El millonario quedó arruinado hasta que llegó la repartidora e hizo lo que ningún programador pudo. Antes de iniciar, escribe en los comentarios desde dónde nos acompañas. Disfruta la historia. Lucía Andrade entró al enorme edificio con una caja de pizza en las manos, pensando que sería otra entrega rápida para cobrar la propina e irse. Pero desde el primer paso notó que algo no estaba bien.

 La oficina estaba hecha un caos total. Hombres y mujeres de traje corrían en todas direcciones. Teléfonos sonaban sin parar. Las pantallas gigantes en las paredes parpadeaban con códigos rojos y mensajes de error, como si todo el sistema estuviera explotando por dentro.

 El ambiente era tan tenso que cualquiera podía sentirlo en la piel. En medio del desastre, un hombre alto de traje negro gritaba órdenes desesperadas que nadie parecía poder seguir. Ese era Rodrigo Beltrán, CEO de Innovatech México, una de las empresas tecnológicas más importantes del país. Sus manos temblaban mientras gritaba que estaban perdiendo todo.

 Si no arreglamos esto en minutos, se van a ir miles de millones a la basura”, exclamó con la voz al borde de quebrarse. Lucía, confundida, levantó la caja de pizza como si nada y dijo en su tono normal, “Buenas, traigo su pedido.” Nadie volteó, nadie la oyó. Avanzó entre los empleados hasta quedar frente a Rodrigo, que estaba tan alterado que casi no podía respirar.

Ella habló más fuerte. Señor, su pizza ya llegó. Rodrigo la miró con el rostro rojo, sudor en la frente y los ojos llenos de desesperación. ¿No ves lo que está pasando? Estoy a punto de perder mi empresa completa y tú vienes a hablarme de pizza. Lucía arqueó una ceja. Pues explíqueme qué está pasando. Un ataque.

Golpeó la mesa tan fuerte que una taza cayó al suelo. Nos están hackeando. Están destruyendo nuestros sistemas y nadie puede detenerlos. Lucía respiró hondo y respondió sin dudar. Puedo ayudar. Toda la oficina soltó carcajadas al instante. Uno de los programadores comentó con burla. Ah, sí, claro.

 La repartidora de pizza va a salvar Inovate. Perfecto. Otro agregó riéndose. Trae postre también a ver si eso arregla nuestros servidores. Pero Lucía no retrocedió. Se plantó frente a Rodrigo y dijo, “Deme una oportunidad.” Rodrigo estaba desesperado. Su equipo tecleaba sin parar, pero cada pantalla mostraba más fallas, más archivos corruptos. más instruciones. En su mirada había derrota.

 Se quedó viendo a Lucía un momento que pareció eterno y finalmente se dio. Si logras arreglar esto, te doy $200,000. Lucía sonrió, puso la caja de pizza sobre una mesa libre y dijo, “Eso me cambiaría la vida, señor.” Sin más, arrastró una silla, empujó suavemente a un programador para tomar su lugar y comenzó a escribir sin perder un segundo.

 La oficina, que hacía unos minutos se burlaba de ella, ahora la miraba en completo silencio. Sus dedos volaban sobre el teclado con una agilidad que ninguno de ellos había visto antes. “Necesito otra computadora”, ordenó. Un empleado corrió a traerla. Lucía empezó a trabajar con ambas al mismo tiempo, saltando entre ventanas, copiando líneas, bloqueando accesos, creando filtros.

 El sudor le escurría por la frente mientras las alarmas seguían sonando. “¡Cierra esa ventana!”, gritó a uno de los programadores. Esta no la otra rápido. Pero cuando la cerró, la pantalla se volvió roja otra vez. Rodrigo se tomó la cabeza con ambas manos. Ya estuvo. Ya perdimos. Cállese y déjeme trabajar. Soltó Lucía sin despegar los ojos de las pantallas. Las cosas empeoraron.

Los informes señalaban cuentas congeladas, datos privados siendo copiados, accesos forzados a servidores clave. Algunos empleados ya estaban a punto de llorar. De pronto, una de las pantallas volvió a la normalidad. Luego otra y otra. Alguien murmuró. Lo lo está logrando, pero la calma duró poco.

 Un nuevo ataque entró con más fuerza, como si los hackers hubieran estado esperando ese momento. Lucía abrió los ojos como platos. No puede ser. Las luces de la oficina parpadearon. El servidor principal comenzó a emitir un pitido fuerte y constante. Rodrigo cayó en una silla derrotado. Esto es el final. Lucía no se detuvo.

 Sus dedos se movían tan rápido que parecía que estaba tocando un instrumento en plena guerra. Eliminaba procesos, cerraba accesos, reiniciaba defensas, levantaba barreras y volvía a atacar. Todo al mismo tiempo. De pronto, una pantalla se puso verde. Luego otra y otra hasta que todo el sistema marcó recuperación total. Lucía soltó el teclado agotada con las manos temblando. “Listo”, susurró.

 La oficina explotó en aplausos y gritos de alivio. Muchos se acercaron impresionados. Rodrigo la veía como si hubiera presenciado un milagro. Sacó una carpeta de piel, la abrió y extendió un cheque. $200,000. Acabas de salvar miles de millones. Lucía tomó el cheque y sonrió con cansancio.

 Señor Beltrán, definitivamente es la propina más cara que me han dado. Ajustó su mochila, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida. Nadie decía nada. Rodrigo la siguió con la mirada, atónito, sin poder creer que esa joven de jeans y sudadera acababa de hacer algo que su empresa entera no pudo. Lo que ninguno sabía era que esa noche no sería el final. iba a ser el inicio de algo mucho más grande.

 Tres semanas después del incidente, Lucía estaba frente a un local pequeño en la Ciudad de México. Era viejo, con la pintura desgastada y ventanas polvosas, pero para ella era perfecto. Había reunido parte del dinero del cheque para abrir su sueño, una cafetería y pastelería. Con esfuerzo renovó todo, pintó las paredes en tonos claros, colocó mesas de madera rústica, instaló lámparas cálidas y llenó la vitrina con pasteles y panes que se veían increíbles.

 En la ventana, con letras doradas sencillas, se leía Café Dulce Lucía. Ese día abrió a las 8 en punto. Los primeros clientes entraron atraídos por el aroma a vainilla y café recién hecho. Una señora mayor fue la primera en hablar. Qué bonito lugar, hija. Lucía sonrió. Gracias. ¿Quiere probar pastel de zanahoria? Es la especialidad.

 La mujer lo probó y abrió los ojos sorprendida. Está buenísimo. No comía algo así desde hace años. La noticia se esparció rápido. En pocos días, Café Dulce Lucía se convirtió en el lugar favorito del barrio. Familias, estudiantes, parejas. Todos querían probar lo que ella hacía, pero la tranquilidad duraría poco porque el hombre al que había salvado semanas atrás estaba a punto de volver a su vida y a su corazón.

Los días en Café Dulce Lucía se volvieron una rutina hermosa para Lucía. Se levantaba antes del amanecer, preparaba masa, horneaba panques, pasteles, galletas y decoraba cupcakes mientras la cafetera llenaba el local con ese aroma que parecía abrazar a todos los que entraban. La gente comenzó a llegar con más frecuencia y el negocio florecía.

 Hasta que un jueves por la tarde la campanita de la puerta sonó. Bienvenido. Lucía levantó la vista y se quedó congelada. En la entrada, con un traje negro perfectamente planchado y una expresión de sorpresa sincera, estaba Rodrigo Beltrán. Él también parecía sorprendido, como si no esperara verla ahí, como si su imagen horneando cupcakes y limpiándose las manos en un delantal resultara completamente nueva.

 “Así que esto hiciste con el dinero”, dijo con una sonrisa suave. Lucía intentó sonar casual. Invertí en azúcar y harina, mucho más seguro que volver a salvar empresas desesperadas. Rodrigo soltó una carcajada profunda que hizo que algunos clientes voltearan. No puedo discutir eso respondió mientras recorría el lugar con la mirada.

 Se ve increíble. Lucía cruzó los brazos intentando parecer tranquila. ¿Y qué hace aquí el gran CEO de Innovat? No me diga que viene huyendo de otro ataque. No, hoy solo quiero un café y un pedazo de ese pastel de chocolate que no deja de mirarme desde la vitrina. Lucía levantó una ceja.

 Viajó desde su oficina hasta acá solo por un pastel. Puede ser, admitió Rodrigo. Pero también quería agradecerte en persona, de verdad. Ella quiso decir algo, pero en ese momento entró más gente y la conversación se rompió. Rodrigo se sentó en una mesa en la esquina junto a la ventana. Lucía lo atendió, pero no dejaba de observarlo con discreción.

 Él comía despacio como si saboreara no solo el pastel, sino el ambiente entero. Antes de irse, dejó un billete de 50 pesos en el mostrador. El pastel costaba 30, señor, dijo Lucía con una sonrisa incrédula. Considera los 20 pesos extra como compensación por el estrés que te causé aquella noche. Ella negó con la cabeza divertida.

 Rodrigo salió y aunque Lucía no lo admitía, una parte de ella esperaba que regresara y regresó. Durante la semana siguiente apareció tres veces, siempre a la misma hora, cerca de las 3 de la tarde, cuando el café ya estaba más tranquilo. Pedía un café negro y un dulce distinto. Cada vez se sentaba en la misma mesa. Observaba el ambiente.

 A veces trabajaba en su laptop. Otra simplemente se quedaba mirando por la ventana como si observar la vida del barrio le diera un respiro que su mundo no tenía. La primera vez Lucía pensó, “Coincidencia.” La segunda, “Curioso.” La tercera ya basta. El jueves siguiente, cuando él entró, ella cruzó los brazos y dijo en voz alta para que todos escucharan.

“Déjeme adivinar. Café negro y pie de manzana.” Rodrigo se quitó los lentes oscuros con una sonrisa divertida. “Hoy quiero pastel de zanahoria.” y sabe que podría pedirlo por aplicación, ¿verdad? No tiene que cruzar media ciudad cada vez que se le antoja un dulce.

 Rodrigo se inclinó un poco hacia ella, como si le confesara un secreto. Pero si lo pido por aplicación, me pierdo tus comentarios sarcásticos. Oh, qué honor. Soy la comediante personal del millonario. Varias personas rieron cerca de la caja. Una señora murmuró a su amiga. Ese hombre viene todos los días. Seguro le gusta la muchacha. Y su amiga respondió sin pena.

 ¿Quién no? Está guapa, simpática y hace postres que te alegran la vida. Lucía fingió no oír, pero se puso roja. Cuando sirvió el pastel, Rodrigo le dio un billete de 20. “Quédatelo”, dijo antes de que ella protestara. “No necesito limosnas, señor Beltrán”, respondió Lucía. “Si quiere ayudar, recomiende la cafetería con sus amigos ricachones.” Eso sí me sería útil.

 “Consideraré la propuesta,”, contestó él tomando asiento en su mesa de siempre. Los días siguieron así. Rodrigo venía, hacía algún comentario ingenioso. Lucía respondía con sarcasmo y los clientes veían su intercambio como parte del entretenimiento diario. Algunos incluso llegaban antes solo para ver cuando aparecía él. Un viernes en la tarde, mientras Rodrigo disfrutaba un cupcake de chocolate, comentó sin levantar la mirada.

 No dejo de pensar en aquella noche. Lucía, limpiando el mostrador se detuvo. ¿Qué noche? La del ataque. Lo que hiciste fue sorprendente. Ella se encogió de hombros. Solo hice lo que tenía que hacer. Tú no entiendes, dijo Rodrigo mirándola con una seriedad profunda. Para mí significó todo.

 Lucía cambió de tema rápido, incómoda con los elogios. ¿Y cómo está su empresa? ¿Ya controlaron todo? Rodrigo vaciló. Más o menos. Más o menos. Lucía frunció el seño. Han llegado mensajes, pequeñas instrucciones, pruebas. Nada grave, pero algo no está bien. Lucía sintió un escalofrío. ¿Y qué quiere que haga yo? Ya no estoy en ese mundo. Ahora hago pastelitos.

 Lo sé, pero eres la única que entendió el código aquella vez. Mi equipo es bueno, pero tú piensas diferente. Lucía cruzó los brazos molesta. No pienso volver a eso. Tengo una vida normal y me gusta. Rodrigo asintió con tristeza. Está bien, siento haberlo pedido. Se levantó, dejó dinero en la mesa y antes de irse dijo, “Si cambias de opinión, sabes dónde encontrarme.

” Esa noche el café estaba a reventar. Lucía casi no tenía tiempo de respirar entre pedidos. Todo iba perfecto hasta que de repente las luces se apagaron. Los murmullos llenaron el lugar. ¿Qué pasó? Se fue la luz. Lucía tomó su celular para alumbrar, caminó hacia la ventana y al mirar afuera sintió un golpe en el pecho.

 Todos los locales de la calle tenían luz, excepto el suyo. Y peor aún, un hombre de traje oscuro estaba parado frente al café observándola. En cuanto ella lo notó, él dio media vuelta y se fue rápido. Lucía tragó saliva. Algo iba terriblemente mal. corrió hacia la caja de fusibles. Estaban todos bajados como si alguien nos hubiera movido a propósito.

Encendió todo de nuevo y el café resplandeció otra vez. La gente aplaudió sin saber nada. Lucía sonrió, pero por dentro tenía un nudo en el estómago. Cuando cerró el local, su celular vibró con un mensaje de un número desconocido. No debiste involucrarte. Aléjate o la próxima será peor. Lucía sintió como el miedo le helaba la espalda.

 Miró el café entero por última vez esa noche, su sueño, y entendió algo. Esto no había terminado y no tenía idea del peligro que estaba por llegar a su vida. Lucía se quedó un largo rato viendo el mensaje en la pantalla de su celular. Su respiración era rápida, descontrolada, como si el aire ya no alcanzara en el cuarto silencioso del café. Sentía el corazón golpeándole el pecho.

 Algo le decía que esto no era una simple advertencia perdida entre tantas amenazas vacías que corren por internet. Esto era real, esto era directo, esto era para ella. La imagen del hombre de traje frente al local se repetía una y otra vez en su mente. No había sido casualidad. Ese apagón tampoco. Todo estaba conectado.

 Con los dedos temblando, marcó el número en la tarjeta que Rodrigo le había dejado hacía semanas. La llamada se conectó en el segundo tono. Lucía respondió él preocupado. Necesitamos hablar ahora. 20 minutos después, Rodrigo llegó al café. Entró casi corriendo, ya sin su porte calmado de siempre. Llevaba una camisa sin saco y un gesto serio.

 ¿Qué pasó?, preguntó sentándose frente a ella. Lucía puso el celular sobre la mesa y le mostró el mensaje. Rodrigo lo leyó y su rostro cambió de inmediato. ¿Cuándo te llegó esto? Media hora después del apagón. Fue alguien de afuera. Vio que había notado su presencia y se fue. Rodrigo frunció el ceño.

 Esto, esto es peor de lo que imaginaba. Saben que me ayudaste. Saben quién eres. Ya lo sé, dijo Lucía con un tono de frustración contenida. Por eso te llamé. Rodrigo suspiró y pasó una mano por su cabello, un gesto que hacía siempre que algo lo preocupaba demasiado. “Lamento haberte metido en esto”, dijo. “No tenía idea de que fueran a ir tan lejos.

” “Ya no importa quién tuvo la culpa, respondió Lucía. Lo que importa es que esto no va a parar.” Rodrigo asintió lentamente. Ambos guardaron silencio por unos segundos, como si cada uno estuviera calculando en su cabeza todo lo que implicaba ese mensaje. Finalmente, Rodrigo habló. Necesito que me ayudes.

 Oficialmente esta vez tu intuición, tu forma de trabajar. Mi equipo no entiende el código como tú. Están jugando con nosotros. Lucía cerró los ojos un segundo. Sabía que si daba ese paso ya no habría vuelta atrás, que sería adentrarse de nuevo en la parte más oscura del mundo digital, pero también sabía que ya la habían convertido en blanco y quedarse de brazos cruzados solo empeoraría las cosas. “Está bien”, dijo.

 “te voy a ayudar, pero con una condición, la que quieras. Deja de venir todos los días como si fueras un perrito perdido. Me distraes, haces que los clientes chismeen y encima me rompes mi rutina. Rodrigo soltó una pequeña risa de alivio. Trato hecho. Durante los días siguientes, Lucía volvió a un mundo del que había escapado hacía años.

Todas las noches después de cerrar el café se metía en su pequeño cuarto trasero donde había improvisado un espacio de trabajo con dos laptops y un escritorio que crujía cuando apoyaba los codos. Allí pasaba horas revisando código, analizando patrones, comparando los reportes que Rodrigo le enviaba cada día desde Innovatch.

 Los ataques eran pequeños, sutiles, como pruebas constantes para medir debilidades. Y había algo muy claro. Quien los hacía sabía exactamente cómo funcionaba la empresa de Rodrigo por dentro. Una tarde, mientras Lucía acomodaba un pastel de limón en la vitrina, sintió una presencia a su lado. Rodrigo estaba ahí otra vez con cara de preocupación. “Te dije que no vinieras tan seguido”, le dijo Lucía sin voltearlo a ver. Es importante”, respondió él.

 Ella se giró y lo vio con un gesto extraño, como si no estuviera seguro de lo que iba a decir. “¿Qué pasó ahora?”, preguntó Lucía. “No, no es un ataque. Solo quería hablar contigo.” Bien. En persona. Lucía arqueó una ceja, señal de que ya estaba sospechando lo peor. A ver, ¿y ahora qué hizo Rodrigo? se sentó en la mesa más cercana.

Nada malo. Solo quería decirte que me agrada pasar tiempo aquí contigo. Lucía parpadeó. No esperaba algo así. De inmediato intentó tomarlo con humor. Lo dice porque mis cupcakes saben mejor que los de cualquier restaurante caro. Lo digo porque hace mucho que no hablo con alguien sin sentir que esperan algo de mí. Lucía se cruzó de brazos.

 incómoda con la sinceridad. Ay, no empiece con discursos. Apenas estoy asimilando que ya no me ven como la chica de la pizza. Rodrigo sonrió, pero en ese instante su celular vibró. Lo tomó y su expresión cambió de golpe. No puede ser. ¿Qué? Preguntó Lucía acercándose. Nos están atacando otra vez. Ahora mismo. Lucía se enderezó.

Tienes tu laptop, está en el carro. Ve por ella. Rodrigo corrió afuera y regresó en segundos. Lucía tomó sus dos computadoras, las encendió y armó una estación improvisada en una mesa del café. Varios clientes dejaron de comer para observar lo que pasaba. ¿Qué sucede, hija?, preguntó la señora mayor de siempre.

 Nadita, doña cosas técnicas”, respondió Lucía sin despegar los ojos de las pantallas. Las líneas de código rojas entraban a toda velocidad. Los hackers iban por el firewall secundario. Era una entrada muy específica, la clase de acceso que solo alguien con conocimiento interno habría podido detectar.

 Lucía empezó a escribir sin parar, conectando las tres computadoras, ejecutando comandos simultáneos. ¿Puedes detenerlos?, preguntó Rodrigo. ¡Cállate que me desconcentras! Rodrigo guardó silencio de inmediato. Los clientes miraban fascinados. Un niño incluso preguntó, “¿Es una película?” “Mejor que una película, respondió su mamá. Aquí no sabemos si al final hay palomitas o incendios.” Lucía seguía tecleando como si tuviera fuego en los dedos.

Respiraba rápido. El sudor le caía por la frente. Listo, casi casi, susurraba. De repente, las pantallas se quedaron en blanco. Luego aparecieron de nuevo con códigos restaurados. Todo había vuelto a la normalidad. “Ahí está!”, exclamó Lucía soltando el mouse. “¡Ya está! El café entero aplaudió. Algunos grabaron. Otros vitorearon.

 Lucía solo alzó las manos, cansada pero victoriosa. No es un show, ¿eh? Regresen a comer pastel, dijo, aunque sonaba divertida. Rodrigo puso una mano en su hombro. Eres increíble. Lucía resopló con una sonrisa leve. Lo sé, pero la victoria duró poco. Una ventana emergente apareció en una de sus pantallas con un mensaje nuevo. No debiste volver. Ahora es personal.

Rodrigo la leyó junto a ella. Lucía, esto ya te incluye a ti. Ya lo sé, dijo ella, apagando las computadoras. Y no voy a quedarme de brazos cruzados. Rodrigo la miró con preocupación. Si quieres, puedo pedirle a mi equipo que se encargue. Lucía soltó una carcajada amarga.

 Tu equipo ya lo intentaron y casi pierden la empresa. No, si quieren guerra, ahora sí la van a tener. Pero lo que ninguno sabía era que esa guerra apenas estaba empezando. El enemigo se estaba acercando cada vez más. Hagamos un juego para quienes leen los comentarios. Escribe la palabra tortilla en la sección de comentarios. Solo los que llegaron hasta aquí lo entenderán.

No olvides revisar la descripción del video donde te dejo algunos productos ideales para mejorar tu descanso y bienestar. Continuemos con la historia. La noticia se regó más rápido de lo que Lucía imaginó. A la mañana siguiente, mientras abría el local, una clienta llegó con un periódico en la mano. Ya viste esto, Lucía. Lucía frunció el ceño.

 No, no había visto nada. La mujer le entregó el periódico doblado y ahí estaba a media página. Repostera o hacker encubierta, la joven que salvó a Inovate. No solo mencionaban su nombre, también aparecía una foto de la fachada del café. Lucía sintió que el estómago se le apretaba. Ay, no, murmuró. ¿Es verdad todo eso? Preguntó la tienta con curiosidad.

 ¿Tú ayudaste a ese director famoso? Lucía sonrió con incomodidad. Solo arreglé unas cositas. Nada del otro mundo. Pero no era nada del otro mundo. El artículo era detallado. Hablaba de su supuesta habilidad inusual. Insinuaba que nadie que entrega pizzas debería saber tanto de sistemas. e incluso especulaba que todo podría ser un montaje.

 Cuando los demás clientes empezaron a llegar, varios traían el mismo periódico. Había murmullos, preguntas incómodas, comentarios que la hicieron sentirse como si estuviera desnuda frente a todos. Para la tarde llegaron personas nuevas, no para comprar pasteles, sino para tomarle fotos, grabar videos y hacerle preguntas como si fuera una celebridad o un criminal.

 Lucía estaba al borde de perder la paciencia cuando sonó su celular. Rodrigo, Lucía, tenemos que hablar. Si es sobre el periódico, ya lo vi. Mi equipo también lo vio y algunos empezaron a sospechar de ti. Lucía sintió un nudo en la garganta. Sospechar de mí. ¿Por qué? Rodrigo dudó unos segundos. No quería lastimarla, pero tenía que decirlo.

 Creen que podrías estar detrás de los ataques, que te ganaste nuestra confianza para entrar a nuestro sistema. El silencio que siguió fue tan pesado que Rodrigo casi podía sentirlo. ¿Tú también lo crees?, preguntó Lucía en voz baja. Yo. Rodrigo cerró los ojos. Todo está pasando tan rápido. No sé qué pensar.

 Lucía colgó antes de que él pudiera decir algo más. Dejó el celular sobre el mostrador, respiró hondo y se obligó a no llorar frente a todos. Había ayudado dos veces, dos, y aún así dudaban de ella. No sabía si estaba más enojada o decepcionada. Los siguientes días fueron un infierno silencioso. Los clientes habituales seguían yendo, pero ya no la miraban igual.

Algunos cuchichaban cuando ella pasaba, otros pagaban rápido y se iban sin saludar. Y el señor mayor, que siempre quería fiado, ahora pagaba exacto, sin mirarla a los ojos. Lucía intentaba trabajar como siempre, pero por dentro sentía que cada comentario, cada mirada, cada silencio la iban quebrando poquito a poquito. Y entonces sucedió.

 Un hombre que nunca había ido entró una tarde alto, traje gris, sombrero oscuro que le cubría el rostro. Pidió un café negro y se sentó en una esquina. No habló con nadie. No hizo nada extraño, excepto quedarse allí inmóvil durante casi una hora. Cuando por fin se levantó, dejó algo en la mesa, un pequeño papel doblado. Lucía lo vio desde el mostrador asustada. esperó a que saliera del café para acercarse.

Desdobló la nota con los dedos temblorosos. Eres la siguiente. Ella sintió un vértigo que casi la hizo caer. Guardó el papel en el bolsillo y cerró el café temprano sin avisar a nadie. Pasó el resto del día en un estado extraño, entre miedo y rabia, y por primera vez desde que abrió su cafetería, no sabía qué hacer.

 Al anochecer, sin pensarlo dos veces, Rodrigo apareció en la puerta. Lucía lo vio por la ventana. Una mezcla de enojo y dolor subió por su pecho. Cuando él entró, ella ni siquiera levantó la vista. “Lárgate”, dijo con la voz quebrada. “Lucía, por favor. No vine a pelear.” Char, respondió ella, limpiando el mostrador sin mirarlo. “Ya peleaste bastante cuando dudaste de mí.

Rodrigo dio un paso hacia ella. Te juro que no quise herirte. Fue un día difícil. Todos estaban encima de mí. ¿Y qué? ¿Era más fácil culparme a mí? Lucía lo miró por fin con los ojos llenos de rabia. Yo arriesgué todo para ayudarte dos veces. Y lo primero que haces cuando algo se complica es verme como sospechosa. Rodrigo se quedó sin palabras. Tienes razón”, dijo al fin con voz baja.

“Lo que dije fue cobarde y estoy aquí para pedirte perdón.” Lucía cerró los ojos. Su pecho subía y bajaba rápido. “Un perdón no arregla nada.” “Tal vez no,”, aceptó Rodrigo. “Pero no me voy a ir hasta que me escuches. No voy a dejarte sola en esto.” Lucía iba a responder, pero un ruido la interrumpió. vidrio rompiéndose.

Ambos voltearon hacia la ventana delantera. El cristal explotó hacia adentro. Lucía gritó y se agachó mientras pedazos de vidrio volaban por el aire. Rodrigo la cubrió con su cuerpo. Un enorme ladrillo cayó al piso entre los trozos de vidrio. Tenía un papel atado. Rodrigo lo tomó con cuidado mientras Lucía temblaba.

 En la nota decía, “Última advertencia. Lucía se llevó las manos a la boca. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. “Rodrigo, tengo miedo”, susurró. Él la abrazó fuerte, pegándola contra su pecho. “Ya sé, pero no voy a dejar que te pase nada. Te lo prometo.” “No puedes prometer eso”, dijo ella con la voz rota.

 “No cuando tienen mi nombre, mi dirección y ahora mi vida entera en sus manos.” Rodrigo la tomó de los brazos, mirándola directo a los ojos. Entonces, nos vamos de aquí. Esta noche no te quedas sola. Lucía dudó. Ver el café destruido la hizo sentir un vacío inmenso. Ese lugar era su sueño y lo estaban convirtiendo en una pesadilla. ¿Y a dónde quieres que vaya? preguntó con nerviosismo. Rodrigo respiró hondo.

 A mi penthouse está protegido. No te pueden encontrar ahí. Lucía tragó saliva. Quería decir que no, que podía quedarse con una amiga o buscar un hotel. Pero cuando vio el hoyo enorme en la ventana, el vídeo por todas partes y la nota amenazante, entendió que ya no tenía elección. Está bien”, susurró.

 “Solo por hoy Rodrigo la acompañó afuera con cuidado. Lucía miró su cafetería una última vez antes de subirse al auto. Nunca se había sentido tan vulnerable ni tan enojada en su vida. No sabía que esa noche iba a cambiarlo todo. Para bien y también para mal.” El camino al penthouse de Rodrigo fue silencioso.

 Lucía iba mirando por la ventana del auto sin realmente ver nada. La ciudad pasaba como un borrón de luces y sombras. Sus manos estaban entrelazadas sobre su regazo, tensas. Tenía la mandíbula apretada y aunque intentaba aparentar calma, por dentro sentía una mezcla de miedo, coraje y agotamiento. Rodrigo conducía serio, concentrado, sin despegar los ojos del camino.

 Cada tanto la miraba de reojo, como queriendo asegurarse de que seguía ahí, de que estaba bien, pero no insistía. sabía que ella necesitaba ese silencio. 40 minutos después llegaron al edificio. Era uno de esos complejos de lujo con fachada de vidrio, cámaras por todos lados y un novi más parecido a un hotel de cinco estrellas que a un lugar para vivir.

 Lucía se bajó lentamente, mirando a todos lados con cautela. Sus nervios seguían ahí en forma de un nudo que no cedía. Al entrar al penthouse, lo primero que notó fue lo enorme que era. Ventanas de piso a techo, una vista inmensa de la ciudad, muebles modernos y una iluminación que se encendió sola apenas cruzaron la puerta. Bienvenida, dijo el sistema automatizado del departamento con una voz femenina suave.

Lucía abrió los ojos con sorpresa. ¿Te habla la casa? Rodrigo sonrió un poco. Es el sistema inteligente. Controla luces, temperatura, seguridad, todo. Lucía empezó a caminar despacio por la sala. Tocaba los muebles como si fueran frágiles. Se acercó a la cocina, abrió el refrigerador y se quedó viendo los contenidos: botellas de agua, jugos verdes, paquetes sellados y cosas congeladas que parecían de restaurante.

¿De verdad vives así? preguntó. “No tienes ni huevos.” Como fuera casi siempre, respondió Rodrigo un poco apenado. “Aja, los ricos no cocinan”, murmuró ella cerrando el refrigerador. Fue al baño y volvió con expresión de asombro. “Tienes una tina con luces LED, bocinas y chorros por todos lados. Mi ducha apenas tiene agua tibia.” Rodrigo se echó a reír.

 Puedes usarla si quieres. Lucía negó con la cabeza, aunque sonrió un poco. Relájate, todavía no llego a ese nivel de confianza. Rodrigo se puso serio de nuevo. Fue por una carpeta llena de papeles y una memoria USB. Traje todo lo que junté. Transacciones, registros, reportes de mi equipo. Hay cosas que no cuadran.

 Lucía dejó de bromear. se sentó en el sillón y empezó a revisar todo con él. Rodrigo conectó la memoria a la laptop y abrió varios archivos. Por dos horas trabajaron juntos en silencio. Lucía subrayaba, comparaba fechas, analizaba movimientos de dinero y conectaba puntos que nadie más había notado. De pronto se detuvo.

 Rodrigo, ven. Él se acercó rápido. Mira esto dijo ella, señalando una serie de transferencias. Eran depósitos pequeños, repetidos, dirigidos a una cuenta offsore, nada que llamara la atención a simple vista, pero constantes, muy constantes. Esto no es normal, dijo Lucía, y menos cuando están autorizados por alguien interno. Rodrigo leyó los nombres, su rostro palideció.

No, esto no puede ser. Lucía cambió de ventana, rastreó desde donde habían sido aprobadas esas transferencias y ahí apareció el nombre del responsable, Esteban Rivas, vicepresidente de operaciones. La mano derecha de Rodrigo. Lucía lo dijo en voz baja. Es él.

 Rodrigo se dejó caer en el sillón completamente devastado. Esteban es es mi amigo. Lleva años conmigo. Lo ayudé cuando estaba sin trabajo. Le confié todo. Lucía puso una mano en su hombro. Rodrigo, los números no mienten. Él cerró los ojos tratando de procesarlo. ¿Y por qué haría esto? Lucía siguió investigando. Porque tiene a alguien encima.

 Alguien que lo reclutó. ¿Quién? Ella tecleó más rápido, buscó coincidencias, revisó logs antiguos, correo basura, códigos viejos y finalmente encontró un nombre, una foto, un perfil, un rostro que parecía oscuro incluso en la imagen. Rodrigo susurró. Es ella. Él se inclinó sobre la pantalla.

 Irina Volcova es jefa de ciberseguridad de Innovatech México. “La despedimos hace 3 años”, dijo Rodrigo aún más sorprendido. Esteban fue quien presentó las pruebas para correrla. “Sí, pero mira esto,” dijo Lucía. Nunca existieron esas pruebas. Nadie verificó nada. La corrieron basado en lo que Esteban dijo. Rodrigo abrió los ojos con horror. Entonces, él la traicionó. Lucía asintió.

 Irina debió haber perdido todo por esa acusación, su carrera, su reputación. Ahora busca venganza y encontró a Esteban, quien fue el que inició todo. Rodrigo caminó por la sala presionando sus manos sobre su cabeza. Esto es una locura. Antes de que Lucía pudiera responder, el departamento se estremeció ligeramente. Las luces parpadearon. El sistema habló, pero su voz no era la misma. Sistema comprometido.

La luz se volvió roja. Lucía se levantó de golpe. Rodrigo, algo está mal. Un pitido agudo resonó por todo el penthouse, seguido del sonido de cerraduras metálicas activándose. Rodrigo corrió hacia la puerta principal y trató de abrirla. Nada, ni se movía. No, no puede ser. Si puede, dijo Lucía. Están hackeando tu casa.

 Y entonces la voz del sistema volvió distorsionada. Salida bloqueada. Sistema comprometido. Nos atraparon aquí”, exclamó Rodrigo. Lucía corrió hacia la computadora. La pantalla estaba llena de líneas de código rojas avanzando como fuego. “Están tomando control total”, dijo ella tratando de teclear. “Necesito entrar al servidor central de tu casa.

” ¿Dónde está? Rodrigo señaló una puerta en el pasillo. Intentó abrirla, pero también estaba bloqueada. Lucía tomó un cuchillo de cocina. ¿Qué haces? Preguntó Rodrigo. Abrirla a mi estilo. Metió la hoja en la ranura de la cerradura y comenzó a manipularla con fuerza. Tardó varios minutos, pero al final la puerta se dió.

 Entraron al cuarto oscuro donde estaba una torre de servidor con luces parpadeando como si estuviera poseído. “Aquí está todo”, dijo Rodrigo. “¿Puedes arreglarlo?” Lucía conectó su laptop directamente. “No, pero puedo apagarlo y reiniciarlo manualmente para recuperar el control.” Sus dedos volaron, cambió cables, alteró comandos, forzó un reinicio. Durante un segundo, todo quedó en silencio y luego la luz regresó a un tono normal.

La puerta principal se desbloqueó. El sistema habló otra vez con su voz amable. Bienvenido de nuevo, señor Beltrán. Rodrigo exhaló profundamente. Lo lograste. Lucía se recargó en el escritorio sudando. Apenas estuvieron a segundos de tomar control total. Rodrigo se acercó a ella. Nunca había tenido tanto miedo en mi vida. Lucía levantó la mirada agotada.

Tienes que entender algo, Rodrigo. Esto ya no es por dinero, ni por empresas, ni por ataques comunes. Esto es personal. Irina va por ti y ahora también por mí. Rodrigo la miró y por primera vez no como CEO, ni como cliente, ni como alguien a quien admiraba. La miró como alguien que temía perderla.

 No voy a volver a dudar de ti, dijo él con voz firme. Te lo prometo. Y Lucía lo supo. Desde ese momento estaban en esto juntos. Hagamos otra broma para quienes solo revisan la caja de comentarios. Escriban la palabra queso. Los que llegaron hasta aquí entenderán el chiste. Continuemos con la historia. Lucía despertó al día siguiente con un sobresalto.

 Por un momento olvidó donde estaba hasta que vio el enorme ventanal con vista a la ciudad. El penthouse de Rodrigo se sentía demasiado elegante, demasiado cómodo, demasiado silencioso para alguien que venía de un pequeño departamento y un café destruido. Recordó lo de anoche. La casa bloqueada, el sistema hackeado, la puerta cerrada, las luces rojas. Todo había sido real. No era una pesadilla.

Ella y Rodrigo habían estado a segundos de quedar atrapados dentro por completo. Se levantó despacio y salió al pasillo. El aroma a café recién hecho llenaba el lugar. Rodrigo estaba en la cocina con el cabello un poco revuelto y una taza en la mano. Buenos días, dijo él sonriendo.

 Hola respondió Lucía, estirándose como si hubiera dormido en una nube. Si puedes preparar café o lo pidió la casa solita. Lo hice yo, creo,” contestó él mirando la máquina con duda. Lucía tomó la taza que él le ofrecía y le dio un sorbo. Frunció ligeramente la nariz. Sabe raro. Rodrigo puso los ojos en blanco. Es café orgánico premium. Ah, con razón sabe a pasto. Rodrigo soltó una carcajada.

 Tengo panqu, pero te advierto que no quedaron muy bien. Ella probó un pedazo, lo masticó dos veces y lo dejó en el plato. Rodrigo, esto sabe a llanta quemada. Oye, lo intenté. Y fallaste terriblemente. Se quedaron viéndose un segundo y ambos empezaron a reír. Fue la primera risa sincera de Lucía en días. Algo en su pecho se alivió. un poquito.

 Rodrigo la observó mientras ella caminaba hacia la terraza tomando aire fresco. Lucía dijo él acercándose con cautela. Sé que estás cansada, asustada, enojada y que todo esto te cayó encima muy rápido, pero quiero que sepas que no tienes que enfrentar nada sola. Ella se apoyó en la barandilla. No estoy acostumbrada a que la gente me cuide, admitió.

 Pues ve acostumbrándote”, respondió Rodrigo acercándose unos centímetros más. Lucía sintió un calor extraño en el pecho, algo entre nervios y otra cosa. Pero antes de que pudiera decir algo, el celular de Rodrigo vibró sin parar. Lo sacó del bolsillo y su expresión cambió de inmediato. “Tenemos noticias, ¿ buenas o malas?”, preguntó Lucía.

 Las dos cosas. Él tomó el control del televisor y proyectó una llamada entrante de un investigador privado que había contratado semanas antes. Lucía se sorprendió al ver en pantalla foto de un hombre de barba y lentes. “Señor Beltrán”, dijo el investigador. Encontré lo que estaba buscando. Lucía se acercó.

 ¿Qué encontró? Información sobre el otro sospechoso, el que renunció hace meses. Emilio Casmarek. Lucía sintió un escalofrío. ¿Qué pasa con él? Descubrimos que transfirió dinero a cuentas similares a las de Esteban. Y no solo eso, tenemos evidencia de que estuvo en comunicación directa con Irina Volcova antes de desaparecer del país.

 Rodrigo frunció el seño. Entonces, ¿trabajaba con ella? Al principio, sí, pero cuando vio que la cosa estaba escalando demasiado, intentó salirse. Ella no lo tomó bien. Lucía cruzó los brazos. ¿Y dónde está ahora? El investigador tomó aire. en México. Llegó hace 3 meses. Luego desapareció por completo, pero encontré su última ubicación, Guadalajara.

Vivía con su familia ahí. Todo indica que Irina lo tenía controlado. Lucía tragó saliva. ¿Crees que Irina lo El investigador bajó la voz? No lo sabemos. Pero desapareció sin dejar rastro. Lucía se volteó hacia Rodrigo. Esto es más grande de lo que pensábamos. Rodrigo asintió. Serio. Tenemos que encontrar a Irina antes de que ella nos encuentre a nosotros.

 Ese día, Lucía decidió abandonar la idea de descansar. No podía. Su mente seguía trabajando, analizando, conectando piezas. Rodrigo quiso acompañarla a trabajar, pero ella lo mandó a hacer llamadas mientras ella revisaba el servidor de Innovatex desde el Penhouse. Había algo en ese código que no la dejaba tranquila, algo que se repetía, algo que parecía un rastro.

 Finalmente, a las 6 de la tarde, Lucía dio un salto de su asiento. Listo, encontré algo. Rodrigo corrió hacia donde ella estaba. ¿Qué cosa? Una forma de entrar al sistema de Irina. Un hueco que dejó sin querer. ¿Estás segura? Nadie deja un sistema perfecto. Ni siquiera ella. Rodrigo la miró con mezcla de admiración y miedo. Lucía, si te equivocas, ella nos va a detectar.

 Ya lo sé, dijo ella, pero si no lo intento, nunca sabremos qué quiere, qué planea o cuando va a atacar otra vez. Rodrigo respiró hondo. Bien, ¿qué necesitas que haga? Hasta a un lado. Esto va a ser rápido. Lucía abrió varias ventanas, creó accesos paralelos, preparó rutas de escape digital para evitar que Irina pudiera rastrear el ataque. Estaba nerviosa, pero también confiada.

Esto era lo suyo. Aquí sí confiaba en sus habilidades. Okay, voy a entrar, dijo mientras tecleaba. Una vez que esté dentro, dejaré un mensaje que solo ella entenderá. La voy a obligar a responder. Rodrigo tragó saliva. ¿Estás segura de que, Rodrigo? Silencio. Déjame trabajar. Él obedeció. Lucía dio el último click.

Las pantallas parpadearon. Un sonido agudo salió de la computadora. La conexión se abrió como si rompiera una pared digital al otro lado del mundo. Y entonces Lucía escribió, “Hola, Irina. Soy Lucía Andrade. Terminemos esto.” La respuesta llegó en menos de 5 segundos. “Así que tú eres la famosa chica de la pizza.” Lucía sintió un escalofrío.

Esa mujer estaba allí viéndola, esperando. Escribió, “Tú destruiste mi café. Me amenazaste. Esto ya no es solo contra Rodrigo, también es contra mí y no pienso dejarte ganar.” La respuesta llegó como un golpe. Elegiste el lado equivocado y ahora vas a pagar por eso. Rodrigo se inclinó hacia la pantalla.

 ¿Qué quiere decir con eso? Lucía siguió escribiendo. Si estás tan segura de que vas a ganar, ¿por qué no vienes por mí? ¿Por qué atacas escondida? La pantalla se quedó en silencio unos segundos y luego, muy bien, Lucía. Si quieres guerra, la tendrás. De repente, todas las ventanas de la computadora de Lucía comenzaron a moverse por sí solas. Una avalancha de código invadió la pantalla.

 El ataque era brutal. Inmediato, preciso. Rodrigo abrió los ojos con horror. Lucía, ¿qué está haciendo? Está tratando de meterse en mi sistema. Quiere mis datos. Quiere todo. ¿Puedes detenerla? Lucía apretó los dientes. Claro que puedo. Sus dedos volaron. Abrió defensas. Cerró accesos, rebotó paquetes. Creó espejos falsos, redirigió ataques. Era como un duelo digital.

 Dos mentes peleando a una velocidad que una persona normal jamás podría procesar. Rodrigo solo veía las manos de Lucía moverse tan rápido que casi parecían un desenfoque. “Lucía, ¿estás temblando?” “No tengo tiempo para temblar”, respondió ella. Irina escribió una última frase. “Veamos si eres tan lista como dicen.” Y en ese instante el ataque cambió.

se volvió más fuerte, más agresivo, más destructivo. Lucía sintió que estaba perdiendo terreno. No, no, no. Lucía Rodrigo gritó desesperado. Ella respiró profundo, apretó los dientes y cambió de estrategia. “Okay, yo también puedo jugar sucio”, susurró. Con una serie de comandos simultáneos, Lucía lanzó 50 procesos invasivos, abriendo huecos, forzando sobreescrituras, enviando falsas rutas.

Era arriesgado. Si fallaba, Irina tendría su ubicación exacta, todos sus datos y su vida en las manos, pero acertaba. De pronto, las pantallas se apagaron un segundo, luego regresaron en verde. Rodrigo se quedó inmóvil. Lucía. Ella respiró hondo, casi sin creerlo. Acabo de entrar a su servidor.

 ¿Qué? ¿La venciste? Lucía sonrió con un temblor de emoción y cansancio. La vencí y tengo todo. Por primera vez en días, algo parecido a Esperanza volvió a aparecer. Lucía tenía las manos temblorosas, pero no dejó que eso la frenara. En pantalla aparecían líneas y líneas de información, ubicaciones, direcciones IP, nombres, historiales de transferencia y un archivo con un título que le heló la sangre. Operación caída de Innovatch. Rodrigo se inclinó hacia la computadora.

Incrédulo. Todo esto es de Irina. Todo respondió Lucía. sus planes, sus contactos, los pagos que recibió, los que hizo, incluso los integrantes de su equipo. Abrió un archivo. 10 nombres aparecieron en la lista, entre ellos Esteban Rivas, Emilio Casmarek, tres exingenieros de Innovat, dos programadores de una empresa rival y una firma digital que solo decía LV. Lucía señaló las iniciales.

Ese archivo está protegido. No puedo abrirlo sin activar una alarma. ¿Crees que LV sea ella? preguntó Rodrigo. Puede ser o podría ser otra persona. Este archivo es el más importante. Rodrigo pasó una mano por su cabello. Lucía, esto es suficiente para llevar todo a las autoridades. Sí, pero antes tengo que asegurar la información.

 Si Irina detecta que la tengo, va a borrar todo y no va a dejar rastros. Entonces hazlo”, dijo él decidido. Lucía comenzó a copiar los datos y enviarlos a un servidor externo que ella misma había construido años atrás. Era discreto, invisible, el tipo de lugar donde solo alguien como ella podía esconder algo tan delicado. Pero apenas inició la transferencia, una ventana emergente apareció.

 Conexión detectada. Usuario LV intentando recuperar el control. Rodrigo abrió los ojos. Yo no toqué nada. Ella está peleando por recuperarlo. Lucía apretó los dientes. Claro que está peleando. Estos datos son su vida, pero yo soy mejor. Empezó a escribir sin parar, cerrando accesos, cambiando claves, clonando fragmentos de información.

La transferencia corría a toda velocidad. 65%, 72%, 81%, 94%, 100%. Lucía presionó enter y desconectó todo de golpe. La pantalla quedó en negro. Rodrigo tragó saliva. Lucía, ¿qué pasó? Ella sonrió respirando aliviada. Lo tengo. Todo está a salvo afuera. Aunque borre lo que hay aquí, ya no puede desaparecerlo del mundo. Rodrigo la miró como si estuviera viendo un milagro.

 No sabes cuánto te admiro. Lucía se encogió de hombros. Lo sé. Él soltó una pequeña risa. Te estás volviendo insoportable. Fue un alago, replicó ella guiñándole un ojo. Minutos después, Rodrigo recibió una llamada. Era el investigador privado. “Señor Beltrán, tenemos novedades”, dijo con voz seria.

 “No son buenas.” Lucía y Rodrigo intercambiaron miradas. “Dígame, ¿qué pasó?” Redes de cámaras cercanas al domicilio de Emilio Casmarec detectaron movimiento nuevo hace dos días. La policía local acudió hoy. Encontramos su casa completamente vacía. Parecía abandonada, pero con señales de salida rápida. Lucía se tensó y él, el investigador dudó. No está.

 Tampoco su esposa ni sus hijos. No dejó notas. No hay registros de viaje, nada. Literalmente desaparecieron. Rodrigo se apoyó en la mesa. ¿Creen que Irina lo obligó a huir? O algo peor, respondió el investigador. No tenemos pruebas, pero sabemos que él quería renunciar al plan y ella no acepta traiciones. Lucía tragó saliva.

 Entonces, Irina está desesperada y cuando alguien así está acorralado, hace locuras. El investigador continuó. Les recomiendo que no se queden solos y que aumenten la seguridad. Yo seguiré buscando. Rodrigo cortó la llamada y se quedó en silencio unos segundos. Lucía se acercó. Rodrigo, no mires así. Vamos a encontrarla antes de que haga algo más grave.

 No quiero que te pase nada”, dijo él con una sinceridad que la desarmó por completo. “Todo esto empezó conmigo. Yo metí a Irina a la empresa. Yo confié en Esteban. Yo la dejé entrar a tu vida.” Lucía lo tomó de la mano para que la mirara. Rodrigo, escúchame. Yo decidí ayudarte. Yo elegí meterme y lo hice porque sé lo que soy capaz de hacer. Esto no es tu culpa.

 Él la observó como si estuviera viendo algo más profundo en sus ojos, una fuerza que no sabía que necesitaba. Lucía dijo suavemente. Prometo que no voy a volver a dudar de ti. Ella sonrió apenas. Me parece bien, porque si lo haces otra vez, te jackeo la nevera para que solo te dé jugo verde por un mes. Rodrigo soltó una risa genuina. Eso sí sería tortura.

 Esa noche, mientras Lucía revisaba copias de seguridad, su celular vibró con un mensaje desconocido. Lo abrió sin pensarlo y sintió que el corazón se le detenía. Era una fotografía tomada ese mismo día en la puerta de la cafetería destruida con una sombra en el vidrio roto, una silueta, alguien parado frente al lugar. Bajo la foto había un texto.

 Ya te diste cuenta de que no tienes a dónde volver. Lucía sintió una mezcla de furia y miedo. Esa mujer ya me hartó, exclamó. Rodrigo corrió hacia ella. ¿Qué pasó? Lucía le mostró el mensaje. Rodrigo apretó la mandíbula. Esto ya es acoso directo. Es guerra, corrigió Lucía. Entonces vamos a terminarla”, dijo Rodrigo. Ella negó.

 No, yo voy a terminarla. Tú vas a mantenerte vivo y en un lugar donde no seas un blanco fácil. Rodrigo la tomó de los hombros. No me vas a dejar fuera de esto. Lucía se apartó con suavidad. No estoy dejándote fuera. Solo estoy diciendo que tú no puedes entrar a su campo de batalla. Este mundo es mío y ella lo sabe. Rodrigo iba a responder, pero en ese instante sonó el timbre del penthouse.

Los dos voltearon hacia la puerta tensos. Rodrigo revisó la cámara del pasillo y su rostro palideció. Lucía, es la policía. 10 minutos después, dos oficiales estaban dentro del pentouse. Uno revisaba papeles, otro hacía preguntas. “Señor Beltrán”, dijo el oficial más joven.

 “venimos por un reporte que llegó esta noche. Al parecer hubo un intento de intrusión digital en este edificio. Lucía y Rodrigo intercambiaron miradas rápidas. ¿Quién lo reportó?”, preguntó Rodrigo controlando su voz. No sabemos. Fue anónimo. Lucía sintió un escalofrío. Eso era un truco. Irina quería información. Quería saber que sabían.

 El oficial mayor continuó. También nos informaron que la señorita Andrade podría estar involucrada en ataques cibernéticos recientes. La descripción coincide con reportes previos y con notas de prensa. Lucía sintió que las piernas se le debilitaban. ¿Está diciendo que soy sospechosa, no estamos acusando? Respondió el oficial.

 Solo necesitamos hacer preguntas sobre su relación con el señor Beltrán y con sus sistemas. Rodrigo se adelantó de inmediato. Ella no hizo nada ilegal. Es mi consultora externa. Trabaja para mí. Los oficiales se miraron entre sí. Lucía sintió algo arder en su pecho. Esto ya no era un juego. Irina estaba tratando de ponerla en la mira de la ley. El oficial siguió hablando.

 Solo necesitamos saber si la señorita ha tenido acceso a información confidencial o a servidores internos. Rodrigo lo interrumpió. Oficial, creo que acaba de ser usted manipulado. Alguien nos está atacando y está tratando de usar a la policía como escudo. El oficial frunció el ceño. ¿Alguien? ¿Quién? Lucía respondió, “Una mujer llamada Irina Volcova.

 Y si no la detienen pronto, ella va a seguir destruyendo todo lo que toque.” Los oficiales tomaron nota desconcertados. No parecían saber qué creer. Finalmente, el oficial mayor habló. Nos comunicaremos con ciberseguridad central. Por ahora no hay cargos, pero no se muevan de aquí. Entendido. Salieron del penthouse.

La puerta se cerró. Lucía dejó caer los hombros. Rodrigo. Irina está escalando demasiado rápido. Lo sé, dijo él. Lucía levantó la mirada con fuego en los ojos. Entonces, es momento de salir a buscarla nosotros. Rodrigo sintió un nudo en el estómago. ¿Cómo? Lucía tomó su laptop. Hay una forma, pero no te va a gustar. Rodrigo tragó saliva.

 ¿Qué forma? Ella lo miró fijamente. Voy a rastrear las conexiones activas desde las que atacó y voy a enfrentarla en persona. Rodrigo se quedó mirando a Lucía como si ella hubiera dicho la locura más grande del mundo. ¿Quieres enfrentarla en persona? preguntó en voz baja, como si la sola idea pudiera despertar a un monstruo. Lucía cerró su laptop y respiró hondo.

 Rodrigo, Irina no se va a detener. No, mientras piense que puede controlarlo todo desde su escondite. Y ya viste lo que hace. Hackeó tu casa, destruyó mi café, mandó gente a vigilarme, plantó rumores, llamó a la policía. Si no la frenamos, va a seguir subiendo el nivel. Rodrigo pasó una mano por su cabello intentando procesar todo. Es peligroso.

Claro que es peligroso, respondió Lucía. Pero quedarse aquí sin hacer nada lo es más. Rodrigo apretó los labios. ¿Tienes idea de dónde podría estar? Lucía abrió la laptop de nuevo con determinación. Déjame rastrear las conexiones. No puedo dar con un domicilio exacto, pero sí puedo ubicar las celdas donde ha rebotado su señal.

Nadie manda ataques tan fuertes sin dejar un rastro mínimo. Y si dejó uno, yo lo encuentro. Rodrigo la vio trabajar con una mezcla de miedo, admiración y orgullo. Ella era increíble. Sus dedos volaban mientras analizaba registros, triangulaba señales y forzaba accesos que cualquier otra persona habría considerado imposibles.

Después de media hora, Lucía levantó la mirada. La última señal fuerte viene de una zona industrial en las afueras de la ciudad. Bodegas viejas, talleres abandonados. El tipo de lugar donde alguien que no quiere ser encontrado se escondería. Rodrigo frunció el ceño. ¿Quieres que vayamos ahí? Lucía asintió.

 Hoy mismo, tres horas después, ya de noche, un auto negro avanzaba por un camino casi vacío rumbo a una zona donde las calles estaban poco iluminadas, los postes eran antiguos y muchas ventanas estaban selladas. Lucía iba en el asiento del copiloto con su laptop abierta sobre las piernas. Rodrigo mantenía las manos firmes en el volante, aunque su respiración delaba que estaba nervioso.

 “Cuéntame qué haremos exactamente”, dijo él tanteando el terreno. Lucía respondió sin apartar la vista de la pantalla. “Primero verifico si la señal sigue activa. Si sí, la confrontamos. Si no encontramos evidencia física, cualquier cosa que pueda ayudar a las autoridades, pero no nos vamos con las manos vacías. ¿Y si Irina está ahí? ¿Qué hacemos? Lucía cerró la computadora.

No vamos a entrar a pelear, Rodrigo. Solo quiero verla. Quiero verla a los ojos y dejar claro que no le tengo miedo. Rodrigo frenó de golpe. Lucía, por Dios. Irina es peligrosa. No es un personaje de videojuego. No puede solo verla a los ojos como si fuera a asustarse. Lucía respiró profundo. No es para asustarla, es para decirle que ya sé quién es, qué hizo y que va a pasarle. Eso la va a desestabilizar.

 La gente como ella odia perder el control. Rodrigo cerró los ojos un momento. No quiero que te pase nada, dijo con sinceridad. Lucía lo miró con suavidad. Y yo no quiero que te sigan destruyendo la vida. Quedaron en silencio un instante. Luego Rodrigo arrancó de nuevo. Llegaron a la zona industrial.

 Era un lugar frío, silencioso, apenas alumbrado por un par de lámparas viejas. Lucía señaló un edificio grande y deteriorado con grafitis y ventanas rotas. Ahí dijo señalando la bodega principal. Rodrigo estacionó lejos. Vamos con cuidado. Se bajaron del auto. El viento estaba helado. Lucía caminaba con pasos firmes, pero por dentro el corazón le latía con fuerza. Se acercaron a la bodega.

 La puerta estaba entreabierta. Rodrigo la tomó del brazo. Déjame ir primero, Rodrigo. Empezó ella. Por favor, dijo él mirándola con una intensidad que no dejaba espacio a discusión. Lucía asintió. Rodrigo empujó la puerta lentamente. El interior estaba oscuro, pero se veían algunas máquinas viejas, cables tirados, mesas metálicas y un escritorio lleno de papeles. Todo parecía abandonado, salvo por una laptop encendida al fondo.

 Lucía lo notó al instante. Es suya, susurró. Ese brillo, ese modelo. Ella la usa para conexiones remotas. Rodrigo la miró con cautela. Puede estar aquí, puede o puede haber estado hace minutos. Lucía caminó hacia la laptop con cuidado. Rodrigo se quedó cerca atento.

 Cuando ella tocó el teclado, la pantalla reaccionó mostrando líneas de código y luego un mensaje apareció. Llegaron tarde. Lucía tragó saliva. Rodrigo se tensó. Se está burlando de nosotros, dijo él. Lucía siguió leyendo. Debajo del mensaje apareció otro. Sabía que vendrían. Gracias por dejarme ver que el miedo ya no te paraliza, Lucía. Será más divertido aplastarte cuando te confíes. El aire se volvió pesado.

 Lucía sintió un nudo en el pecho. No era un simple mensaje, era una invitación, una provocación. Rodrigo dio un golpe a la mesa. Esa mujer está enferma. Lucía cerró la laptop de golpe. Rodrigo, tenemos que irnos. Esta bodega está demasiado limpia. No hay nada fuera de lugar, salvo esto.

 ¿Crees que nos está vigilando? Estoy segura. Y no desde aquí, desde otra parte. Esto es un ceñuelo. Rodrigo miró alrededor y sintió que cada sombra podía esconder a alguien. Vámonos dijo él. Salieron rápido, pero cuando llegaron al auto, Lucía sintió que algo no cuadraba. El auto estaba intacto, no había nadie alrededor, no escucharon pasos, no habían visto movimiento y aún así algo dentro de ella estaba inquieto. Rodrigo abrió la puerta del conductor. Sube rápido.

 Lucía iba a entrar, pero se detuvo. Algo llamó su atención. Un pequeño papel blanco atorado en el parabrisas. Rodrigo también lo vio. ¿Qué es eso? Lucía lo tomó con cuidado. Al abrirlo, reconoció la letra al instante. Si sigues buscando, vas a encontrar más de lo que puedes manejar, incluyendo tu propio final. Rodrigo le arrebató el papel con enojo. Ya basta. Esto es una amenaza directa.

 Lucía respiró hondo y se obligó a pensar con claridad. Rodrigo, no debemos perder la cabeza. Eso es lo que ella quiere, que reaccionemos sin pensar. ¿Y qué propones? Lucía lo miró con seriedad. Irina ya no se esconde. Está jugando con nosotros y eso significa una cosa. Rodrigo la miró sin parpadear. ¿Cuál? Lucía apretó el papel. Que ya siente que la estamos alcanzando.

Rodrigo encendió el auto. Entonces la alcanzaremos. Lucía lo miró y sintió que por primera vez en todo ese caos estaban avanzando en la dirección correcta. Pero antes de irse, Lucía volvió al asiento, abrió su celular y lo vio. Un mensaje nuevo, sin texto, solo una imagen tomada desde un ángulo alto a través de una cámara de vigilancia. Ella y Rodrigo dentro de la bodega.

Justo hace 10 minutos, Lucía sintió un escalofrío. Le mostró la pantalla a Rodrigo. Él apretó el volante con fuerza. Lucía susurró, “nos está viendo sí”, dijo Lucía guardando el celular. “Pero también está cometiendo errores.” Rodrigo la miró. “¿Cuál error?” Lucía respondió con voz fría, firme, segura. Subestima todo lo que puedo hacer.

 Lucía no pudo dormir esa noche ni un segundo. Después de volver de la bodega con Rodrigo, se quedó sentada en el sillón del penthouse con la laptop abierta, los ojos fijos en la pantalla, pero sin leer realmente. Tenía el corazón latiéndole con fuerza, la respiración corta y una sensación de urgencia que quemaba como fuego dentro del pecho.

 Rodrigo la observaba desde la cocina. No quería interrumpirla, pero tampoco podía ignorar la tensión en el ambiente. Finalmente se acercó con una taza de té caliente. Lucía, deberías descansar un poco. Ella ni siquiera levantó la mirada. No puedo. Ella ya sabe que fuimos a la bodega. Nos mandó mensajes a los dos. nos está vigilando y no solo eso, también está dejando un rastro para que sepamos que lo hace. ¿Cómo rastro? Preguntó Rodrigo.

 Lucía tecleó algo rápido. Míralo tú mismo. Abrió un archivo que había copiado de la bodega. Había patrones repetidos, códigos casi idénticos a los de los últimos ataques digitales, pero lo más importante eran deliberados. Ella quiere que sepamos que está ahí”, dijo Lucía. Está jugando y eso significa que quiere que nos acerquemos.

Rodrigo frunció el seño. ¿Por qué haría algo así? Lucía respiró hondo. Porque las personas como ella necesitan sentirse superiores. Necesitan demostrar que llevan la ventaja incluso cuando ya no la tienen. Rodrigo la miró con una mezcla de preocupación y admiración. Lucía hablaba con una seguridad que para él era casi intimidante.

¿Y tú crees que ya no la tiene?, preguntó él. Lucía cerró la laptop. Creo que está perdiendo el control. ¿Y qué está desesperada? Rodrigo se sentó a su lado. Lucía, quiero que me escuches bien. En todo esto, tú eres lo mejor que me ha pasado. No quiero que nada te pase.

 No quiero que ella te toque, que te acerque, que te lastime. Yo, Lucía lo interrumpió. Rodrigo, ¿no puedes protegerme de algo que está en mi mundo? En el tuyo sí, pero en el mío no. Él bajó la mirada. Y aún así quiero intentarlo. Lucía no respondió. No sabía qué decir. Había demasiado en juego, demasiado confuso, demasiado peligroso para pensar en algo tan emocional en ese instante.

O al menos eso intentaba creer, porque cuando Rodrigo levantó la mirada, ella sintió el impulso de abrazarlo como si fuera lo único estable en medio del caos, pero no lo hizo. No podía. Vamos a seguir trabajando”, dijo ella, rompiendo el momento. Rodrigo asintió, aunque su expresión mostraba un leve dolor.

 Al amanecer, ambos seguían igual, cansados, ojerosos, pero sin rendirse. Lucía tenía más archivos abiertos que horas dormidas. Rodrigo tenía café en la mano y el ceño fruncido desde hacía 3 horas. De repente, la pantalla de Lucía parpadeó. Apareció una alerta nueva. Lucía se inclinó al frente. Rodrigo, mira, esto.

 Era un pin desde una dirección IP que había visto antes. Rodrigo reconoció el número. Este, sí, dijo Lucía. Irina está activa ahora mismo. Abrió la conexión, pero lo que apareció no era código. Era un mensaje de texto escrito en tiempo real. amanecieron trabajando. Rodrigo apretó el puño. Esa mujer. Lucía escribió una respuesta rápida. ¿Qué quieres? Irina respondió al instante.

By, ya te cansaste, Lucía. Aunque lo dudo. Tienes el espíritu de una jugadora. Estás hecha para esto. Lucía sintió un escalofrío desagradable. Nos está estudiando, murmuró. Lleva días analizándonos. Otro mensaje apareció. Pero te daré una pista, Lucía. El problema nunca fue Rodrigo, ni tú.

 El problema siempre fue quien movió las piezas desde dentro. Rodrigo se quedó helado. Lucía frunció el seño. ¿A qué te refieres? La respuesta tardó más esta vez. ¿De verdad crees que Esteban tomó todas esas decisiones solo? que yo fui la única que los traicionó. Por favor, Lucía sintió una punzada en el estómago. No, no puede ser. Rodrigo respiró hondo.

¿Qué dice? Ella escribió, ¿quién más está involucrado? Irina contestó, no te voy a decir eso, querida, pero está cerca, muy cerca. alguien que conoces bien. Rodrigo retrocedió un paso. No, no puede ser alguien más del consejo. Ya revisamos. No, interrumpió Lucía. Está jugando.

 Nos quiere distraer, confundir, hacer que nos peleemos entre nosotros. Rodrigo respiró hondo tratando de calmarse, pero Irina no había terminado. ¿Saben qué es lo más triste? Que ustedes dos realmente creen que pueden ganarme. Lucía tecleó rápido. Ya te gané una vez. La respuesta no tardó. Solo me ganaste un round.

 Pero la pelea sigue y luego un archivo adjunto apareció. Rodrigo abrió los ojos. ¿Qué es eso? Lucía dudó un segundo y abrió el archivo. Era un video, una grabación de seguridad, un lugar oscuro, un hombre caminando rápido, una mujer detrás de él gritando. Lucía entrecerró los ojos. Es Emilio. Rodrigo se acercó. Sí, ese es Emilio Casmarek. El video avanzó. La mujer lo alcanzó.

 Le puso algo en el cuello. El hombre cayó al suelo. Lucía sintió que se le helaba la sangre. Rodrigo, es ella. Dijo él con voz baja. Es Irina. El video terminaba con la mujer arrastrando el cuerpo hacia un auto sin placas. Rodrigo palideció. Irina mató a Emilio. Lucía no contestó. Apenas podía respirar. El video era real, no era un montaje y eso significaba que estaban enfrentando a alguien aún más peligrosa de lo que imaginaban. Apareció un último mensaje en pantalla.

La próxima vez puede ser cualquiera. Lucía sintió un nudo en la garganta. Rodrigo se acercó más instintivamente, como si quisiera protegerla, aunque fuera imposible. Lucía murmuró, esto ya pasó a otro nivel. Ella respiró hondo, muy hondo, y dijo, “Entonces nosotros también vamos a pasar al siguiente nivel.” Rodrigo la miró sorprendido.

 Lucía cerró todas las ventanas, apagó la laptop y se puso de pie. “Terminé de jugar a la defensiva”, dijo con firmeza. Irina quiere guerra y ahora la va a tener. Rodrigo tragó saliva. ¿Qué estás planeando? Lucía lo miró con una intensidad nueva, peligrosa, decidida. Voy a rastrear la fuente del video, la ubicación exacta desde donde lo envió.

 Y cuando la tenga, voy a decirle a las autoridades exactamente dónde encontrarla. Rodrigo negó con la cabeza. Eso la va a enfurecer. Lucía sonrió por primera vez en horas. Exactamente. La siguiente hora fue un torbellino de actividad. Lucía abrió todos los archivos que Irina había enviado.

 Analizó cada byte, cada fragmento de metadatos, cada rastro digital que pudiera revelar la ubicación original. Rodrigo caminaba de un lado a otro como un león enjaulado. ¿Lo tienes?, preguntó cada 10 minutos. No, respondía ella. Todavía no. Dame tiempo. Después de una hora y media, Lucía se quedó completamente inmóvil. Luego empezó a reír muy bajito.

 Rodrigo se acercó alarmado. ¿Qué pasó? ¿Te volviste loca? O Lucía giró la laptop hacia él. Mira este número. Rodrigo entrecerró los ojos. Es una celda de red. Sí, respondió Lucía y viene desde un router cerca de la frontera. Muy cerca. ¿Dónde exactamente? En un punto migratorio que conecta México con una salida directa hacia el norte.

 No dice cuál, pero ella amplió el mapa. Está cerca de una carretera internacional. Rodrigo abrió los ojos. La frontera. Sí. Si Irina está por ahí, ¿va a huir o va a cruzar? Rodrigo la miró fijo. ¿Crees que podamos avisar a las autoridades para atraparla? Lucía tomó aire. Creo que podemos hacerlo ahora mismo. Tomó el celular. Marcó un número.

 Lucía contestó una voz conocida. El investigador privado. Ya sé dónde está, dijo ella sin rodeos. Les mando coordenadas. Rodrigo la miraba incrédulo. De verdad, Rodrigo dijo ella con una sonrisa cansada. Soy buena en lo que hago. Envió las coordenadas. El investigador respondió, “Movilizaré a la policía federal y a los grupos de frontera. Si está allá, no saldrá.

” Rodrigo se dejó caer en el sillón agotado, pero aliviado. Lucía, no sé cómo agradecerte. Ella se sentó a su lado. Todavía no cantes victoria. Irina es peligrosa. No la atraparán fácil, pero ya está acorralada. Sí, dijo Lucía. Y los animales acorralados muerden más fuerte. Rodrigo tomó su mano. No voy a dejar que te haga daño. Ella lo miró con el corazón latiendo más rápido. Lo sé.

 Pero al fondo, muy al fondo, algo le decía que la historia aún no había terminado, que lo peor estaba a punto de llegar. La noche en el penthouse transcurrió con una tensión distinta a las anteriores. Ya no era miedo, ya no era incertidumbre. Era ese estado extraño en el que uno siente que todo está por resolverse, para bien o para mal.

 Lucía revisaba cada minuto su celular por si llegaba información nueva del investigador o de las autoridades. Rodrigo caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. ¿Crees que la encuentren?, preguntó él con un temblor en la voz que intentaba ocultar. Lucía había aprendido a leer cada gesto suyo. “Sí”, respondió ella.

 “Esta vez no podrá esconderse.” Dejó demasiadas pistas. Aunque crea que todo es perfecto, se confió. Rodrigo se sentó a su lado. “Nunca pensé que terminaría viviendo esto”, dijo viendo sus propias manos. Empecé una empresa para innovar, para crear, no para ver cómo la usan como arma de guerra. Lucía lo miró con suavidad. Rodrigo, tú no causaste esto.

Tomaste malas decisiones en quien confiar. Sí, pero la culpa es de ellos, de quienes usaron su poder para lastimar. Tú solo estabas en el camino cuando ellos querían destruir algo grande. Rodrigo levantó la mirada hacia ella. Y tú estabas en el camino para salvarlo. Lucía sonrió de lado. Tú solo pediste una pizza.

 No imaginaste todo esto tampoco. Rodrigo soltó una risa pequeña, cansada. Nunca pensé que la mujer que entró con una caja de pizza acabaría salvándome todo. A Lucía se le aceleró el corazón. Quiso responder algo, pero en ese momento su celular vibró con fuerza. Los dos se tensaron. Lucía contestó, “Sí, era el investigador privado con la voz acelerada.

Lucía Rodrigo, la tenemos.” Rodrigo dio un paso al frente sin darse cuenta. ¿Dónde? cerca de la frontera norte, un punto entre caminos rurales. Estaba intentando cruzar con documentación falsa, pero la policía federal y los agentes fronterizos la rodearon. Está bajo custodia. Lucía cerró los ojos, respiró profundo.

Rodrigo se dejó caer en el sofá como si le hubieran quitado un peso de encima. ¿Ella dijo algo?, preguntó Lucía. Sí. mucho. Está furiosa. Está diciendo que esto no se acaba, que tiene contactos, que ustedes no entienden con quién se metieron. Lucía apretó la mandíbula. Eso no importa. Ya está fuera del juego.

Ahora es cuestión de la ley. El investigador continuó. El resto de su equipo fue detenido también. Esteban Rivas fue capturado tratando de huir hacia el sur y encontraron pruebas incriminatorias en las computadoras de Emilio y otros cómplices. Van a enfrentar cargos serios, muy serios. Rodrigo sintió como si una tonelada de tensión se liberara de su cuerpo. Gracias, de verdad.

El investigador solo respondió, “Ustedes provocaron todo esto. Sin su información nunca los hubiéramos atrapado. Descansen. Ya terminó.” Lucía colgó despacio. Se quedó quieta como procesando todo. Rodrigo se acercó. Lucía. Ella levantó la mirada y por primera vez en semanas sonrió sin un rastro de miedo. Lo logramos. Rodrigo la abrazó sin pensarlo.

 Ella no se apartó. Todo lo contrario se aferró a él con fuerza. Sentía su respiración acelerada, su corazón latiendo tan fuerte como el de ella. Se quedaron así un largo rato dejando salir el cansancio, el terror, la adrenalina, todo. Cuando se separaron, Rodrigo la sostuvo por la cintura. Lucía, tengo algo que decirte.

Ella lo miró con los ojos brillando. Dilo. Rodrigo respiró hondo. Me enamoré de ti. Quise negarlo porque todo era un caos, porque tu vida estaba en peligro. porque no sabía si tú sentías lo mismo. Pero no puedo callarlo más. Lucía sintió que el pecho se le apretaba de emoción, pero no era miedo, era algo mucho más cálido.

 Rodrigo, yo también me enamoré de ti y créeme que también intenté evitarlo, pero pasó y ahora no quiero evitarlo más. Él sonrió como si esas palabras fueran la primera señal de luz después de una tormenta interminable. Entonces, dijo él acercándose un poco más, “¿Me permites quedarme en tu vida?” Lucía se rió bajito. “Solo si te comprometes a no quemar más panques.” Rodrigo fingió indignación.

 Yo no quemé los panques solo se cocinaron demasiado rápido. Ajá. Claro”, bromeó ella. Rodrigo la abrazó de nuevo, esta vez con calma, sin miedo. Pasaron dos días antes de que pudieran regresar al café. Las investigaciones en la frontera, los interrogatorios y los informes oficiales los mantuvieron ocupados. Pero finalmente llegó el momento de regresar a Dulce Lucía.

 Cuando llegaron, el lugar seguía lastimado. Ventanas rotas, sillas volcadas. polvo en los rincones, pero también era su espacio, su sueño. Lucía respiró hondo, como si se llenara de una energía renovada. “Voy a reconstruirlo todo”, dijo con firmeza. “No voy a dejar que alguien como Irina destruya mi vida.

” Rodrigo estaba a su lado observando los daños. “Y no lo harás sola. Voy a ayudarte en lo que necesites. Lucía sonrió y lo tomó de la mano. Entonces, empezamos hoy. Y empezaron. En los días siguientes, contrataron gente para arreglar las ventanas, pintar las paredes, reparar el mobiliario y reinstalar la cocina.

 Rodrigo se presentó todos los días con café, herramientas o simplemente a cargar cajas. Aunque no servía para mucho en tareas manuales, su intención lo hacía adorable. Rodrigo, esa brocha es para paredes, no para muebles, le decía Lucía riendo. Lo sé, respondía él, aunque claramente no sabía. En una semana el lugar empezó a verse como nuevo. En dos, parecía un sueño.

 En tres, Lucía estaba lista para la reapertura. Ese día llegó más de gente de la que esperaban, vecinos, clientes fieles, curiosos y hasta empleados de Innovatch. Había globos, música suave y un olor perfecto a pan recién hecho. Lucía llevaba un delantal nuevo. Rodrigo tenía flores en la mano. “Lista”, preguntó él. Lucía tomó aire. “Lista.” Abrió las puertas. El público la recibió con aplausos.

Ella se sonrojó riéndose. El señor mayor, el que siempre olvidaba la cartera, llegó primero. ¿Me fí a un café? Preguntó con una sonrisa grande. Lucía cruzó los brazos fingiendo molestia. Otra vez. Usted no cambia. La gente rió. Rodrigo sonrió. Era hermoso ver como la vida volvía a ese lugar. Después de unas horas, Lucía salió por un momento hacia la terraza pequeña del fondo. Rodrigo la siguió.

 Oye, ya que esto se calmó un poco, dijo él. Tengo una pregunta importante. Lucía levantó una ceja. A ver, sorpréndeme. Rodrigo tomó sus manos. Quiero que estemos juntos oficialmente. Quiero una vida contigo. Y sí, sé que suena Cursi, pero es la verdad. Lucía se mordió el labio con una sonrisa suave. Rodrigo, yo también quiero eso. Entonces él se inclinó un poco.

 ¿Puedo besarte? Lucía rió. Si pides permiso, no se siente igual. Y lo besó. Ella fue un beso tranquilo, cálido, lleno de cariño y por primera vez sin miedo a nada. Cuando se separaron, Lucía susurró, “Creo que ahora sí me siento feliz.” Rodrigo la abrazó. Yo también. El café siguió llenándose, la vida siguió su curso.

 Y aunque ambos sabían que el pasado había sido intenso, peligroso y lleno de amenazas, también sabían que todo había valido la pena para llegar a ese momento. Lucía había recuperado su sueño. Rodrigo había recuperado su empresa y juntos habían encontrado algo que ninguno buscaba, pero que ahora era lo más importante, un lugar donde podían ser ellos mismos. Un lugar donde sentirse seguros.

 Un lugar donde empezar una nueva historia con más risas, más café y menos hackers. ¿Qué te pareció esta historia? Déjanos tu opinión en los comentarios. Cuéntanos qué parte fue tu favorita y califica esta historia del cer al 10. No olvides darle me gusta al video, suscribirte al canal y activar la campanita para que no te pierdas nuestras próximas historias.