El multimillonario reta a la mesera a bailar y ella se roba el espectáculo segundos después. Antes de seguir, déjanos en los comentarios tu país o ciudad. Ahora sí, disfruta la historia. El restaurante La cúpula de Montecarlo estaba lleno esa noche. Ana Beltrán avanzaba entre las mesas con ese paso firme que había aprendido a dominar después de tantos turnos dobles.

 Esa noche había atendido varias veces la mesa que todos los empleados querían evitar. Ahí estaba Marco Villaseñor, un millonario con fama detenido y admirado a la vez. A su lado estaba Adrián Montalvo, su socio, un hombre de mirada cansada pero amable. Habían pasado toda la tarde celebrando una compra millonaria que le daría a villasor Holdings aún más poder del que ya tenía.

 Ana se acercó con la bandeja para rellenar sus copas de agua. Marco ni siquiera levantó la mirada. Claro, sírveme”, murmuró él como si estuviera hablando con un aparato más que con una persona. Ana lo ignoró. Lo había hecho tantas veces que ya no le afectaba. Dejó la jarra sobre la mesa y recogió los platos vacíos.

 “Esta noche estuvo reñida la negociación”, comentó Adrián frotándose las cienes. No pensé que el otro equipo fuera a ceder tan fácil. Todos Eden, tarde o temprano, respondió Marco, sin ocultar el orgullo. Solo hay que encontrar por donde presionar. Ana sintió como esas palabras le caían pesadas, pero siguió trabajando.

 Ana se alejó para entregar la bandeja, pero antes de llegar a la estación de servicio, escuchó la voz de Marco. Oye, tú, ven un momento. Ella detuvo el paso, respiró hondo, volvió a la mesa. ¿En qué puedo servirte? preguntó con respeto, aunque por dentro sentía una incomodidad creciente. Marco la observó como si estuviera evaluando un objeto.

 “Tengo una duda”, dijo con una sonrisa Ladina mientras tomaba su cartera. “¿Tú crees que la gente tiene dignidad o que todo el mundo se vende por el precio correcto?” Adrián lo miró con incomodidad. “Marco, ¿no empiezas con eso otra vez?” Pero el millonario ya estaba sacando una tarjeta metalizada. “Mira, Ana, te propongo algo”, dijo él sosteniendo la tarjeta con dos dedos.

 “Te doy 10,000 € ahora mismo si bailas aquí frente a nosotros.” Ana sintió un nudo en el estómago. Un silencio tenso se hizo en las mesas cercanas. Algunos clientes miraron con incredulidad, otros con incomodidad. Otros simplemente esperaban el espectáculo. Marco intervino Adrián inclinándose hacia él. Esto no está bien.

 No la estoy obligando respondió Marco, extendiendo aún más la tarjeta. Es un trato. 5 minutos de tu tiempo. 10,000 € A ver si tu orgullo vale más que eso. Ana sintió como su piel se erizaba. No era la primera vez que un quiente la humillaba, pero esta vez era distinto. Marco no solo quería degradarla, quería probarle a Adrián que la dignidad se podía comprar. Ella bajó la mirada.

En su bolsillo tenía un recibo arrugado del hospital donde estaba su hermano Daniel, que esa misma mañana había tenido otra crisis. Los medicamentos eran costosos, los tratamientos peores y el hospital ya había advertido que pronto dejarían de recibirlo sin un nuevo pago. 10,000 € eran más de lo que ella podía reunir en meses.

 Respiró tratando de mantener la calma. ¿Y si me niego?, preguntó. Pues confirmas lo que pienso, respondió Marco sin dudar. que no todos tienen un precio, pero también confirmas que prefieres tu orgullo a ayudar a tu familia. Digo, si es que tienes a alguien que dependa de ti. Ese golpe la atravesó. Ana apretó los labios. Todo el restaurante esperaba. Acepto”, dijo ella con la voz firme.

Marco sonrió creyendo haber ganado. Perfecto. Pago por adelantado para que no te dé miedo arrepentirte. Pidió a un mesero traer la terminal y pasó la tarjeta sin siquiera mirar el monto. Ana tomó el recibo sin temblar. “Pero no voy a bailar aquí”, añadió ella, señalando el área donde tocaba el pianista. “Lo haré allá.

Marco levantó las cejas. Como quieras, igual vas a bailar. Ana caminó hacia la zona indicada. Sus manos parecían tranquilas, pero su corazón le latía con fuerza. Se detuvo. Desabrochó su moño. Su cabello rubio oscuro cayó por su espalda. Se quitó los zapatos. respiró profundo. Varias personas ya estaban grabando.

 Ana cerró los ojos y empezó. El primer movimiento fue pequeño, contenido, casi tembloroso, pero había algo en su postura que nadie esperaba. Sus brazos firmes, su expresión concentrada, un aire de dolor y fuerza al mismo tiempo. No era un baile improvisado, era una bailarina legítima. Marco desde la mesa dejó de sonreír.

Ana comenzó a moverse con una fluidez que contrastaba con todo lo que había mostrado en su turno. Era una danza cargada de emociones, una mezcla de técnica y sentimiento. Cada giro parecía romper una cadena invisible. Cada salto llevaba el peso de años de sacrificios. El murmullo del restaurante desapareció. Todos se quedaron mirando.

Adrián susurró. Marco, ¿sabías que ella bailaba así? Marco no respondió. Ana, sin música, dejó que sus pasos hablaran. Pensó en su hermano, pensó en las noches sin dormir. Pensó en lo injusto que era que la vida la obligara a elegir entre sobrevivir y su sueño.

 Giró una última vez, cayó de rodillas, respiró profundo y terminó con la mirada clavada directamente en marco. Un silencio total cubrió la sala. Después, una sola persona empezó a aplaudir, Adrián. Luego otra y en segundos todo el restaurante estaba de pie. Ana se levantó sin prisa, volvió por sus zapatos, se calzó y caminó hacia la salida sin mirar atrás. Nadie detuvo los aplausos.

 Marco solo la siguió con los ojos como si acabara de ver algo que no entendía. Ana salió del restaurante sin mirar atrás. El aire de la noche le golpeó el rostro y por primera vez en mucho tiempo sintió que podía respirar, aunque un temblor leve le recorría las manos. Aún escuchaba el eco de los aplausos detrás de la puerta como si fueran un recuerdo ajeno.

 Caminó rápido hacia la parada del autobús con el recibo de los 10,000 € guardado en su delantal doblado en cuatro partes. Mientras tanto, dentro del restaurante, Marco seguía sentado sin decir una palabra. Su mandíbula estaba tensa, los ojos fijos en el lugar donde Ana había estado arrodillada unos minutos antes. Adrián rompió el silencio. Te pasaste, Marco.

 Pensé que harías una de tus bromas pesadas. No, eso. Marco no reaccionó de inmediato. Luego apoyó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y exhaló lentamente. No sabía que ella, se detuvo, como si la palabra le costara, bailara así. Adrián lo miró con una mezcla de decepción y cansancio. El punto no era si bailaba bien o mal. El punto es que la pusiste en una situación humillante solo para demostrar algo.

 Marco apretó los dientes, irritado tanto por el comentario como por el torbellino que llevaba dentro desde que Ana empezó su danza. No la obligué. Ella aceptó. La empujaste, replicó Adrián. Tú no entiendes lo que es necesitar dinero de verdad. Marco no contestó y la conversación murió cuando un mesero se acercó a retirar lo que quedaba en la mesa. Marco tomó su saco y se levantó con brusquedad.

Ya vámonos. No tengo nada más que hacer aquí. Salieron del restaurante, cada uno con un humor muy distinto. Ana tomó el autobús que la llevaba al hospital donde su hermano Daniel pasaba la noche. Se sentó junto a la ventana, apoyó la cabeza en el cristal y dejó escapar un suspiro. Sentía las piernas tensas por la energía del baile, pero también una extraña ligereza, como si hubiera soltado algo que llevaba años cargando. Pensó en el rostro de Marco cuando terminó su presentación.

Nunca había visto a alguien mirarla así, no con arrogancia ni con lástima, sino con algo que no supo interpretar. No quería pensar demasiado en él. No se lo merecía. Llegó al hospital cerca de medianoche. Entró en la habitación de Daniel con pasos silenciosos. Él dormía profundamente con el suero conectado y el monitor marcando los latidos lentos pero estables.

Ana se acercó, le acarició el cabello y le habló en voz baja. Hoy conseguí algo para ti, aunque fue de la peor forma posible. sacó el recibo del bolsillo, lo miró un momento y lo guardó con cuidado. Ese dinero no solucionaba nada definitivamente, pero le daba un respiro. Se quedó a su lado hasta quedarse dormida sentada en la silla abrazada a su bolso.

 La mañana siguiente, Marco despertó en su pentuse en Monteclos, sin su usual claridad mental. Se sentía pesado, inquieto. Encendió la cafetera, pero mientras el aroma llenaba la cocina, él solo podía pensar en Ana y en lo que había pasado. La imagen de ella bailando no lo dejaba en paz. No era solo la fuerza del baile, era lo que transmitía cada movimiento.

Dolor, rabia, resistencia, algo crudo, real, algo que él no sabía manejar. Cuando llegó a la oficina, su asistente Julia Romero lo estaba esperando con su tablet en mano. Señor Villaseñor, tiene reuniones con los inversionistas de la sucursal en Zich, una videollamada con los de Tokio y cancela todo.

 Interrumpió él sorprendiéndola. Julia parpadeó confundida. Todo, señor. Marco dejó su maletín sobre el escritorio, aflojó la corbata roja y se recargó en la silla. Todo. Necesito que investigues a una persona. Julia tragó saliva. Estaba acostumbrada a solicitudes inusuales, pero no a ese tono. Nombre. Marco dudó un segundo. Ana Beltrán. trabaja en la cúpula de Montecarlo.

Quiero saber quién es, de dónde viene, su historia, todo. Julia asintió con cautela. ¿Desea algún tipo de acuerdo de confidencialidad? No, nada de eso, solo información. Julia entendió que no debía hacer más preguntas. Se retiró con rapidez. Marco quedó solo mirando la ciudad desde la enorme ventana de su oficina.

Montecarlo brillaba bajo el sol, pero él sentía una extraña sombra dentro del pecho. “¿Por qué demonios aceptó bailar?”, murmuró para sí. Y aunque no podía admitirlo en voz alta, lo que más lo perturbaba era otra idea. Ana no había danzado para ganarle, no había bailado para él, había bailado para sí misma y eso le dolía más que cualquier rechazo. Mientras tanto, Ana seguía en el hospital.

 Un doctor entró a revisar a Daniel. Los resultados aún no son buenos”, dijo con delicadeza, “pero con el pago que se hizo anoche podremos continuar con el tratamiento temporalmente.” Ana asintió agradecida, aunque con el corazón apretado. “Gracias, doctor.” El médico salió y Ana volvió a sentarse en silencio. No sabía si había hecho lo correcto la noche anterior.

Sabía que ese dinero era indispensable, pero también sabía que se lo habían puesto en las manos de la peor manera. Sacó su teléfono y lo encendió por primera vez desde el baile. No había pasado ni un minuto cuando empezaron a llegar notificaciones, mensajes, llamadas perdidas, correos, decenas de videos la mostraban bailando en la cúpula.

Alguien del personal había grabado casi toda la presentación y la había compartido en redes. Para su sorpresa, la publicación ya tenía miles de reproducciones. Comentarios como, “¿Quién es esa chica? Esto es arte puro, impresionante, y entre ellos algunos más preocupantes. El millonario la obligó. Esto fue humillación pública. Villaseñor se pasó.

Ana sintió la sangre el arce. No quería fama, no quería convertirse en un escándalo viral, solo quería salvar a su hermano. Dejó caer el teléfono sobre sus piernas y se cubrió el rostro con ambas manos. ¿Por qué tiene que salir todo mal siempre? Susurró. Un sentimiento de impotencia la apretó por dentro.

En la oficina, Julia regresó horas después con una carpeta en la mano. Señor Villaseñor, ya tengo la información. Marco la invitó a pasar. Julia colocó la carpeta sobre el escritorio. Su nombre completo es Ana Beltrán. Empezó a explicar. Bailarina desde Niña.

 Entró a una academia importante aquí en Mónaco, pero la dejó hace unos años cuando sus padres fallecieron en un accidente. Desde entonces cuida a su hermano menor Daniel, quien tiene una enfermedad crónica muy costosa. Marco mantuvo la mirada fija en la carpeta mientras Julia hablaba. Ha trabajado en todo tipo de empleos”, continuó ella, mesera, cajera, asistente de tienda, siempre a medio tiempo o impuestos donde le pagaran rápido, sin ahorros, muchas deudas médicas.

Marco inhaló profundamente. Las piezas empezaron a encajar, su resistencia, su dolor, su baile y sintió algo parecido a vergüenza. Julia esperó órdenes, pero Marco no dijo nada durante varios segundos. Finalmente murmuró, “Gracias, puedes retirarte.” Cuando quedó solo, abrió la carpeta. Allí estaba todo.

 Fotografías antiguas, notas, historial médico de Daniel, datos de la academia de danza donde Ana había sido considerada una promesa. Se llevó una mano al rostro como si necesitara esconderse de sí mismo. Había dado por hecho que ella era una chica cualquiera, alguien fácil de manipular, pero no era alguien que había sacrificado todo. Marcos cerró la carpeta con fuerza.

 La humillé frente a todos, se dijo entre dientes, y aún así bailó mejor que nadie que haya visto jamás. Se levantó de su silla, tomó su saco y se lo puso sin pensarlo. Sabía lo que tenía que hacer. No podía deshacer lo ocurrido, pero podía intentar reparar el daño, aunque Ana jamás quisiera verlo de nuevo.

 Esa tarde Ana salía del hospital cuando notó algo extraño. Una camioneta de prensa estaba estacionada cerca de la entrada junto con dos fotógrafos que parecían esperar a alguien. Ana retrocedió instintivamente. No, no puede ser. Un reportero la vio y sus ojos se abrieron. Es ella, la chica del video. Ana corrió hacia la calle apretando su bolso, tratando de perderse entre la gente. No podía permitir que la grabaran.

 No quería que su hermano, enfermo y vulnerable, se viera expuesto por culpa del capricho de un millonario. Mientras escapaba entre la confusión, solo una idea la atravesó. Tenía que desaparecer. tenía que proteger a Daniel, aunque para eso tuviera que dejar atrás la poca estabilidad que tenía.

 Ana dobló por una esquina jadeando, sin saber que su vida estaba a punto de cambiar otra vez y que Marco Villaseñor ya iba en camino a buscarla. Ana caminó sin rumbo fijo durante varios minutos después de alejarse del hospital. Necesitaba espacio para respirar, para despejarse, para no explotar en llanto en plena calle. El aire nocturno de Montecarlo golpeaba su rostro, pero aún así sentía calor, como si cada pensamiento la abrazara por dentro.

 Se detuvo junto a una farmacia cerrada, apoyó el antebrazo en la pared y dejó caer la frente sobre este. Todo se estaba saliendo de control. El video del restaurante, los comentarios, los reporteros, su hermano enfermo y ahora Marco Villaseñor, empeñado en meterse en su vida sin permiso, respiró hondo y retomó el camino hacia su departamento.

Debía estar con Daniel, asegurarse de que estuviera tranquilo y esconderse del caos hasta que todo pasara, si es que pasaba. Del otro lado de la ciudad, Marco manejaba su auto con un nudo en el estómago que no lograba deshacer.

 Había estado toda la mañana y parte de la tarde releyendo el informe que Julia le entregó sobre Ana. Su origen, su talento, su caída repentina del mundo de la danza, la enfermedad de Daniel, detalles que él en su arrogancia jamás imaginó mientras la humillaba con aquella oferta absurda. Cada línea de la carpeta era como un golpe directo a su orgullo. “¿Cómo fui tan idiota?”, murmuró mientras el semáforo cambiaba. No se reconocía.

Él, el hombre que siempre tenía control de todo, estaba manejando impulsivamente hacia la casa de una mujer a la que había lastimado de la peor manera, pero no podía quedarse sentado fingiendo que nada había pasado. No después de como ella lo miró tras su baile, esa mirada lo había dejado desarmado por completo.

 Llegó a la calle donde vivía Ana y estacionó el auto unos metros más adelante. No quería parecer un acosador, solo quería explicarse o al menos intentar hacerlo. Respiró profundo, salió del auto y caminó hacia la entrada del edificio. Levantó la mano para tocar el timbre, pero entonces escuchó pasos rápidos, casi desesperados, acercándose desde la esquina. Volteó. Ana estaba ahí con la respiración agitada y el rostro tenso, como si hubiera estado huyendo de algo.

 Cuando lo vio, su expresión cambió por completo. “Tú”, dijo ella, casi sin aire. “¿Qué demonios haces aquí?” Marco bajó la mirada por un instante. Necesito hablar contigo. No tenemos nada que hablar, respondió Ana caminando hacia la puerta sin detenerse. Marco dio un paso para frenarla sin tocarla. “Por favor”, pidió él con voz baja.

 Ana lo miró con un enojo tan intenso que Marco se sintió pequeño por primera vez en muchos años. “¿De verdad tienes el descaro de venir aquí después de lo que hiciste? le dijo con voz firme. Después de exhibirme delante de todos como si fuera un truco barato. Marco tragó saliva, sintiendo la culpa clavarse aún más. Sé que estuvo mal. Lo sé ahora.

 ¿Y eso qué cambia? Replicó Ana. Nada de lo que digas va a quitar a los reporteros que casi graban a mi hermano saliendo del hospital. Marco abrió los ojos con sorpresa. ¿Qué? reporteros en el hospital. Ana rio con amargura. Claro. ¿Qué pensabas? ¿Que el video no iba a provocar un circo? La gente no ve solo un baile, ve una historia que pueden deformar a su antojo. Marco se quedó callado, sintiendo como el peso de sus acciones se hundía todavía más.

 Ana no sabía que habían llegado tan lejos. Lo siento. No lo sientes, dijo ella. Solo estás arrepentido porque te salió mal el numerito. No, respondió él firme de pronto. Estoy arrepentido porque te lastimé, porque fui arrogante, porque no pensé en nada más que en demostrarle algo a Adrián. Ana parpadeó, sorprendida por la honestidad en su tono.

 Y eso, ¿cómo se supone que me ayuda a mí? Hubo un silencio tenso antes de que Marco hablara. Investigaste mi vida”, agregó Ana de repente, mirándolo con una mezcla de enojo y desconcierto. “¿Crees que no lo sé? Eso tampoco te da derecho a nada.” Marco asintió lentamente. Tienes razón. Fue invasivo, “Pero necesitaba entender.” Respiró profundo. ¿Por qué accediste? Y ahora que lo sé, solo puedo decir que lamento haber sido parte de tu carga.

Ana apretó los labios porque hablar de su hermano era tocar su punto más vulnerable. No digas su nombre, advirtió ella. No tienes derecho a usar mi historia como excusa. Marco levantó las manos con calma. No lo haré. Solo vine a decirte que quiero ayudarte. De verdad, no quiero tu dinero. Lo interrumpió de inmediato.

No te estoy ofreciendo dinero dijo Marco sin parpadear. Ana entrecerró los ojos sin confiar en él. Entonces, ¿qué? Él vaciló antes de responder. Llamé al hospital, admitió. Pregunté por los tratamientos disponibles. Algunos son experimentales, pero prometedores.

 Estoy viendo la forma de financiar un programa completo para que varios pacientes, incluido tu hermano, reciban atención sin costo. Ana sintió como su pecho se tensaba. No esperaba eso. No sabía cómo reaccionar. ¿Y crees que eso arregla algo? Preguntó ella en voz baja. Marco negó. No, no arregla lo que hice, pero puede evitar que sigas luchando sola. Ana bajó la mirada hacia el suelo.

 Tenía mil emociones chocando dentro, rabia, gratitud, miedo, cansancio y no quería deberle nada nunca. Si haces eso, dijo finalmente con voz seria, que sea anónimo. Nada de tu nombre en papeles, nada que te dé crédito, nada que la gente relacione conmigo. Marco la miró directo sin intentar defenderse. Será anónimo. Lo prometo.

 Ana respiró hondo, miró hacia la entrada del edificio y luego a él. Ahora vete. Marco asintió. Está bien. Ella subió los escalones sin mirar atrás. Marco permaneció ahí unos segundos observando la puerta cerrarse. Luego dio media vuelta y se alejó con el corazón revuelto. Ya dentro de su departamento, Ana se dejó caer en el sillón. Daniel dormía en su cuarto ajeno a todo. Ella lo envidió un instante.

Ojalá pudiera dormir así, lejos del caos. tomó su celular, lo encendió y de inmediato apareció una avalancha de mensajes, entre ellos uno que la hizo tensarse. Lorena Dumas, mensaje urgente. Ana sintió un vuelco en el estómago. Ese nombre no lo había escuchado en años y no significaba nada bueno.

 La última persona que quería ver involucrada en su vida había entrado a escena y las cosas solo podían complicarse más. Hagamos un juego para quienes leen los comentarios. Escribe la palabra cereza en la sección de comentarios. Solo los que llegaron hasta aquí lo entenderán. No olvides revisar la descripción del video donde te dejo algunos productos ideales para mejorar tu descanso y bienestar. Continuemos con la historia.

 Ana observó el mensaje de Lorena Duma sin mover un músculo. Sus dedos apenas se atrevían a tocar la pantalla, como si abrir ese texto pudiera arrastrarla de nuevo a un pasado que todavía dolía. Lorena había sido la rival más dura en la academia, una presencia que siempre buscaba hacerla sentir menos, opacarla, corregirla, compararla y cuando podía hundirla. y ahora le estaba escribiendo.

Respiró profundo y abrió el mensaje. Ana, sé lo que pasó en el restaurante. Te vi en el video. Mira, habrá una gala muy importante en Mónaco la próxima semana. Yo participaré. Puede que te interese. Llámame. Ana resopló incrédula. la conocía demasiado bien. Nada en ese mensaje era sincero. Lorena jamás se interesaría en ella por bondad.

 Eso significaba una sola cosa, conveniencia. Si alguien estaba hablando de Ana, entonces Lorena quería capitalizarlo. “No pienso llamarte”, murmuró Ana arrojando el celular a un costado del sillón. Pero el mensaje la dejó inquieta. Si Lorena sabía del video, todos en la academia también lo sabrían. La noticia se estaba extendiendo más rápido de lo que imaginaba. Cerró los ojos agotada.

Solo quería que todo desapareciera. Mientras tanto, en un piso alto del edificio corporativo, Marco estaba revisando documentos médicos junto con un director del hospital. Habían pasado horas discutiendo costos. tratamientos, disponibilidad y logística. Marco, acostumbrado a negociar millones, esta vez escuchaba con una paciencia y atención que sorprendía incluso a él.

“Podríamos financiar el programa por fases”, propuso el doctor. Primero los estudios, luego ampliar el acceso a los pacientes. “Quiero que empiece de inmediato,”, respondió Marco sin dudar. “No quiero que ningún niño espere.” El médico lo miró con un gesto de admiración.

 Es un compromiso muy alto, señor Villaseñor. Marco asintió. No es por mí, solo háganlo. Cuando el doctor salió, Julia entró con un archivo diferente. “Señor, encontró esta noticia”, dijo colocando la tablet sobre el escritorio. Era un artículo de una revista digital. El titular decía, “La mesera que humilló a un magnate.

 ¿Quién es Ana Beltrán?” Marco apretó los dientes. El artículo estaba lleno de especulaciones y fotografías tomadas sin permiso. Habían ido al hospital, habían fotografiado el edificio donde vivía Ana, incluso habían grabado su baile desde diferentes ángulos. Marco sintió que la rabia le hervía por dentro. ¿Quién permitió esto? ¿Por qué nadie detuvo a esa gente? Soltó.

 Julia lo miró con cautela. No hay mucha forma de detener a los medios cuando algo se vuelve viral. Pues voy a hacerlo dijo él levantándose de golpe. Marco, no puedes controlar todo. Ni aunque seas tú, dijo Julia con prudencia. Marco no contestó, pero su expresión dejaba claro que lo intentaría de todos modos.

 Esa misma tarde, Ana salió de su departamento para comprar algo de comida rápida. Necesitaba despejarse y no quería cocinar. Daniel dormía profundamente, así que dejó una nota para cuando despertara. Caminó hasta una pequeña avenida donde habían dos locales que aún seguían abiertos.

 Mientras esperaba su pedido, revisó nuevamente el celular y entonces vio un nuevo mensaje, esta vez de un número desconocido. Hay periodistas afuera intentando hablar de ti. No abras la puerta. Ana se quedó helada. Miró hacia la calle. No vio reporteros desde donde estaba, pero eso no significaba que no estuvieran merodeando por el edificio. “Esto no puede seguir así”, murmuró. Tomó la bolsa con comida y regresó rápido.

 Al doblar la esquina de su edificio, notó algo inquietante. Un auto oscuro estacionado cerca. Las ventanas estaban cerradas y no parecía moverse. Podía ser cualquiera o cualquiera de los que ella temía. apuró el paso, subió las escaleras casi corriendo y cerró la puerta con llave detrás de sí. Luego apoyó la espalda contra ella, respirando agitada.

 Daniel salió de su habitación somnoliento. Ana, ¿qué pasa? Nada, amor, respondió ella intentando sonreír. Solo fue un día largo. Vuelve a dormir. Sí. Daniel la miró con sospecha. Era joven, pero no tonto. Escuché gente afuera más temprano. Eran reporteros. Otra vez. Ana le acarició el cabello. No te preocupes susurró. Todo va a solucionarse. Pero por dentro sabía que era mentira.

Esto se estaba complicando más de lo previsto. Al día siguiente, Ana recibió un nuevo mensaje, esta vez de un remitente que no esperaba. Adrián Montalvo. Hola, Ana. Sé que no quieres saber nada de nosotros, pero necesito advertirte. Lorena Dumas está contando mentiras sobre ti en la prensa.

 Dice que Marco te manipuló, que estás emocionalmente inestable y que tu baile fue un colapso nervioso. Cuídate. Ana sintió que el estómago se le revolvía. Un colapso nervioso. Inestable. Lorena. siempre había sabido dónde clavar el cuchillo.

 Caminó por el pequeño departamento de un lado a otro con las manos en los bolsillos, sin saber si reír o llorar. “No pienso permitir que ella me destruya de nuevo”, dijo entre dientes. Entonces recordó la parte del mensaje que más le llamó la atención. En la prensa significaba que esto ya había escalado. Abrió el navegador en su celular y lo vio. Varias notas, videos, entrevistas rápidas. Lorena, con su elegante manera de posar ante las cámaras, hablando con voz dulce mientras lanzaba dardos disfrazados de preocupación. Me preocupa Ana. Ella solía ser muy emocional.

Después de perder su carrera, quedó muy sensible. Ana sintió un temblor recorrerle las manos. Todo lo que había trabajado por mantener su dignidad, ahora se desvanecía en un par de frases manipuladas. La gota final llegó cuando escuchó un audio filtrado. La reportera. Dicen que Marco Villaseñor la está buscando.

¿Sabes por qué, Lorena? Él siente compasión. Es obvio. Una chica tan frágil siempre despierta ese sentimiento. Ana cerró los ojos y apretó los puños con fuerza. Fril, repitió. Eso crees, Lorena. Se levantó del sillón. No voy a dejar que uses mi nombre para brillar. No, esta vez. Más tarde, en la oficina de Villaseñor Holdings, Marco estaba reunido con Adrián.

 Este le mostraba las declaraciones de Lorena en su tablet. “La mujer está aprovechando todo para hundir a Ana”, explicó Adrián. “Y de paso para llamar la atención de ti.” Marco observó atentamente cada palabra, cada gesto. “¿Ella dijo eso?”, preguntó con el rostro endurecido. “Sí.” Quiere posicionarse como la figura artística equilibrada y pintar a Ana como alguien que perdió la cabeza y a ti como alguien que la manipula. Marco apoyó las manos sobre el escritorio.

No voy a permitirlo. Adrián suspiró. ¿Y qué vas a hacer? Cualquier cosa que digas solo alimentará la historia. Marco se quedó en silencio por unos segundos. Hay una gala de danza esta semana, ¿verdad? Sí, la que organiza el comité artístico. Marco lo miró con determinación. Consígueme una entrada.

 No, mejor dicho, consígueme participación como patrocinador. Hoy mismo. Adrián abrió los ojos sorprendido. Marco, eso es muy repentino. ¿No te gusta ese tipo de eventos? No es por mí, respondió Marco. Es por Ana. y por ponerle un alto a gente como Lorena, Adrián lo observó un momento y luego asintió. Está bien, lo haré.

 Marco sabía que Ana no quería verlo, que probablemente lo odiaba, pero también sabía que esa mujer tenía una fuerza que ni siquiera ella reconocía y no iba a dejar que nadie la aplastara. Esa noche, Ana volvió a recibir un mensaje, esta vez de un remitente inesperado, un asistente de producción del comité de la gala.

 Ana se le invita cordialmente a asistir como público especial. Un patrocinador ha pedido su presencia. Ana frunció el ceño. No necesitaba adivinar quién era ese patrocinador. Marco susurró con fastidio. Quiso rechazar la invitación de inmediato, pero su corazón se aceleró de forma extraña. La gala, el escenario, la oportunidad y sobre todo la necesidad urgente de confrontar a Lorena.

 No voy por él, dijo Ana apretando los labios. Voy por mí y también quizá para cerrar una herida que nunca sanó del todo. Ana clavó la mirada en el mensaje, respiró hondo y respondió, “Asistiré.” El día de la gala llegó mucho más rápido de lo que Ana esperaba. Apenas había dormido.

 La mezcla de ansiedad, rabia y cansancio la mantuvo despierta casi toda la noche. Daniel, por su parte, estaba emocionado al verla prepararse, aunque no sabía la verdadera razón detrás del evento. “Ojalá bailes pronto otra vez”, le dijo él abrazándola con fuerza. “Eres la mejor, Ana.” Ella sonrió con tristeza. Lo haré algún día, lo prometo. Daniel no entendía la magnitud del caos mediático ni el peso emocional que cargaba Ana, pero su inocencia era un recordatorio de por qué seguía obligándose a avanzar. Ana tomó un taxi hacia el edificio donde se celebraría la gala. El Gran Teatro de

Montecarlo estaba rodeado de alfombras rojas, luces y cámaras. Delante del edificio se escuchaban flashes, pasos apresurados, saludos falsos y entrevistas rápidas. Ella se quedó un minuto observando toda esa escena desde el taxi, sintiendo un nudo formarse en su estómago. No era su mundo. Nunca había sido su mundo.

 Pagó al conductor, bajó y se mezcló con las personas que entraban. Nadie la reconoció al principio, lo cual fue un alivio. Su invitación indicaba un asiento en una zona discreta, no en la primera fila. Agradeció eso. Mientras caminaba hacia el interior del teatro, sintió que la observaban. Miró de reojo. Allí estaba Lorena Dumas, impecable como siempre, luciendo un vestido dorado que brillaba con las luces del vestíbulo.

Definitivamente la había visto llegar. Sus ojos verdes la analizaban como si fuera una intrusa. Ana levantó la barbilla con serenidad. No iba a permitir que la intimidara esta vez. Cuando estaba a punto de seguir su camino, Lorena se acercó con esa sonrisa controladamente amable que siempre escondía veneno.

 “Ana, qué sorpresa verte aquí”, dijo con un tono dulce, “demasiado dulce. No sabía que te habían invitado.” “Me invitaron,”, repitió Ana. sin entrar en detalles. “Qué coincidencia”, respondió Lorena fingiendo simpatía. “Justo ahora que el video te hizo famosa.” “No quiero ser famosa”, respondió Ana seca.

 “Oh, claro, replicó Lorena llevando una mano al pecho. Pero ya sabes cómo es la gente. Confunden un estallido emocional con arte. Pobre, debió ser muy difícil para ti.” Ana entrecerró los ojos. No hubo ningún estallido”, respondió. “Claro que sí, todos lo vimos.” “Perdiste el control”, insistió Lorena, inclinándose apenas hacia ella. “No deberías avergonzarte.

Algunas personas simplemente no manejan bien la presión.” Ana no la dejó terminar. “Lorena, deja de hablar como si me conocieras todavía.” La sonrisa de Lorena tembló por un segundo. Entonces ladeó la cabeza molesta. Solo intento ayudarte. La prensa puede ser cruel. Lo sé. Y también sé quién les dio información falsa.

 Contestó Ana sin parpadear. Lorena abrió los ojos fingiendo indignación. Insinúas que yo no lo insinúo. La interrumpió. Lo sé. No esperó su respuesta. Se dio la vuelta y caminó hacia su asiento, dejando a Lorena con la boca entreabierta, furiosa. A unos metros de distancia, observando todo desde una varanda del segundo nivel, Marco Villaseñor había presenciado la escena.

 No escuchó las palabras, pero entendió por los gestos que la tensión entre ambas era real. Marco no estaba en traje de lujo como los demás patrocinadores. Llevaba su ropa elegante de siempre, traje negro, camisa blanca, corbata roja. No quería llamar la atención, pero inevitablemente su presencia generaba murmullos. Adrián se acercó por detrás.

 ¿La viste, verdad? Marco asintió. Sí. ¿Vas a acercarte? No, respondió él rápidamente. No quiero arruinarle la noche, solo vine a asegurarme de que nadie la destruya. Adrián suspiró. No puedes cargar todo tú solo, Marco. No estoy cargando nada, dijo él sin quitar la mirada de Ana. Solo estoy haciendo lo que debía haber hecho desde el inicio. Protegerla del desastre que yo mismo provoqué. Adrián no insistió.

El teatro se llenó y las luces bajaron. La gala empezó con un número clásico seguido por una pieza contemporánea. El público estaba encantado. Ana observaba atentamente, sintiendo una mezcla de nostalgia y anhelo. Su cuerpo recordaba esos movimientos, esa disciplina, esas horas infinitas frente al espejo.

 Entonces llegó el turno de Lorena Dumas. El presentador anunció su nombre y la sala estalló en aplausos. Lorena salió al escenario con una seguridad casi teatral, vestida con un traje blanco que resaltaba cada línea de su cuerpo. Su técnica era impecable. Cada giro, cada salto era perfecto. El público la aplaudía con admiración, pero Ana, que alguna vez compartió escenario con ella, veía más allá.

 Veía la frialdad en los movimientos. La falta de emoción real, la obsesión por lucir perfecta en vez de transmitir algo. Cuando terminó, Lorena recibió una ovación de pie. Sonrió, saludó y su mirada recorrió la sala hasta encontrar a Ana. Era un mensaje silencioso. Nunca estarás a mi nivel. Ana respiró profundo, negando esa provocación.

 No dejaría que esa mujer definiera su valor. No, otra vez. Después de varias presentaciones, el programa anunció un intermedio especial patrocinado por Villaseñor Holdings. Algunas personas comenzaron a murmurar. Ana sintió un escalofrío. Sabía exactamente quién había pedido eso. Marco apareció en un costado del escenario.

 No subió al centro, no habló frente al público, solo dirigió unas palabras breves para agradecer a los artistas y presentar el siguiente número, un homenaje a bailarines que habían abandonado su carrera por circunstancias personales. Cuando terminó, el teatro quedó en silencio unos segundos. Y entonces las luces iluminaron a una bailarina entrando al centro del escenario.

 No era Ana, era una intérprete profesional representando el papel de alguien que había perdido su sueño. Ana sintió un impacto en el pecho. Era su historia sin mencionar nombres, pero era, y Marco lo sabía. No era un homenaje extravagante, no era un intento de llamar la atención, era un recordatorio para el público del sacrificio, la lucha y el dolor que muchos bailarines enfrentaban.

 La bailarina en el escenario no imitaba a Ana, pero transmitía una emoción tan honesta que ella sintió que el nudo en su pecho se deshacía lentamente. Cuando el número terminó, hubo silencio, luego aplausos suaves, respetuosos, distintos a los demás. Ana se quedó quieta con las manos entrelazadas. No sabía si agradecerle a Marco o enojarse con él por exponerle ese sentimiento tan profundo sin pedir permiso.

 Mientras procesaba la mezcla de emociones, escuchó una voz cerca de ella. Bonito acto, ¿no crees? Era Lorena, sentada dos filas atrás, ahora con un tono cargado de irritación. muy inspirador”, añadió con sarcasmo. “Claro que cualquiera podría emocionarse con historias trágicas presentadas así.” Ana la ignoró, pero Lorena insistió. “¿De verdad crees que puedes volver a este mundo por un video viral? No eres relevante. Fue suerte, nada más.

” Ana se giró lentamente hacia ella con una serenidad inesperada. No vine a competir contigo, dijo en voz baja. Pues deberías, contestó Lorena, porque si sigues metiéndote en mi camino, voy ya. Ana la interrumpió con un susurro firme. Ya no tienes poder sobre mí, Lorena.

 Ni tú, ni tus mentiras, ni las historias que inventes para la prensa. Lorena frunció los labios, sorprendida por la calma de Ana. Disfruta tu momento, agregó Ana. Porque no durará cuando la gente vea la verdad. Y se levantó dejando a Lorena con el orgullo hecho polvo. Mientras caminaba hacia el vestíbulo, sintió una mirada intensa sobre ella. Levantó la vista.

 Marco la observaba desde el balcón superior. Esta vez Ana no apartó la mirada. No sabía qué pasaría después. Pero sabía algo. Su historia ya no la iba a contar nadie más. ni Lorena, ni La Prensa, ni Marco, solo ella. Hagamos otra broma para quienes solo revisan la caja de comentarios. Escriban la palabra pastel.

 Los que llegaron hasta aquí entenderán el chiste. Continuemos con la historia. Cuando terminó el intermedio, la gente comenzó a moverse hacia el bar del vestíbulo. Ana se quedó unos segundos en su asiento, respirando hondo. El número dedicado a los bailarines que perdieron su camino le había removido más de lo que quería admitir. No estaba lista para sentir tanto, no esa noche.

 se levantó despacio intentando mezclarse entre el público sin llamar la atención, pero apenas llegó al pasillo lateral, escuchó pasos acercándose detrás de ella. “Ana”, la voz era profunda, conocida, y aunque la había escuchado solo un puñado de veces, su cuerpo la reconoció de inmediato. Se detuvo, cerró los ojos un segundo para calmarse y luego se giró.

Marco estaba ahí a pocos metros, vestido impecablemente como siempre. Su traje negro y su corbata roja resaltaban bajo las luces doradas del teatro, pero su expresión era distinta. No había soberbia ni arrogancia, solo una firmeza tranquila, como si hubiera pensado mucho antes de acercarse.

 “No deberías estar hablándome”, respondió Ana sin moverse. “Dijiste que no ibas a molestarme.” “No quiero molestarte”, contestó Marco, acercándose un paso más. “Solo quería saber si estabas bien.” Ana soltó una risa breve, cansada. Estoy lidiando con demasiadas cosas gracias a ti, así que no sé si bien aplica. Marco bajó la mirada un momento.

Tienes razón. Ana cruzó los brazos. ¿Por qué hiciste ese número? Preguntó señalando el escenario. Intentabas contar mi historia sin decir mi nombre. Marco negó lentamente. No, ese número estaba planeado desde antes, pero lo ajusté cuando entendí lo que significaba para muchos bailarines que perdieron su oportunidad.

No era sobre ti. No directamente, pero si sabías que me iba a afectar, insistió Ana. Marco se quedó en silencio unos segundos, como buscando las palabras correctas. Sabía que podía tocar algo en ti, admitió, pero no para lastimarte, sino para recordarte que no estás rota, que tu historia todavía puede continuar.

Ana sintió un vuelco extraño en el pecho. Lo odiaba por hacerla sentir identificada. Odiaba que sus palabras calaran tan hondo. Y odiaba, sobre todo, que una parte de ella quisiera creerle. No quiero que hagas cosas por mí”, dijo Ana con voz firme. “No lo hago por ti”, respondió Marco, suave.

 “Lo hago porque por primera vez en mi vida entiendo que mis acciones tienen consecuencias reales en otros y quiero hacer lo que esté en mis manos para corregirlas.” Ana lo miró unos segundos. No era el mismo hombre del restaurante. Había algo cambiado en él, pero no podía confiar tan rápido. ¿Sabes lo que hiciste?, preguntó ella.

 Marco sostuvo su mirada. Sí, te humillé. Escedí mis límites. Te convertí en un espectáculo para alimentar mi ego y no hay excusa para eso. Ana sintió un nudo en la garganta ante esa sinceridad brutal. desvió la mirada. Ya no quiero hablar de eso. Marco asintió. Está bien. Ana se volvió para irse, pero él habló de nuevo. Quería preguntarte algo. Ella suspiró.

 ¿Qué? ¿Te gustaría volver a bailar? Ana se giró lentamente. Sus ojos se abrieron apenas. ¿Qué estás insinuando? Marco dio un paso más cuidando mantener distancia. Ana, tu talento es extraordinario. Lo que hiciste esa noche no fue casualidad. Eres un artista y sé que dejaste tu carrera por tu hermano por circunstancias que nadie debería atravesar solo. Ana tensó la mandíbula.

No me des discursos motivacionales, Marco. No lo haré, respondió él. Pero sí quiero decirte algo. Si alguna vez quisieras regresar, si quisieras entrenar, presentarte, hacerlo profesionalmente, solo necesitas pedirlo. Ana lo miró confundida e irritada a la vez.

 ¿Y tú qué tienes que ver en eso? Estoy financiando un proyecto”, respondió un centro de entrenamiento y rehabilitación para bailarines que tuvieron que abandonar su carrera por motivos personales. No es caridad, es oportunidad. Si quieres un lugar ahí, es tuyo. Si no quieres, nadie volverá a mencionarlo. Ana sintió su corazón acelerarse.

 Era una puerta, una puerta real, una que había estado cerrada desde que tenía 19 años, pero también era una puerta puesta por él y eso la hacía dudar más que nunca. No sé qué pensar, admitió Ana dando un paso atrás. No tienes que decidir nada ahora”, respondió Marco. “Ni mañana, ni este mes, solo sabe que existe.

” Ana tragó saliva, miró hacia el lobby donde varias personas conversaban. “Necesitaba aire. Voy a salir un momento.” Marco asintió. Está bien. Ella caminó hacia la salida, pero cuando estaba a medio camino escuchó un grito ahogado y luego un murmullo. La mesera del video es ella. Ana sintió que el color se le iba del rostro.

 Dos reporteros habían entrado al teatro aprovechando el intermedio para buscar escándalos. Uno levantó una cámara hacia ella. Ana Beltrán, ¿puedes darnos una declaración? ¿Es cierto que el señor Villaseñor te manipuló para bailar? Ana retrocedió un paso helada. No podía escapar. El teatro estaba lleno y la atención se concentraba en ella. El otro reportero siguió.

 ¿Por qué viniste esta noche? ¿Es verdad que estás buscando fama después del video? Ana abrió la boca para responder, pero no pudo. Toda la angustia que había intentado contener se volvió humo en su pecho y entonces alguien se colocó frente a ella como un muro protector. Marco se interpusó entre Ana y las cámaras con una calma fría que contrastaba con la atención del momento.

 No darán declaraciones aquí, dijo con voz baja pero firme. Están violando un evento privado. El teatro tiene seguridad. Retírense. El tono no era una amenaza, era una orden. Los reporteros dudaron, pero uno intentó insistir. Pero, señor Villaseñor, necesitamos saber. Marco dio un paso hacia él. Retírense. Ahora los dos retrocedieron.

 Poco después, personal del teatro intervino para sacarlos del lugar. Marco se giró hacia Ana. Ella estaba paralizada con la respiración alterada. ¿Estás bien?, preguntó él. Ana asintió, aunque no del todo convencida. “Gracias”, murmuró. Marco no sonó, solo inclinó la cabeza. “No tienes que agradecerme nada.” Ana se pasó una mano por el rostro.

Sentía el corazón a punto de salirse de su pecho. Creo que debo irme para evitar más problemas. Te acompaño, dijo Marco. No, respondió de inmediato. No quiero que la gente piense que estoy contigo. Eso solo va a empeorar las cosas. Marco respiró hondo. Está bien, pero al menos déjame llamar un auto para ti. Ana dudó, pero aceptó con un gesto leve.

Mientras esperaban en la entrada del teatro, Ana miró el cielo oscuro de Montecarlo. Su mente estaba saturada. La gala, Lorena, los reporteros, Marco, era demasiado. Entonces, en un impulso, dijo, “¿Por qué haces esto? ¿Qué ganas tú?” Marco la miró. Nada. Ana lo observó con desconfianza. No te creo. Siempre ganas algo.

 Marco negó suavemente. Gano una cosa dijo con voz más baja. Poder dormir por las noches sin sentir que destruye a alguien que no lo merecía. Ana guardó silencio. Tal vez por primera vez él estaba diciendo la verdad. El auto llegó. Ana abrió la puerta, pero antes de subir miró a Marco una última vez. No prometo nada”, dijo ella, “pero pensaré en lo del centro de danza”.

Marco inclinó la cabeza. Con eso basta. Ana subió al auto. Mientras se alejaba, lo vio a través de la ventana. Marco se quedó de pie con las manos en los bolsillos, observándola irse con una expresión que no supo interpretar del todo. No era culpa, no era tristeza, parecía respeto y eso la confundía más que todo lo demás.

El auto dejó a Ana frente a su edificio. La calle estaba tranquila, casi silenciosa. Era difícil creer que unas horas antes había estado rodeada de flashes, tensión y aplausos. bajó del coche despacio, respirando el aire fresco de la noche. Quería borrar de su mente la imagen de los reporteros invadiendo la gala, pero seguía inquieta.

 Cada paso hacia su puerta le recordaba que la vida que conocía estaba cambiando demasiado rápido. Entró al edificio y subió las escaleras con cuidado para no hacer ruido. No sabía si dan seguía despierto o si el alboroto de la tarde lo había agotado. Cuando abrió la puerta de su departamento, encontró la sala a oscuras. Se acercó a su cuarto y lo vio dormido, respirando con calma.

 Eso la tranquilizó. Se dejó caer en el sillón, abrazando un cojín con fuerza. Cerró los ojos. El silencio del departamento contrastaba con el bullicio de la gala, con la mirada de Lorena, con el gesto firme de Marco frente a los reporteros, con todo lo que había pasado desde aquel maldito baile en el restaurante.

“Quiero que todo se detenga”, susurró. “pero sabía que ya no había marcha atrás. La mañana siguiente, Ana preparó café intentando ignorar lo revuelto de sus pensamientos. Deño se despertó con una sonrisa. ¿Fuiste a ver bailarín esa anoche? Preguntó curioso. Sí, respondió ella sirviéndole un poco de jugo. Fue una gala bonita. Bailaste tú.

Ana negó sonriendo suavemente. No, solo fui a mirar. Daniel pareció conforme, pero luego frunció el ceño. Escuché a la vecina hablar con alguien afuera. Dijeron tu nombre. ¿Siguen los reporteros? Ana bajó la mirada al instante. No te preocupes por eso. Sí, yo lo manejo. No quería que él cargara con su angustia. Lo protegería como siempre.

En otra parte de Montecarlo, Marco caminaba por su oficina revisando documentos. Julia entró con una carpeta en las manos. Señor Villaseñor, ya está el contrato para el fondo de investigación médica. Puedo entregarlo al hospital hoy mismo Marco asintió.

 Hazlo y asegúrate de que aparezca a nombre de la fundación, no mío. Por supuesto, respondió ella. También tengo los informes de la gala. Varias columnas mencionan su participación, pero ninguna señala directamente que usted estuvo acompañando a Ana. Marco soltó un suspiro de alivio. Bien, no quiero que la prensa la siga usando para vender titulares.

 Julia dudó un segundo antes de añadir, Marco, si puedo decírtelo, ella no es como las personas que sueles tener cerca. No busca tu dinero ni tu poder. Así que sea lo que sea que estés intentando hacer, hazlo con cuidado. Él la miró con una mezcla de agradecimiento y resignación. Lo sé, Julia, créeme que lo sé. Mientras tanto, Ana se reunió con una trabajadora social del hospital.

 Había recibido un mensaje esa mañana avisándole que había un nuevo fondo cubriendo parte del tratamiento de Daniel. Tenía miedo de que fuera algo temporal o condicionado, así que decidió ir en persona. “El fondo ya está activo”, le explicó la trabajadora revisando los documentos. cubre exámenes, terapias, medicamentos y hospitalización. No necesitarás pagar nada por ahora.

Ana sintió que casi se le doblaban las piernas. ¿Pero quién lo creó? Preguntó en voz baja. Una fundación privada, respondió la mujer. No hay nombre de un donante específico. Ana cerró los ojos. No tuvo que preguntar más. era Marco, pero él había cumplido su palabra. Lo hizo de forma anónima. La trabajadora continuó.

 Daniel podrá acceder al tratamiento experimental si el médico lo considera adecuado. Es un programa extraordinario. Ana asintió todavía procesando. Cuando salió del hospital, necesitó sentarse un momento en una banca. Miró al cielo, respiró hondo y por primera vez en mucho tiempo sintió un alivio profundo. Daniel estaría bien, al menos por un tiempo. Eso era invaluable.

Esa tarde Ana recibió otro mensaje inesperado. Esta vez un correo. Centro de Arte y Rehabilitación Montecarlo. Invitación especial. Al abrirlo encontró una nota formal. Estimamos que su perfil cumple con los requisitos para un entrenamiento especializado y una evaluación artística.

 Si está interesada, puede asistir a nuestras instalaciones para una sesión privada sin costo. Ana supo inmediatamente quién estaba detrás. Pensó en borrar el mensaje. Pensó en ignorarlo. Pensó en que no podía volver a ese mundo sin lastimarse más. Pero también recordó cómo se sintió al ver el escenario la noche anterior. Recordó lo que era moverse, respirar, liberar todo en un baile.

 Su cuerpo extrañaba ese mundo. Su alma, aún más, se quedó mirando la pantalla varios segundos antes de suspirar. Voy a ir solo a mirar, se dijo a sí misma. Sabía que estaba mintiendo un poco. Cuando llegó al centro, se sorprendió. No era un edificio ostentoso ni lleno de lujo. Era sencillo, moderno, diseñado más para servir que para impresionar.

 Había jóvenes calentando en el pasillo, un par de entrenadores hablando en voz baja, gente real, gente con ganas de aprender y reconstruirse. Una instructora se acercó a Ana con una sonrisa cálida. ¿Eres Ana Beltrán? Sí, vine a ver las instalaciones”, respondió ella con nervios. “Perfecto, te estaba esperando. Podemos darte un recorrido y si quieres ver tu rango de movilidad actual.

” Ana tragó saliva. “No estoy en forma desde hace años.” La instructora sonrió sin juzgar. No se trata de estar en forma, se trata de ver dónde estás ahora. Eso es todo. Ana. La siguió por el pasillo hasta una sala de danza amplia con espejos de piso a techo. El piso tenía la textura perfecta de la salas profesionales. La luz entraba suave desde las ventanas.

Ana se quedó de pie en la puerta inmóvil. Sus piernas temblaban un poco. “Cuando quieras puedes probar”, dijo la instructora dejando espacio. Ana dejó su bolso en una silla, caminó al centro de la sala y se miró al espejo. Se vio tal como era, cansada, delgada, con el cabello recogido a la ligera. Ya no era la joven promesa que una vez habitó esos espacios, pero seguía siendo ella. Respiró profundo, levantó un brazo.

 Su reflejo le devolvió un movimiento torpe pero honesto. Luego dio un paso, otro giro, un arabesque pequeño, sin altura, pero con alma. La instructora la observaba en silencio. Cuando Ana terminó respirando agitada, la mujer se acercó despacio. Ana, tienes un down real. No se ha ido, solo está escondido. Ana sintió lágrimas formarse sin permiso. La secó rápido, avergonzada.

“No sé si puedo volver”, susurró. “Puedes y no estás sola”, respondió la instructora. Ana miró la sala, una parte de si quería quedarse allí para siempre. Cuando salió del centro, encontró a Marco en la acera, apoyado discretamente contra un poste. Su presencia la sobresaltó. “¿Qué haces aquí?”, preguntó ella.

 Marco levantó las manos. No vine a interrumpirte. Solo quería asegurarme de que llegaras bien. No esperaba que vinieras hoy. Ana apretó los labios evaluándolo. Fui a ver. Solo eso. Marco asintió. ¿Y qué te pareció? Ana miró al edificio detrás de ella. Luego a él. No lo sé todavía. Marco sonrió apenas. Es suficiente.

 Ana no lo invitó a caminar con ella, pero él tampoco lo pidió. Decidieron andar en direcciones opuestas, pero antes de irse, Ana lo llamó. Marco. Él se detuvo y volteó. Gracias”, dijo ella con voz firme. “No por el dinero, no por el centro, por ver algo en mí que yo ya no veía.” Marcon no respondió de inmediato. Había algo en su mirada que no había mostrado antes, algo más suave, más humano.

“Gracias a ti por recordarme lo que significa realmente ser fuerte”, dijo él. Ana asintió y ambos se separaron. Ella caminó hacia su hogar. Él volvió a su auto. Los dos con un extraño sentimiento en el pecho, como si un nuevo capítulo estuviera esperándolos, incierto, pero lleno de posibilidades. Esa noche, Ana se sentó frente a la ventana de su departamento. Monteclos brillaba a lo lejos.

Daniel dormía en su cuarto. El mundo seguía hablándose de ella, pero por primera vez en mucho tiempo, Ana no se sentía perdida. Sabía que el camino sería difícil. Sabía que tendría que enfrentar a la prensa, a sus miedos, a Lorena y a su propio pasado. Pero también sabía que esta vez estaba lista.

 Había recuperado algo que creía muerto, su valor. Y con eso todo era posible. sonrió ligeramente mientras cerraba la cortina. Lo que viniera después sería ella quien lo decidiría. Si te gustó esta historia, no olvides dejar tu me gusta y suscribirte al canal.

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