo notó. “No le hagas caso”, murmuró él.
A veces dice cosas sin pensar. Alicia sonrió ligeramente, aunque por dentro estaba nerviosa. Estoy bien, solo me incomoda que piense que estoy abusando de ti. No lo estás, respondió Emiliano. Y yo decido quién entra a mi casa, no ella. El resto de la mañana transcurrió tranquilo.
Alicia ayudó a Emiliano a ordenar algunos papeles que llevaba días sin revisar. A veces, mientras organizaban las carpetas, sus manos se rozaban sin querer y ambos bajaban la mirada tratando de ocultar el impacto que ese simple contacto tenía en ellos. Al caer la tarde, Alicia salió a recoger algo a su departamento. Emiliano la despidió desde la puerta. “Regreso en un rato”, dijo ella, “Aquí estaré.
” Pero en cuanto Alicia desapareció entre las escaleras del edificio, Rebeca entró a la sala con paso firme. “Necesito hablar con usted”, dijo casi ordenando. Emiliano suspiró. No tenía energía para discutir, pero sabía que no la detendría. ¿Qué pasa? Rebeca se acercó bajando la voz. Esa muchacha está ocultando algo.
No es normal que venga tanto. Y no es normal que usted la defienda de esa manera. Alicia no está ocultando nada, respondió él. ¿Y cómo puede estar seguro? Insistió ella. Vive en un edificio lleno de gente problemática. No sabemos nada de su vida. Sé más de ella de lo que crees respondió Emiliano tratando de contener su frustración. Rebeca entrecerró los ojos.
Se lo dijo ella. Solo porque tiene una carita triste ya piensa que es confiable. No es asunto tuyo dijo él con firmeza. Pero Rebeca no se detuvo. Pues debería hacerlo. Usted es vulnerable, señor. Ha pasado años siendo víctima de personas que solo buscan aprovecharse y esta muchacha se está metiendo demasiado rápido en su vida. Emiliano apretó los puños. Alicia no es como los demás. Rebeca arqueó una ceja.
Todos dicen eso al principio. Rebeca, basta, repitió él más fuerte. Esta vez no tienes derecho a hablar así. Ella dio un paso atrás, sorprendida por su tono. Entonces, supongo que ya no necesita mis consejos dijo con frialdad. Solo necesito que respetes mis decisiones.
Rebeca guardó silencio un momento, luego tomó sus cosas. Voy a terminar la cocina. Si me vuelve a necesitar, estaré ahí. Emiliano la vio alejarse, pero un mal presentimiento se quedó flotando en el aire. Rebeca era leal, sí, pero también era terca, orgullosa y profundamente clasista. y él sabía que esa combinación podía ser peligrosa cuando se mezclaba con inseguridad. Horas más tarde, Alicia regresó.
Al verla, el ambiente cambió de inmediato. Emiliano se relajó. Alicia sonrió. ¿Todo bien?, preguntó ella al notar la tensión que aún quedaba. Sí, solo fue un día complicado, respondió él. ¿Y tú? Todo bien, aunque escuché voces cuando venía. ¿Estabas discutiendo? Emiliano dudó. Solo fue Rebeca, admitió. A veces dice cosas que no debería. Alicia sintió un pequeño nudo en el estómago.
No quiero ser un problema para ti. Tú no eres el problema, respondió Emiliano. El problema es que algunos creen que las personas se pueden medir por el lugar donde viven. Alicia bajó la mirada. Eso me ha pasado antes y no dejaré que pase aquí, dijo él con suavidad. Alicia levantó los ojos.
Por un segundo, Emiliano sintió que el mundo entero se hacía pequeño. Esa mirada, tan vulnerable, tan sincera, tan llena de emociones que no lograba describir. “Gracias”, susurró ella. Emiliano tragó saliva. Había muchas cosas que quería decirle, pero ninguna salía. Su voz parecía atrapada en la garganta. “Aia, ella dio un paso más cerca.
¿Qué pasa? Él respiró profundo. No quiero que te sientas obligada a venir, pero tampoco quiero que dejes de venir. Alicia sonrió suavemente. No estoy obligada. Vengo porque quiero. Esas palabras le hicieron vibrar el pecho. Él no sabía cómo expresarlo, pero la felicidad que sintió en ese instante era tan grande que casi le dolió.
Estoy contento de que estés aquí, dijo. Y yo también. respondió ella. Aquí me siento bien. El ambiente entre los dos cambió. La cercanía, la tensión, el deseo de decir más. Todo se volvió más evidente. Alicia bajó la mirada tratando de controlar el temblor en sus manos. Emiliano respiró hondo, sintiendo como el corazón le latía más rápido.
Estuvieron a punto de decir algo más, pero un ruido interrumpió el momento. Alguien tocó la puerta principal. Ambos se tensaron. Emiliano se giró hacia la entrada. ¿Esperas a alguien?, preguntó Alicia. No, respondió él. Alicia tragó saliva. Algo en el tono del golpe le puso la piel de gallina. La puerta volvió a sonar más fuerte. “No abras”, susurró ella, pero Emiliano ya avanzaba hacia la entrada, impulsado por la misma mezcla de nervios y determinación que sentía Alicia. Cuando abrió la puerta, se quedó helado.
Alicia se cubrió la boca con la mano sin poder creer lo que veía. El hombre que había detenido en la calle días antes estaba allí. Sonreía. Una sonrisa que helaba la sangre. “Buenas noches”, dijo él con un tono demasiado tranquilo. “Creo que tenemos asuntos pendientes.” Alicia dio un paso atrás sintiendo como el miedo le hacía temblar las rodillas.
Y Emiliano supo que esa noche nada volvería a ser igual. “Hagamos otra broma para quienes solo revisan la caja de comentarios. Escriban la palabra enchiladas.” Los que llegaron hasta aquí entenderán el chiste. Continuemos con la historia. El hombre cruzó el umbral sin pedir permiso, empujando apenas la puerta como si fuera dueño del lugar.
Emiliano retrocedió un poco con la silla, sorprendido por la actitud descarada. Alicia sintió que el aire se volvía más pesado. Su corazón iba demasiado rápido. ¿Qué estás haciendo aquí?, preguntó Alicia con voz temblorosa. El hombre ladeó la cabeza sonriendo con una tranquilidad inquietante. “Solo vine a platicar”, respondió él.
“Me preocupa tu bienestar, Alicia. Te vas sin avisar, sin despedirte. ¿Es eso justo?” Alicia sintió que sus manos empezaban a temblar. Los recuerdos que había intentado enterrar regresaron como un golpe. Emiliano notó su expresión y su impulso protector creció.
Ella no quiere hablar contigo interrumpió Emiliano con voz firme. El hombre lo miró con una mezcla de burla y desdén. ¿Y tú quién eres? Ah, ya veo. El dueño de la casa, el héroe en silla de ruedas. Alicia apretó los puños. No hables así”, dijo ella, “no tienes derecho.” Él avanzó un paso, ignorando por completo el clima que estaba creando.
“A, no entiendo por qué te escondes aquí. No puedes vivir en un lugar así. Tú sabes que esto no es para ti. Te estás rebajando.” Ella dio un paso atrás. Ya no tienes nada que decirme. Me fui porque quise, porque estaba cansada de ti. Por un momento, algo en la mirada de él se endureció. No digas tonterías, respondió. No puedes sobrevivir sola.
Te lo dije muchas veces, pero parece que te cuesta entenderlo. Y ahora miró a Emiliano con una sonrisa torcida. Veo que estás buscando cariño en cualquier lado. Emiliano sintió un nudo de enojo en el pecho. Vete, dijo con un tono que no había usado en años. El hombre levantó una ceja.
¿Me estás corriendo tú? Sí, respondió Emiliano sin titubear. Te lo estoy diciendo yo. ¡Lárgate! El hombre soltó una risa burlona. Mira nada más. ¡Qué valiente! ¿Qué vas a hacer si no me voy? Alicia respiró profundo y dio un paso adelante. Yo sí voy a decirte que va a pasar, dijo intentando que su voz no temblara. Si no te vas, voy a llamar a la policía. Él giró lentamente hacia ella.
¿De verdad crees que te van a creer a ti?, preguntó él. A ti, a una mujer que vive en un edificio deteriorado, a una mujer que huyó. Tú no tienes nada, Alicia. Nada. Ella sintió un golpe en el pecho, pero antes de que él pudiera acercarse, Emiliano avanzó con la silla colocándose justo frente a Alicia como un escudo.
“Te dije que te fueras”, repitió él con la voz baja, contenida, peligrosa. El hombre lo miró con frialdad. “Aia, no vas a quedarte con este tipo. No seas absurda.” Ella dio un paso hacia Emiliano poniendo su mano sobre el respaldo de la silla. Fue un movimiento pequeño, pero lleno de significado. Para los tres.
Me quedo donde yo quiera dijo Alicia. Y quiero estar aquí. El silencio que siguió fue helado. El hombre apretó los dientes. Esto no se va a quedar así. Sin agregar nada más, dio media vuelta y salió cerrando la puerta con fuerza. Alicia soltó el aire de golpe. Sus piernas temblaban. Emiliano giró la silla hacia ella. ¿Estás bien? Ella negó con la cabeza.
No podía mentirle. No, pero estoy mejor aquí que allá afuera. Emiliano estiró la mano y tomó la de ella sin pensarlo demasiado. Alicia no se apartó, al contrario, apretó sus dedos como si necesitara sentir que alguien la sostenía. No voy a dejar que te haga daño”, dijo Emiliano. “Te lo prometo.
” Alicia bajó la mirada, pero una lágrima silenciosa cayó sobre su mejilla. Emiliano subió la mano y la limpió con el pulgar. El gesto fue tan suave que le recorrió el pecho como un rayo. Ella levantó la vista y por un segundo que pareció eterno, sus ojos se encontraron en silencio. Un silencio lleno de emociones, de heridas, de esperanzas nuevas que ninguno se atrevía a nombrar.
Pero el momento se interrumpió cuando se escuchó la voz de Rebeca entrando por la puerta trasera. “Señor Emiliano, ¿qué fue ese ruido?”, preguntó ella. Alicia se apartó. rápidamente limpiándose la cara. Emiliano apretó los labios. No quería que Rebeca se involucrara. Nada importante respondió Emiliano. No es asunto tuyo. Rebeca miró de reojo a Alicia y luego la puerta principal. Escuché la voz de un hombre, dijo curiosa.
¿Quién era? Nadie, respondió Alicia sintiendo su corazón acelerar. Rebeca entrecerró los ojos. Espero que no traigas problemas”, comentó con un tono que buscaba provocar. Emiliano levantó la voz, algo que casi nunca hacía. “Rebeca, ya te dije que no te corresponde opinar.” Ella frunció el ceño y salió hacia la cocina, pero no sin antes lanzar una última mirada llena de desconfianza hacia Alicia, una mirada que decía más de lo que se atrevía a pronunciar.
Cuando ella desapareció, Alicia dejó escapar un suspiro largo. No quiero causarte problemas, dijo. Tú no eres el problema, respondió Emiliano. Los problemas vienen de afuera, no de aquí. Alicia se acercó y volvió a tomar su mano. No sé por qué eres tan amable conmigo. Porque lo mereces, respondió él. Sus ojos se volvieron a encontrar y Alicia dio un paso más cerca.
Emiliano sintió que el aire le faltaba. No sabía qué pasaría, pero no quería alejarse. Emiliano susurró ella, él tragó saliva. Dime. Alicia acercó su frente a la de él, lenta, temblando, como si temiera romper algo invisible entre ambos. Emiliano cerró los ojos un instante. El mundo entero pareció detenerse.
Me da miedo, pero también siento algo que no había sentido en mucho tiempo admitió ella. Emiliano apenas respiraba. Yo también, dijo con voz baja. Alicia iba a decir algo más, pero un golpeteo en la ventana lo sobresaltó. Ambos se alejaron confundidos. Cuando Emiliano giró la silla para asomarse, vio una sombra moviéndose del otro lado de la barda.
No era el ex de Alicia, era alguien más. La voz de Rebeca resonó desde la cocina. Señor Emiliano, alguien dejó esto en la entrada. Apareció sosteniendo un sobre blanco. Emiliano sintió un escalofrío. Alicia también. ¿Quién lo dejó?, preguntó él. No sé, respondió Rebeca. Solo lo encontré en el piso. Alicia tragó saliva. Abrimos. Emiliano dudó. Tomó aire. Luego asintió.
Sí, ábrelo. Alicia lo abrió con cuidado. Sacó una hoja doblada. Cuando la extendió, su rostro palideció. ¿Qué dice?, preguntó él. Alicia tembló. Sé dónde vives y sé con quién estás. Emiliano sintió como la sangre le golpeaba las cienes. Alicia dejó caer la hoja. Él no se va a detener, Emiliano. Emiliano tomó su mano con fuerza.
Entonces tendremos que enfrentarlo juntos. Alicia lo miró sin poder hablar y justo cuando el miedo parecía dominar la noche, un nuevo sonido rompió la tensión. El timbre de la puerta. Otra vez largo, insistente. Ambos se quedaron congelados. Lo que venía a continuación podría cambiarlo todo.
El sonido del timbre seguía vibrando en la casa como si alguien lo presionara con desesperación. Alicia dio un salto y retrocedió mientras Emiliano sintió una punzada en el pecho. El sobre todavía estaba en el suelo abierto con el mensaje amenazante expuesto como una herida fresca. “No abras”, dijo Alicia con voz ahogada.
“No lo haré”, respondió Emiliano, aunque él mismo estaba luchando por mantener la calma. El timbre volvió a sonar, esta vez más largo y pesado, como si quisiera anunciar que no se iría hasta obtener una respuesta. Rebeca apareció de nuevo en la sala alarmada. Señor Emiliano, ¿lamo a alguien? A la policía. Alicia negó rápidamente. No, no, por favor, solo esperemos.
Pero Emiliano sabía que eso no podía durar. La tensión era insoportable. El silencio entre cada timbrazo era incluso peor, porque dejaba espacio para imaginar cualquier cosa viniendo del otro lado de la puerta. De pronto, el timbre se detuvo. La casa quedó completamente en silencio. Por un instante, nadie respiró.
Alicia tomó la mano de Emiliano, que estaba helada. Él alzó la mirada hacia ella y la apretó con fuerza. “Voy a asomarme por la cámara”, murmuró. Ten cuidado”, susurró ella. Emiliano se acercó a la pantalla pequeña junto a la puerta. Miró fijamente y su expresión cambió de inmediato. “No es él”, dijo con alivio. Alicia sintió que sus piernas recuperaban un poco de fuerza.
“Entonces, ¿quién es?” Es mi mamá”, respondió Emiliano medio sorprendido. Alicia abrió los ojos con nerviosismo. No era la amenaza que esperaba, pero tampoco era una visita sencilla. Se apartó un poco, nerviosa, porque no sabía cómo reaccionaría Leticia al verla allí. Emiliano abrió la puerta con precaución. Leticia estaba de pie con un abrigo claro y una expresión tensa.
Emiliano, ¿estás bien? preguntó ella apenas vio a su hijo. Sí, mamá. ¿Qué pasa? Leticia entró sin esperar invitación. Rebeca se hizo a un lado para saludarla, pero Leticia apenas le dedicó una mirada rápida. Estoy aquí porque escuché rumores, cosas que no entiendo. Y vine a verte, dijo Leticia mirando alrededor. Pero al parecer llegué en mal momento.
Alicia estaba junto a la pared tratando de hacerse lo más pequeña posible. Leticia la vio de inmediato. ¿Quién es ella? Preguntó con tono seco. Alicia sintió que el piso se movía bajo sus pies. Emiliano respiró hondo. Ella es Alicia y está conmigo. Leticia no respondió enseguida.
Su mirada recorrió a Alicia de arriba a abajo, evaluándola. No vio ropa elegante, joyas ni nada que indicara clase alta. Solo vio a una joven con ojos cansados y suéter desgastado. Su primera reacción fue fruncir el ceño contigo. Repitió Leticia. ¿Qué significa eso? Significa, respondió Emiliano sin dudar, que es importante para mí y que la respeto y que no voy a permitir que nadie la trate mal.
Leticia abrió la boca para replicar, pero se detuvo cuando vio la expresión firme de su hijo. Algo en él era distinto. Algo en él se había encendido. “¿Podemos hablar a solas?”, preguntó Leticia. “¿No? respondió él inmediatamente. Lo que tengas que decir, díselo también a ella. Alicia sintió un nudo en la garganta. empezó a temblar ligeramente.
Leticia respiró profundo intentando calmarse. Hijo, no es que yo quiera meterte en problemas, pero sabes cómo es esta ciudad, sabes cómo habla la gente, sabes lo que dicen cuando alguien como ella señaló a Alicia sin delicadeza se acerca a una casa como esta. Alicia cerró los ojos por un instante. Sus peores temores estaban sucediendo.
Emiliano avanzó la silla hacia su madre. Mamá, ella no es alguien como ella. Ella es Alicia y la conozco mejor de lo que cualquiera cree. Tiene más valor que todos los que nos dieron la espalda cuando yo quedé en esta silla. Leticia lo miró sorprendida. Emiliano nunca alzaba la voz, nunca hablaba así, no merecía la vida que tuvo, continuó él. Y no voy a dejar que nadie la juzgue por lo que no tiene.
Alicia tragó saliva. Cada palabra le llegaba como un golpe directo al corazón. Jamás nadie la había defendido así. Leticia se quedó un momento en silencio. Luego miró de nuevo a Alicia, esta vez sin desafiarla. ¿Puedo saber qué está pasando realmente? Preguntó Leticia con voz más suave. Alicia dudó, pero finalmente habló.
Mi expareja está buscándome y me dejó un mensaje hoy. Mostró la nota del sobre. Leticia la leyó y su rostro perdió color. Pero esto es una amenaza. Esto es grave. Por eso está aquí. Dijo Emiliano para estar segura. Leticia comprendió al instante. Se llevó una mano al pecho, procesando lo que veía. Alicia, yo tartamudeó.
No sabía lo que estabas pasando. Ella no dijo nada. Perdóname, susurró Leticia. A veces uno se deja llevar por prejuicios. Alicia asintió sin saber qué decir. Leticia respiró hondo. “Me quedo esta noche con ustedes”, dijo con decisión. Rebeca abrió mucho los ojos, sorprendida. “Señora, ¿estás segura?” Leticia la miró con firmeza. Más segura que nunca.
Alicia sintió que el miedo se descongelaba un poco, no porque Leticia fuera la solución a todo, sino porque Emiliano había sido un muro entre ella y el mundo desde el primer instante. La noche avanzó lentamente. Leticia se quedó en la sala revisando documentos de Emiliano. Rebeca murmuraba cosas mientras limpiaba, claramente molesta por los cambios.
Al final, cuando la casa quedó tranquila, Alicia y Emiliano se quedaron solos. Un momento. Gracias por defenderme, murmuró Alicia. No tienes que agradecer. Lo dije porque lo siento. Ella se acercó lentamente y se agachó junto a él. Te juro que no quiero traerte problemas. No eres un problema, repitió él. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Alicia sintió que el mundo se hacía pequeño alrededor de ellos.
Emiliano levantó la mano y tocó su mejilla muy despacio. Alicia susurró. Ella cerró los ojos respirando su cercanía. No sé qué está pasando entre nosotros, murmuró ella, pero quiero que siga pasando. Él sonrió con ese gesto suave que ella adoraba. Yo también. Alicia inclinó la cabeza acercándose.
Emiliano hizo lo mismo y por fin sus labios se encontraron en un beso lento, profundo, lleno de todo lo que habían callado durante días. Un beso que no necesitaba explicaciones, un beso que decía más que cualquier palabra, un beso que por primera vez en mucho tiempo les hacía sentir que el futuro podía ser diferente.
Cuando se separaron, Alicia apoyó su frente en la de él. Tengo miedo, pero contigo me siento segura. Y yo contigo, respondió Emiliano. La noche fue tranquila después de eso. No hubo golpes en la puerta. No hubo sombras moviéndose, solo dos personas que por primera vez en mucho tiempo encontraron un respiro. Al amanecer, la amenaza todavía seguía ahí afuera.
Pero dentro de esa casa había algo más fuerte, algo que ambos juraron proteger. Alicia tomó la mano de Emiliano y le sonrió. El futuro era incierto, pero estaban juntos y eso por ahora era suficiente. No olvides dejar tu me gusta y suscribirte. Comenta qué parte de esta historia te llegó más y califícala del cero al 10. Tu apoyo ayuda a seguir trayendo más relatos como este.
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